Vibraciones: Un nuevo himno nacional
Hugo Roca Joglar
Interpretada por vez primera el 15 de septiembre de 1854, nuestra canción–estandarte parece vacía de sentido y familiaridad. ¿Es hora de pensar en otra opción?
El siglo XXI en México ha sido brutal; avanza entre decapitados, matanzas, desaparecidos y cuerpos humanos disueltos en ácido. ¿Quién puede sentirse bien saludando a la bandera mientras se canta una declaración de guerra? La necesidad de un nuevo himno es prioridad nacional.
Una canción fanática y demente
Militares y narcotraficantes se despedazan. El país está atrapado en un estado de violencia sostenida. Horror y tragedia se han vuelto parte inherente de la vida cotidiana. Morir durante un secuestro o de un balazo cobarde en un asalto es una posibilidad real si se vive en México. Es un presente desolador y, sin embargo, en su afán de defender la independencia, en aras de lograr unión y libertad, ¿no es justamente “¡guerra, guerra sin tregua!” lo que pide nuestro himno?
Qué terrible es un amanecer mexicano: millones de niños alineados en patios escolares son obligados, poco después del alba, a clamar por soldados, pedir olas de sangre, convocar cañones que hagan retemblar los centros de la tierra e identificar como enemigo al extraño y exigir que sea decapitado.
Es un himno violento que se ha hecho viejo y ya está amargo. Su temática agrede y lastiman sus referencias. Además, todo lo que pide se ha materializado: sus imágenes de ejércitos y cadáveres son verdades hirientes y crueles. Es un grito de furia bélica fanático y demente. ¿Por qué mantener esta horrible canción de odio y de muerte? Es prioridad nacional cambiarla; resulta insostenible seguir cantándola.
Ideas para un nuevo himno nacional
Imagino un nuevo himno nacional comunitario con una base fija dividida en cinco escenas, cada una (de treinta segundos) escrita por un compositor trascendente en la historia de la música mexicana moderna.
Que las cinco escenas compartan una búsqueda común: transmitir una espiritualidad sin palabras ni dioses, que rechace cualquier referencia religiosa y avance a través de atmósferas abstractas de piedad, sufrimiento, tolerancia, angustia, amor, confusión, paz y esperanza.
Que la primera escena sea de Mario Lavista, compositor que alguna vez experimentó con música gráfica y creó partituras en las cuales la duración es la única certeza. En años recientes ha retrocedido hasta el Renacimiento (como en su Missa Brevis) y parte de la pureza formal de las obras sacras de Des Prez y Machaut para construir piezas que proponen una visión cíclica de la historia de la música: Boulez encaja con Monteverdi, sin rupturas.
Que Federico Ibarra escriba la segunda escena y transite desde este sonido antiguo hacia uno moderno. Podría continuar a Lavista con un motete e irlo distorsionando, entre contenidos guiños clásicos, hasta convertirlo en una apasionada sonata de aspecto romántico que luego descomponga poco a poco (pensemos en el vals de su ópera Antonieta) con innovaciones de principios del siglo XX, como la dodecafonía.
Que la tercera escena corra a cargo de Marcela Rodríguez quien, ya sumergida en un lenguaje cada vez más radical, deba inyectar quizás aires teatrales y de (tan mexicano) humor negro (como en sus óperas La Sunamita y Las cartas de Frida); también funestos recuerdos críticos de un pasado inconcluso (como en Un réquiem mexicano, con fragmentos de La visión de los vencidos cantados en español y náhuatl).
Que Gabriela Ortiz componga la cuarta escena y termine la estructura fija con la propuesta más atrevida. Las percusiones seguramente serán protagonistas (como en su Concierto candela y su ópera Únicamente la verdad). Harán pensar en Silvestre Revueltas y luego darán pie a la electroacústica, donde el sonido prescinde de instrumentos y sale directo de una computadora. Entonces se proyectará en video una imagen de paz (la compositora deberá elegir alguna entre la historia de la pintura mexicana) para que el sonido convertido en materia, en confrontación con la general esencia abstracta, la describa.
Que haya una quinta escena de carácter temporal, en cambio constante. Podría comisionársele a Víctor Rasgado y un comité (integrado por personajes provenientes de todos los ámbitos de la música clásica en México; por ejemplo: la soprano Lourdes Ambriz, la musicóloga Gloria Carmona, el director de escena Sergio Vela, el escritor melómano Eusebio Ruvalcaba, la concertino Shari Masón López y el funcionario cultural Ignacio Toscano) irá designando cada tres años a un nuevo compositor (muchos en espera: Georgina Derbez, Ana Lara, Hilda Paredes, Graciela Agudelo, Leticia Armijo, Ricardo Zohn, Rogelio Sosa, Jorge Torres, Alexis Aranda, José Miguel Delgado) que la renueve.
*P.D: Es probable, debido a las diversidad en las dotaciones, que la interpretación del nuevo himno nacional vaya a necesitar de cinco pequeñas orquestas distribuidas en el escenario de manera independiente. Que en el estreno haya entonces igual número de directores: Carlos Miguel Prieto, Alondra de la Parra , José Arean, Gabriela Díaz Alatriste y Christian Gohmer.