NO TENGO TIEMPO
Bárbara Hoyo
No hago ejercicio porque no tengo tiempo.
No como adecuadamente porque no tengo tiempo.
No veo a mi familia porque no tengo tiempo.
No tengo pareja porque no tengo tiempo.
No sé quién soy porque no tengo tiempo.
No sé qué quiero porque no tengo tiempo.
No conozco mi historia porque no tengo tiempo.
No me involucro con mi país porque no tengo tiempo.
No cuido el ambiente porque no tengo tiempo.
No amo porque no tengo tiempo.
No, no, no.
Etcétera, etcétera, etcétera.
No como adecuadamente porque no tengo tiempo.
No veo a mi familia porque no tengo tiempo.
No tengo pareja porque no tengo tiempo.
No sé quién soy porque no tengo tiempo.
No sé qué quiero porque no tengo tiempo.
No conozco mi historia porque no tengo tiempo.
No me involucro con mi país porque no tengo tiempo.
No cuido el ambiente porque no tengo tiempo.
No amo porque no tengo tiempo.
No, no, no.
Etcétera, etcétera, etcétera.
Esta mañana, al observar a la gente, me pareció que todos tenían una cara de insatisfacción que era imposible ocultar. Encontré en el pavimento máscaras de felicidad, alegría, cordura, tranquilidad, serenidad, bienestar, placidez y todas las palabras que nos reconfortan incluso al mencionarlas.
¿Habrá sido la lluvia de anoche? ¿O será que ya se acabaron los primeros dos meses del año y nuestros propósitos siguen intactos? Probablemente sigan intactos porque no tenemos tiempo.
Lo que sí tenemos es prisa por hacer, innovar, crear, obtener, adquirir, destacar, triunfar. TRIUNFAR. Llegar a la cima aunque sea solos. Porque más vale solos e inalcanzables que caminar al ritmo de los demás. No, los demás son todos iguales. Esa es la presión posmoderna y no dudo que la estupidez incremente al grado de no poder reconocerse triste, contento, melancólico, nostálgico, querido, satisfecho, impaciente, arrepentido, y vuelvo a los etcéteras. No poder siquiera reconocerse ante el espejo porque no habrá tiempo, porque para qué habríamos de reconocernos antes de llegar a la cúspide, si abajo uno no se merece ni el nombre.
Y nos llegará ese mal día en el que nazca una subespecie de padres y madres, desvinculados y exitosos, que en algún momento parirán en lugares estratégicos para que la humanidad se acostumbre desde el inicio a las alturas, porque hay que existir arriba. Abajo que existan los otros, los iguales, los que ya no importan. A pesar de todo, incluso de la falta de tiempo.
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