Amanecía y los primero rayos del sol, penetraron sin piedad por la ventana de aquella habitación, Silvia se escondía entre las sabanas, recelando como una gata cansada “¡sí ya iba siendo hora de intentar enfrentarse con la vida cotidiana!”, se decía una y otra vez, pero su cuerpo no estaba por la labor, ya que seguía remoloneando en soledad. Hacía ya tiempo que los días de Silvia finiquitaban de una forma vertiginosa, ya no era persona, cuando llegaba el mediodía. De improvisto alguien llamó a la puerta de la calle. Silvia no esperaba a nadie y tranquilamente se puso la bata que estaba tirada en el suelo junto a sus pies. Se dirigió para ver quién llamaba a esas horas de la mañana.
—Buenos días señora—saludó un chiquillo que no tendría más de diez años
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó de mala manera.
—Esta usted horrible, ¿es que no se mira en el espejo? —preguntó el chiquillo asustado, al ver semejante personaje.
—No tengo ningún espejo —contestó de mal humor Silvia —¸que sabría ese mocoso, la lucha que ella tenía constantemente con su yo interno. Hacía mucho tiempo que había decidido quitar todos los espejos de su entorno. “El espejo se vuelve mentiroso con el paso del tiempo, solía pensar”, porque ese reflejo que le devolvía de vez en cuando, solo reflejaba una parte, distorsionada e incorrecta. Pero lo que no podía evitar Silvia, era descubrirse en aquellos escaparates de las tiendas de la calle principal del centro comerciar, observar con desesperación como una especie de nieve iba cubriendo sin piedad sus sienes. Sin darse cuenta y sin proponérselo, todo este ritual daba paso a sus recuerdos. Recordaba su relación ya antigua con los hombres y que pronto daría por finiquitada.
Entre sus recuerdos tenía toda clase de vivencias, muchos sueños, que nacían, para momentos después, ir a morir dentro de una copa de vino. Había días enteros en que la huella de algún recuerdo no lograba abandonar sus neuronas. No había nada especial en su vida y en su cara no había ningún gesto de felicidad, solo era un ser que injustamente le había apartado la vida hasta su total olvido.
Se dispuso a desayunar como una autómata, tanteando desesperadamente su poca dosis de felicidad y de su ilusión y ya totalmente decidida, inició la maniobra de salir por la puerta trasera de la vida, la que le lleva directamente al mutismo de un corazón desesperado.
La mañana se rompería en mil silencios. Sabía que se trataba solo de un espejismo, dispuesto y preparado para cegar sus pocas esperanzas dormidas durante todo el trayecto de alucinaciones, para impedirle el ascenso de eso que ella llamaba vida normal. No necesitaba ya ningún aliento para saberse y darse cuenta de que se encontraba sola.
Pero muy pronto Silvia se daría cuenta, que otra oscura nube había vuelto a cubrir su horizonte y le recordaría, esa absurda obsesión de atrapar esas ilógicas tinieblas que se le iban alojando entre los dedos. Otro día más para arrancar de las hojas de ese calendario ya casi sin ellas. Ya nada le importaba, porque nadie le estaba esperando para detenerla en ese trepar hacia la eternidad, subiendo por escalera atravesando los silencios de cuando uno pasa a ser nada.
Un día de claros y oscuros se quedaran marcados en sus ojos. Una lucha desigual intentando capturar todos esos sentimientos que brotaban en la noche. Sin duda ese sentir le desgastaba de una forma cruel impidiéndola descubrir el final de su viaje.
De pronto un rayo de luz penetró en la penumbra de la habitación, a su mente le vino un borroso recuerdo: Eran unos niños pequeños tumbados en la arena de la playa, Silvia recordaba el tímido sonido de las olas de un mar tranquilo, estaban solos, sin más gente que un pescador, recogiendo los aparejos para regresar a su hogar después de una dura faena. Antes de que ese recuerdo le trasladara hasta ese lugar, se percató, de que algo había cambiado, que se había equivocado cuando tomó la decisión de no querer saber nada de aquel amigo: Juan jamás podía desaparecer de su vida. Nunca le dio la oportunidad de explicar lo que él decía que era producto de su imaginación. Él estaba enamorado de ella y quería pasar el resto de su vida con ella ¡Pero qué locura! Ahora comprendía por fin ¡Le necesitaba!.. ¡Y le había echado de su vida!
Una melodía interrumpió sus pensamientos, Silvia, se incorporó rápidamente, dejándose llevar por un nuevo deseo de vivir. En la habitación contigua, un joven cantaba una canción muy conocida por ella, por un momento, sintió ganas de vivir y un diminuto rayo de esperanza, brotó en su corazón, acompañado de unas lágrimas. Por fin comprendió que había salido con la ayuda de aquel desconocido muchacho, de ese estado vegetativo en el que hacía mucho tiempo había penetrado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario