Edith Muharay M. |
La novela europea más imaginativa y a la vez realista sobre la historia de la Conquista de México fue publicada por primera vez en vísperas de la segunda guerra mundial en Budapest. El tema no podía estar más alejado de las preocupaciones apremiantes del momento. Sin embargo, salió a la venta, y dicen que los budapestinos amontonados en los refugios durante los bombardeos se lo pasaban de mano en mano. El libro los transportaba a un mundo totalmente desconocido; era como un punto mágico que desviaba la atención del angustioso presente y los ayudaba a soportar la incomodidad y el miedo.
Escrito por un empleado de banco húngaro autodidacta llamado László Passuth, que hasta entonces nunca había salido de Europa, El dios de la lluvia llora sobre México fue traducido después a más de diez idiomas empezando por el español, y le dio la vuelta al mundo. A pesar de su lenguaje un tanto barroco, se sigue editando todavía (la última edición en versión original es de 2011).
Lo que más llama la atención en esta obra voluminosa, aparte de la amplitud de conocimientos históricos del autor y más allá de la descripción basada en documentos auténticos de los acontecimientos, es su afán por penetrar en el mundo interior de los protagonistas. No solamente nos hace vivir en sus detalles cotidianos la increíble aventura de la Conquista de México, así como descubrir a través de los ojos de los españoles de entonces un país nuevo con su gente, su impresionante cultura y costumbres extrañas, sino también trata de acercarse a los protagonistas en sus rasgos humanos: a éstos los vemos en su calidad de seres humanos con sus debilidades, sus dudas y sus emociones, que los hacen más reales.
El orgulloso Cuauhtémoc baja de su pedestal del Paseo de la Reforma para volverse de carne y hueso. Cortés y Moctezuma dejan de ser lejanos personajes históricos del siglo XVI. Los vemos de cerca, entramos de pronto en su intimidad. Seducido por la belleza de la mujer indígena, vemos a Cortés aproximarse con gestos delicados a Marina en su primera noche de amor.
Después de estudiar por varios años la personalidad de Cortés a través de sus cartas y las descripciones que hacen de él los cronistas, Passuth no lo imagina comportándose con brutalidad con una mujer que, además, le gusta por su inteligencia, juventud y belleza. ¿Quién podría imaginar cómo fue esa primera noche entre el conquistador y su esclava? Passuth lo hace a su manera: entra sigilosamente en la tienda de campaña del capitán, los “ve”, y siente lo que ellos pudieron sentir o pensar en ese momento:
Ella era tan suave y perfumada, mujer codiciable y virginal a un tiempo, exhalaba todos los perfumes y esencias del mundo […] Todo le era nuevo: la forma de la tienda, la cruz sobre la mesa. Un cuarto varonil, sin flores […] la cama de campaña, con algunas prendas de vestir en desorden arrojadas encima. Cortés estaba allí con el cuello de la camisa desabrochado dejando ver la palidez de su piel. Y sobre ésta se posó la vista de la muchacha llena de curiosidad y de deseo. El miedo había cedido. Cortés se arrancó la almilla y quedó así con sus pantalones de soldado, su calzado sin espuelas, con la camisa de tela de Holanda abierta por el cuello [...] la acariciaba con aquella su mano pesada acostumbrada a las armas [...] en sus caricias apartó con cuidado la guirlanda de flores que adornaba sus cabellos, busco después el broche de sus vestidos y lo fue desabrochando con dedos pacientes y enamorados hasta que cayeron las telas [...] Marina quedó como embelesada mirando su pecho desnudo y como una niña curiosa extendió su mano como queriendo arañar aquella piel para convencerse que era realmente piel como las otras. [...] deslizó un dedo sobre el pecho de Cortés y por ese dedo debió subir una ola de ardor viril. Atrapó él aquel dedo y lo condujo hasta su corazón que palpitaba locamente [...] él entonces apagó la bujía. El cacique de Tabasco le había regalado una princesa encantada, tal fue su último pensamiento lógico.
