Toreando al miedo
Ángeles Mastretta
Así llamé hace más de veinte años a un texto que ahora encuentro muy divertido y me muestra una mujer que, para desgracia de mi aspecto y dicha de mi vida interior, ya no soy. Creí que estaba en los archivos de Nexos y pensaba copiarlo entero con toda facilidad, pero no fue así. De modo que pondré ahora el principio y se los iré dejando de a poco. Así empieza:
“A veces uno tiene miedo. Amanece con él pegado a la piel como la costra más indigna, y no quiere abrir los ojos ni mucho menos levantarse de la cama en que lo esconde. Ahí, entre las cobijas, agazapa el temblor que la avergüenza y no se atreve ni a llorar porque también eso le da miedo.”
Imagínense ustedes. Ahora me estoy enterando: es difícil tener cuarenta años. ¿Quién me lo hubiera dicho esta mañana? Ahora despierto a las ocho y media. Me hago la remolona y me levanto cuando se me da la gana. Un segundo o quince minutos después. O media hora. Ya luego trajino todo el día, pero el amanecer que cuento en ese texto no podría yo vivirlo. Se necesita energía para tener una hijo de ocho años y una de seis. Para dejarlos en el colegio e irse a caminar por Chapultepec de las ocho a las nueve. Para volver a encontrarse a una fotógrafa cuyo capricho era buscar el tamiz de las sombras en la pared. Debe haber sido 1990, porque en el texto me aflige imaginar que he de vivir en Nueva York. A Héctor se le ocurrió entonces, y tuvo razón, ir a dar clases a la universidad de Columbia. A mí semejante empresa, suya, que debía ser también mía, me daba pavor. No se me había ocurrido recordar cuánto. A la larga fue una época linda y Nueva York resultó acogedor y aquel fue el principio de una gran amistad con semejante continente de ciudad, pero entonces yo no quería dejar este país ni por un momento. Se ve que estaba yo en la edad en la que uno se siente imprescindible.
Sigue el texto:
“Va a sonar el teléfono. Va a venir mi hija a pedirme que le peine las coletas, mi hijo preguntará por su cereal. Se van a ir sin suéter si no me levanto y se los pongo, van a irrumpir en el cuarto pidiendo tres pesos y su escándalo quebrará el sueño del señor de la casa. Alguien estará pensando que soy una desobligada, que para qué parí niños si no voy a cuidarlos desde temprano. A las nueve llegará una fotógrafa que según me advirtió sólo quiere una sonrisa espontánea. Si no me voy pronto, el tiempo no alcanzará para darle la vuelta a Chapultepec”
¡Santo cielo!, me digo ahora. ¡Qué aflicciones! El sueño del señor de la casa sigue teniéndome con cuidado, pero sin duda con mucho menos cuidado. Ahora lo despierta el Nino con su patitas yendo de un lado a otro y él levanta la cabeza y se ríe. Imagino lo que sería si ahora entraran Mateo de ocho y Cati de seis, a despertarnos. No puedo ni pensar en la emoción que sería verlos. Chiquitos, platicadores, ruidosos, demandantes. El abrazo que quiero darles a esos dos niños no cabe en todo el internet. Y alguna vez temí que despertaran. No lo creería si no lo hubiera leído en ese texto en que describo cómo le fui haciendo con el día para torear al miedo. Ya les iré diciendo. Gracias por hoy-
Punto y seguido. Punto y aparte. Punto y final: Hoy es cumpleaños de Manu. La bloguera más asidua de todos. Quiero dejar en este espacio mi agradecimiento a su voz inteligente y su mirada crítica. A su alma tibia y su contagiosa pasión por Juan Ramón Jiménez.Es una fortuna su presencia en estas páginas de aire y luz.
“A veces uno tiene miedo. Amanece con él pegado a la piel como la costra más indigna, y no quiere abrir los ojos ni mucho menos levantarse de la cama en que lo esconde. Ahí, entre las cobijas, agazapa el temblor que la avergüenza y no se atreve ni a llorar porque también eso le da miedo.”
Imagínense ustedes. Ahora me estoy enterando: es difícil tener cuarenta años. ¿Quién me lo hubiera dicho esta mañana? Ahora despierto a las ocho y media. Me hago la remolona y me levanto cuando se me da la gana. Un segundo o quince minutos después. O media hora. Ya luego trajino todo el día, pero el amanecer que cuento en ese texto no podría yo vivirlo. Se necesita energía para tener una hijo de ocho años y una de seis. Para dejarlos en el colegio e irse a caminar por Chapultepec de las ocho a las nueve. Para volver a encontrarse a una fotógrafa cuyo capricho era buscar el tamiz de las sombras en la pared. Debe haber sido 1990, porque en el texto me aflige imaginar que he de vivir en Nueva York. A Héctor se le ocurrió entonces, y tuvo razón, ir a dar clases a la universidad de Columbia. A mí semejante empresa, suya, que debía ser también mía, me daba pavor. No se me había ocurrido recordar cuánto. A la larga fue una época linda y Nueva York resultó acogedor y aquel fue el principio de una gran amistad con semejante continente de ciudad, pero entonces yo no quería dejar este país ni por un momento. Se ve que estaba yo en la edad en la que uno se siente imprescindible.
Sigue el texto:
“Va a sonar el teléfono. Va a venir mi hija a pedirme que le peine las coletas, mi hijo preguntará por su cereal. Se van a ir sin suéter si no me levanto y se los pongo, van a irrumpir en el cuarto pidiendo tres pesos y su escándalo quebrará el sueño del señor de la casa. Alguien estará pensando que soy una desobligada, que para qué parí niños si no voy a cuidarlos desde temprano. A las nueve llegará una fotógrafa que según me advirtió sólo quiere una sonrisa espontánea. Si no me voy pronto, el tiempo no alcanzará para darle la vuelta a Chapultepec”
¡Santo cielo!, me digo ahora. ¡Qué aflicciones! El sueño del señor de la casa sigue teniéndome con cuidado, pero sin duda con mucho menos cuidado. Ahora lo despierta el Nino con su patitas yendo de un lado a otro y él levanta la cabeza y se ríe. Imagino lo que sería si ahora entraran Mateo de ocho y Cati de seis, a despertarnos. No puedo ni pensar en la emoción que sería verlos. Chiquitos, platicadores, ruidosos, demandantes. El abrazo que quiero darles a esos dos niños no cabe en todo el internet. Y alguna vez temí que despertaran. No lo creería si no lo hubiera leído en ese texto en que describo cómo le fui haciendo con el día para torear al miedo. Ya les iré diciendo. Gracias por hoy-
Punto y seguido. Punto y aparte. Punto y final: Hoy es cumpleaños de Manu. La bloguera más asidua de todos. Quiero dejar en este espacio mi agradecimiento a su voz inteligente y su mirada crítica. A su alma tibia y su contagiosa pasión por Juan Ramón Jiménez.Es una fortuna su presencia en estas páginas de aire y luz.
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