Festivaleros: El Hay en Cartagena de Indias
Margo Glantz
¡C
ómo se pasa la vida, tan callando! Pues sí, señores y señoras, la vida pasa y uno o una también. Yo acabo de estar unos días en Cartagena, participé en el Hay Festival, junto con muchos escritores, músicos, periodistas, dramaturgos, teatreros, comunicadores –you name it– que tuvieron más de dos minutos de gloria, cada uno, incluyéndome. ¿Una gloria imperecedera?
Debo repetir un lugar común: la ciudad es otra gloria, mucho más eterna. Un recinto amurallado con calles estrechas y casas enrejadas, balcones blancos y paredes enjalbegadas o pintadas de bellos colores. El mar, ¿es el mar de Villaurrutia?
...el latido de un mar en el que no sé nada/ en el que no se nada/ porque he dejado pies y brazos en la orilla. ¿O el mar de Neruda?
Padre mar, ya sabemos/ cómo te llamas, todas las gaviotas reparten/ tu nombre en las arenas...Un mar perpetuo, visto desde mi ventana, verde, tranquilo, o un mar oscuro y violento.
La población, hospitalaria, mayoritariamente negra, de una gran belleza tanto de porte como de lengua. Hay quienes dicen que es una ciudad racista, debe de serlo, las labores más difíciles las realizan casi siempre los negros o los mulatos.
El Hay Festival atrae colombianos de todas las regiones del país. Las actividades tienen mucho público y largas colas atiborran las calles para entrar a los diversos espectáculos. Las presentaciones más populares fueron, quizá, las de Juan Luis Guerra y Brian Eno, sobre el cual leo en palabras de Gabriela Bustelo en la revista Arcadia:
Ingenioso, vanguardista, escurridizo, nunca del todo comprendido, Eno ha logrado eso que sólo consiguen los verdaderos genios: recibir tanto el clamor popular como el aprecio de los sectores más doctos, debido a su talento único para mezclar la pura emoción musical con la sofisticación intelectual. Supongo que la fiesta final celebrando a los champeteros, baile que continuamente se admira en las distintas plazas de la ciudad, fue también una de las favoritas.
Pero el Hay no es sólo espectáculo. En El Tiempo, periódico principal de Colombia, leo la siguiente noticia:
El espacio comunitario del Hay cumple una década incluyendo a comunidades vulnerables. Es otro el paisaje, son otras las calles, la otra cara de Cartagena, la periferia,
donde la brisa del mar no llega y el calor se multiplica y debilita. Barrios de nombre bellos: El Pozón, La Boquilla, Membrillal, Bayunca, Policarpa, San Francisco, Nelson Mandela... Un calor insoportable, y con todo, los niños acuden, ávidos, a escuchar cuentos y a conocer escritores y artistas. También hay sesiones en las diferentes sedes de la Universidad Tecnológica de Bolívar, en el barrio de Manga por ejemplo, fuera de la ciudad amurallada.
Entre los escritores y entrevistado por Juan Villoro elijo al Premio Nobel, invitado de honor, Jean-Marie Le Clézio, quien entre otras declaraciones dijo no estar de acuerdo con Houellebecq y su controvertida novela Sumisión, tan ligada a los trágicos acontecimientos de los asesinatos perpetrados contra Charlie Hebdo. También privilegio al novelista policiaco griego Petros Márkaris, quien a través de su protagonista, el detective Kostas Jaritos, asegura que
el griego que no piensa que el Estado le roba o no se cree en el deber de desquitarse o está loco o no es griego, a pesar de que no acepta plenamente a Alexis Tsipras de Syriza, el partido político de izquierda, ganador de las recientes elecciones, que tanto resquemor ha causado entre los líderes de la Unión Europea.
Mi reseña es a todas luces insuficiente, pero en esta columna quisiera subrayar que entre las preocupaciones esenciales del Hay están la libertad de prensa y los derechos humanos, mismos que no se respetan en el estado de Veracruz y la prueba más reciente de ello es el asesinato de Moisés Sánchez. Sin embargo, justamente por eso, es primordial promover espacios de libertad y de debate como el Hay para que puedan ser escuchados y difundidos en el resto del mundo.
Añ