¿Y cómo podía ser la última hora de Moctezuma, el monarca sagrado en su captiuidad? Passuth la “visualiza” también:
Innumerables recuerdos acudían a la memoria de Cortés ante aquel hombre que ahora estaba junto a la puerta de la muerte [...] Miró las almohadas amontonadas donde se apoyaba el rostro demacrado, iluminado, sin embargo, por una maravillosa mirada aterciopelada. Era el rostro del hombre que no había pestañeado ante la visión de millares de corazones arrancados en vida. Ese hombre había conquistado reinos enteros, adoraba a sus dioses y no se había humillado más que ante la memoria de Quetzalcóatl, cuando el pasado otoño había abrazado a Cortés a la entrada de Tenochtitlán [...] Allí estaba el gran señor con su aureola imperial [...] Dos muchachas, sentadas sobre cojines, cuidaban de cambiar los vendajes y de lavar la frente del herido. Era todo lo que éste permitía que se hiciera. Ambos hombres se contemplaron mutuamente. Moctezuma extendió la mano. Cortés comprendió el gesto y tomo aquella mano, como hacen dos camaradas cuando uno de ellos va a morir [...] Pensó en su alma que iba a desprenderse de su envoltura mortal y rezó entonces la oración de los agonizantes. Después sacó su puñal del cinto y aproximó a los labios de Moctezuma la empuñadura en forma de cruz. – Gran señor [...] piensa en tu alma. Es tu última ocasión. Te conjuro a que lo hagas [...] besa la cruz y tu alma se salvará. Moctezuma le miró. Dirigió después sus ojos a la ventana como para ver si llegaba ya el nuevo día [...] – Mis dioses me protegieron siempre mientras viví. No quiero abandonarlos en la hora de mi muerte. Gracias, Malinche, gracias por haber venido a verme [...] El intérprete iba traduciendo lentamente.
¿Y cómo se veía, qué decía Cuauhtémoc, el rebelde, cuando cayó prisionero de los españoles?:
Detrás de sus capturadores marchaba Cuauhtémoc con la cabeza erguida, su manto de plumas y su corona, y sus sandalias de oro, sucias ahora por el barro de las calles [...] En su rostro cansado brillaban, fuertes como siempre, sus ojos. Quedó frente a Cortés esperando. Su aspecto famélico y agotado indicaba bien las privaciones de las últimas semanas. Su gesto era duro, rasposo cuando se dirigía a Cortés. Hablaba lentamente, marcando bien cada sílaba. Hablaba en el idioma de la corte empleado solamente por los príncipes de sangre y los sumos sacerdotes: –Malinche (el amo de Marina). Yo debía defender este pueblo y a mi país, del cual era monarca. Así lo ordenaba la voluntad de mis antepasados. Ahora todo ha terminado, he caído en tu poder. Te suplico Malinche que no me hagas sufrir largo tiempo.
Avanzó dos pasos y, tomando con su mano el puñal que pendía del cinto de Cortés, lo sacó de la vaina. Cortés, inconscientemente, llevó rápidamente su mano a la espada. Águila-que-se-abate continuó: –Te suplico que uses esta arma que llevas al costado [...] que me quepa a lo menos el honor de morir de tus manos, ya que no pude caer en la lucha [...] Te suplico, acaba pronto. ¿Qué esperas?
Dos libros exóticos
László Passuth nació el 15 de julio de 1900. Vio la luz con el comienzo del siglo XX y pasó toda su vida en esa mittel Europa alborotada por las tensiones entre las diversas nacionalidades centroeuropeas, conflictos bélicos, cambios de fronteras y, finalmente, la ocupación soviética que condenó a su país a cuarenta años de aislamiento del resto del mundo, detrás de la cortina de hierro.
Passuth terminó sus estudios de derecho a los diecinueve años y a esa edad empezó a trabajar en un banco. Nada lo predestinaba a volverse un día el nuevo cronista de la Conquista de México, una especie de de Sahagún húngaro del siglo XX que hizo el gran viaje solamente en su imaginación.
¿Qué fue lo que llevó al joven funcionario bancario, que hasta entonces nunca habia dejado Europa, a encapricharse con ese tema tan extravagante para su tiempo y su medio? A finales de los años veinte del siglo pasado, el tema de las culturas precolombinas era totalmente desconocido en Hungría, no formaba parte de la cultura general, ni siquiera existía el término en el vocabulario húngaro de entonces. Prácticamente no había publicaciones sobre descubrimientos arqueológicos ni se veían fotografías de las obras encontradas. La mayoría de las ruinas estaban, además, todavía inexploradas, escondidas bajo la maleza tropical.
Para Passuth todo empezó con un libro encontrado por azar. En ocasión de un viaje a Londres, cuando tenía veinticinco años, le llamaron la atención dos libros expuestos en el escaparate de una libreria de Oxford Street : Historia de la conquista del Perú e Historia de la conquista de México, ambos de William Prescott.
“No conocía el autor, pero me fascinaron los títulos”, cuenta Passuth en su epílogo a la reedición en húngaro de su novela mexicana en 1973. “Desde niño ansiaba saber más de esas civilizaciones exóticas de lo que me dejaban adivinar las novelas de indios que devoraba entonces.” Compró primero el tomo sobre Perú y se quedó leyendo toda la noche hasta terminarlo. “Entonces supe que tenía que comprar el otro tomo también, ya que el autor hace a menudo referencia a los aztecas.” Al día siguiente regresó a la librería, pero el libro ya se había vendido. Debido a su tenaz insistencia, el librero terminó por encontrarle un ejemplar un poco averiado que quedaba en el depósito de la tienda.
Curiosamente, la historia del Perú no le llamó tanto la atención como la de México. “Ni la cultura inca, ni el personaje del conquistador áspero e inculto que fue Pizarro me atrajo especialmente –comenta–. En cambio, la historia y la cultura de México me fascinaron desde el primer momento, y se volvió la gran pasión de mi vida [...] Así empezó, como un capricho, para convertirse en verdadera pasión.”
Passuth quiere explorar toda información accesible sobre el tema de su interés. El primer obstáculo que encuentra para seguir adelante en su búsqueda es el idioma, ya que las fuentes más interesantes sólo existían en español, un español arcaico del siglo XVI. Si quería leer las cartas de Cortés y los cronistas señalados por Prescott en su libro como fuentes, tenía que aprender su lengua. Había estudiado latín en el liceo y dominaba bien el alemán y el italiano. Con mucha aplicación y tenacidad, se pone a estudiar la lengua española. El primer autor español que terminará leyendo íntegramente en versión original será nada menos que Cervantes.
Mientras seguía siempre en su empleo en el banco, Passuth pasaba todo su tiempo libre profundizando sus conocimientos de la historia mexicana. Por mediación de un amigo vienés pudo entrar en el archivo cerrado al gran público de la Biblioteca Nacional de Austria y consultar los originales de las famosas cartas números 2, 3 y 4 de Hernan Cortés, así como el maravilloso Códice Vindobonensis. Su emoción es grande cuando depositan en su mesa las preciosas reliquias: las cartas escritas de puño y letra por Cortés, con tinta roja pálida extraída de algunas bayas del bosque, y el largo biombo en piel curtida de venado del códice mexicano mejor conservado.
También en Viena pudo contemplar el verdadero penacho de plumas de quetzal que Moctezuma mandó a Cortés para que éste lo llevara de regalo a su rey en España. Visitó todos los museos, bibliotecas y archivos de Austria y Alemania buscando obras referentes a su pasión. Vio las colecciones más importantes de arte precolombino que tienen los museos de París, Florencia y Londres. En una tienda de libros antiguos de Budapest encontró los dos tomos en traducción alemana del príncipe historiador Ixtlilxóchitl, Obras históricas, donde el descendiente de familias reales relata la historia y las costumbres del reino de Texcoco antes de la Conquista.
Durante más de un decenio, Passuth siguió recopilando datos y tomando notas sobre sus descubrimientos, formando carpetas que se amontonaban en su mesa de trabajo, sin tener una idea precisa de lo que habría de hacer más adelante con tanto material reunido.
Más que los meros hechos históricos, lo que le interesaba era el perfil humano complejo y contradictorio de ambos protagonistas. Le intriga y conmueve “la exquisitez espiritual de Moctezuma que no tiene nada que envidiar al hombre europeo del Renacimiento”, y quien al mismo tiempo fue “uno de los asesinos rituales más sangrientos del mundo. La noción del valor de la vida humana no llegó a su conciencia cuando se trataba de servir a sus dioses sedientos de sangre”1.
En Cortés aprecia al hombre culto que se expresaba con elegante soltura, leía en latín y tenía muchos conocimientos jurídicos y económicos. Hace resaltar que pocos conquistadores tenían tanto interés verdadero por conocer la forma de vida y las costumbres de los pueblos que iban descubriendo, y tanto talento para describir en forma vívida lo que veían. Con todo esto, según Passuth, Cortés sobresalía entre los conquistadores en general, y no se le puede confundir con la masa inculta y rapaz de los mercenarios que lo acompañaban. Le simpatiza también el hombre enamoradizo, sensible a la belleza de las mujeres indias, y su valentía en las batallas.
Sin embargo, constata, Cortés era también hijo de su época. Determinado por su religión y su lealtad al rey de España, el mismo hombre fino llegado al Nuevo Mundo mandó a la hoguera a los caciques rebeldes, no hizo nada para impedir la ejecución de Cuauhtémoc, destruyó la ciudad cuya belleza y perfección admiraba, y masacró sin miramientos a los indios cuando se trataba de salvar la vida de sus hombres y asegurar su avance.
Desde 1932, Passuth empezó a publicar ensayos y cuentos en la prestigiosa revista literaria Nyugat (Occidente) en Budapest. En una ocasión decidió hablar de su tema mexicano y su deseo de escribir un cuento sobre eso a Zsigmond Móricz, jefe de redacción de la revista. El gran escritor húngaro le hace entender que su tema está demasiado fuera de la realidad para que tenga algún interés para el público lector. Empero, sensible al entusiasmo del cuentista talentoso, le aconseja dar rienda suelta a su pasión escribiendo una novela histórica, aunque no tenga perspectivas de publicación. “Cuando un escritor joven se obsesiona de esta manera con un tema tan rocambolesco, no hay más remedio que sacarlo de su cabeza escribiéndolo. Haz una novela con todo lo que tienes adentro, guarda el manuscrito en el fondo de un cajón y te aliviarás. Y podrás seguir adelante con otros temas”, le dice.
Así fue que Passuth empezó a escribir su gran novela mexicana, sin esperanzas de publicación ni posibilidad alguna de viajar al lejano país.
Después de la segunda guerra mundial, durante el régimen comunista, a pesar del éxito internacional de su novela, Passuth se ve relegado a la categoría de “escritor tolerado”. Trabaja en el Instituto Nacional de Traducción hasta su jubilación, en 1960. Mientras en Hungría no lo editan, varias de sus obras se publican en el extranjero.
Ilustraciones de Gabriela Podestá |
Escritor prolífico, Passuth es autor de ensayos sobre historia del arte, libros autobiográficos y varias novelas históricas, todas escritas a partir de una sólida preparación filológica, sobre la vida y la época de personajes de la historia y del arte (Segismundo de Luxemburgo, Juana de Nápoles, Rafaello y Monteverdi, entre otros.)
Pasarían más de treinta años después de la primera publicación en Hungría de El dios de la lluvia llora sobre México, cuando por fin se le presenta la posibilidad de pisar tierra mexicana.Tiene ya setenta y un años de edad cuando, en noviembre de 1970, le llega la invitación oficial de la entonces Secretaría de Cultura, y el gobierno comunista húngaro le concede el pasaporte. Su emoción es indescriptible.
Con el entusiasmo de un adolescente goza cada momento de su viaje, que durará un mes. Desde que aterriza el avión se alegra por haber “ganado ocho horas más de vida”, debido a la diferencia del horario. Unas cuantas horas para ver el país de sus sueños. “Cierro los ojos. En el fondo de mí no puedo creer que estoy aquí de verdad“, escribe en su diario de viaje.2
Incansable, visitará los escenarios que describe en su novela. Pasa largas horas en el Museo de Antropología, va a Teotihuacán, llega a Veracruz... En el mercado de Toluca se maravilla al encontrarse con el mismo ambiente descrito por Cortés en sus informes al rey: “No hay diferencia. Casi todo es igual. A lo más los aztecas aprendieron desde entonces a usar la balanza para pesar sus mercancías.”
El último día de su estancia se va caminando solo al Zócalo, por la calle Madero para despedirse de la ciudad. La tristeza del adiós inevitable queda plasmada en su diario: “¡Qué ciudad tan bella! En este momento no debería pensar en que según las probabilidades del destino humano nunca más volveré a ver esta plaza, esa catedral, esos palacios y tiendas de joyas, esas caras humanas... Sentí que en ese preciso minuto terminó mi viaje a Mexico.”
Passuth muere en Budapest en 1979. Desde los años setenta, su novela ha tenido varias reediciones en diferentes países.
Notas:
1. Epílogo escrito en mayo de 1973 para la reedición de la novela en Budapest.
2. Találkoztam Esőistennel, Budapest, 1972. (“Me encontré con el dios de la lluvia”, Diario del viaje a México.)
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