La
biografía de Christopher Domínguez Michael consigna las estaciones íntimas,
artísticas e ideológicas en las que se detuvo el poeta mexicano. Puede leerse
como la historia de sucesivas transiciones hacia la metamorfosis final
Víctor
Manuel Mendiola
A diferencia de otros textos —frívolos y amigueros— de Christopher
Domínguez, Octavio Paz en su siglo (Aguilar, México, 2014) es
un ensayo que merece una lectura atenta.
El libro de 654 páginas nos propone, con una visión bien articulada,
comprender cómo los accidentes de la vida y el desarrollo de la compleja obra
del poeta son la expresión del enorme talento del escritor mexicano, pero
también de una contradicción entre la moral de las convicciones y la moral de
las responsabilidades.
Domínguez recorre las estaciones fundamentales de la existencia de
Octavio Paz y las instancias de su poderosa acción como poeta del verso, de la
prosa y del pensamiento. En una entrega concienzuda y apasionada surgen escenas
llenas de sentido y, más que de sentido, de búsqueda y concepto.
El biógrafo va de las circunstancias del nacimiento y formación (Octavio
Paz Lozano nació, pocos lo saben, en la calle Venecia de la colonia Juárez) a
las condiciones excepcionales donde el escritor mexicano ejerce la “jefatura
espiritual” de la sociedad mexicana.
Domínguez —apoyado en Guillermo Sheridan, Enrico Santí, Anthony Stanton,
Jorge Volpi y, sobre todo, al lado de las confesiones del propio poeta, de
Garro y la hija Helena Laura— dibuja los personajes primarios de la infancia de
Paz: el liberalismo ilustrado del abuelo Ireneo, guardián entrañable y, a la
vez, escritor y editor; el zapatismo cultivado y comprometido del jaranero
padre alcohólico, Octavio Paz Solórzano, ausente en la vida de la familia; las
lecturas poéticas de la tía paterna Amalia —“india feísima que fue la primera
traductora de Baudelaire al español” —; y, en contraste, pero no en
contradicción, la hermosura y la bonhomía de la madre, Josefina Lozano. Así,
crecen y sobresalen las figuras de un entorno conflictivo y fértil.
Asimismo, Domínguez nos permite seguir la turbadora y enmarañada
relación amorosa con Elena Garro. Vemos los encuentros y desencuentros
juveniles de la pareja. Las singularidades y recelos de ella; los demonios
masculinos y el temor a “la noche blanca”, sin sexo, de él. Atisbamos la leve
reticencia del padre de Elena hacia Octavio y, en oposición, la simpatía y
afecto de las mujeres de la casa hacia el bisoño pretendiente. Después, la
separación y el viaje a Yucatán.
El enamorado de Elena Garro no solo era un muchacho inquieto y, en
cierta forma, desgarrado por los problemas del padre; era también, si no un
militante de partido (nunca lo fue), sí un socialista ortodoxo tan decidido e
indignado como otros compañeros suyos. Esa inconformidad fue el motivo que lo
empujó a escribir un poema de combate, una elegía, y lo llevó, en los primeros meses
de 1937, a la península de Yucatán con los campesinos mayas. Y de
ahí, el viaje intempestivo de regreso en los primeros días de junio a la
Ciudad de México para casarse con Elena, en una ceremonia cuasi
clandestina; la celebración del banquete de la boda en Guadalajara 94, en casa
de Amalia Navarro (madre de Amalia Hernández, la futura primera esposa de José
Luis Martínez); el alojamiento de la pareja por dos semanas en el hogar de
Josefina Lozano, en Mixcoac; y el recuerdo escabroso de la noche nupcial. En el
diario de la Garro y en una confesión de la tía Concha, según la
memoria, muchos años más tarde, de la hija Helena Laura, “la noche de bodas de
su madre había sido una violación”.
A mediados de junio, la salida hacia Valencia, al Congreso Antifascista.
Las peripecias de ese viaje han sido contadas varias veces, pero lo que le da a
la memoria de Domínguez un sesgo especial es que nos hace entender el grado de
certeza de las convicciones del joven poeta y su transformación ardua, pero
inevitable, gracias a su compromiso con la imaginación estética y, asimismo,
moral. Primero el recorrido de México a Francia en compañía de Pellicer. El
recibimiento de Neruda y los sucesivos contactos con muchos de los grandes
escritores de esos años. Privilegio doble: codearse a tan temprana edad con una
parte de la literatura ingente de principios del siglo XX y participar en las
discusiones centrales del mundo contemporáneo. En esa aventura destacan tres
hechos: la persecución ideológica contra André Gide, ante la cual Paz
permaneció mudo —su ideología inocente y su juventud extrema, nos sugiere el
crítico, le impidieron tener una actitud clara—; el descubrimiento de que el
poema “Elegía a José Bosch, muerto en el frente de Aragón” era una
equivocación, ya que Bosch, el joven amigo anarquista de la escuela, a quien
enaltecía la pieza lírica, estaba vivo, temeroso y condenado a muerte por los
comunistas; y el hospedaje, de Elena y Paz, en el hotel Victoria en la Plaza
del Ángel de Madrid, rodeados por la guerra y también por el amor —imagen
legendaria no solo del largo poema de 1957 sino de la poesía moderna—. En este
punto, la historia individual adquiere la gravedad de un debate de tópicos y
libros.
En un ritmo doble, advertimos el ánimo de un joven decepcionado por la
alianza Stalin–Hitler y encendido por la presencia de los escritores del exilio
español; percibimos la alegría de abandonar México hacia Estados Unidos y el
estímulo de conocer la cultura, la poesía y la pintura norteamericanas;
presenciamos la estancia fundamental en Francia con el encuentro —develamiento
de otra idea de la libertad poética y social— con André Breton en el Café de la
Place Blanche; registramos el primer alejamiento del socialismo ortodoxo y real
por la denuncia de la represión soviética realizada por David Rousset y que el
poeta presentó en la
Revista Sur; y vemos el
deslumbramiento provocado por Bonna Tibertelli de Pisis, la esposa del escritor
André Pieyre de Mandiargues; atisbamos la nueva libertad estética y ética de
Paz y el carrusel amoroso de esos años (Domínguez nos da los nombres de las
múltiples compañeras eróticas de ese tiempo). Al final de este periodo aparecen Libertad
bajo palabra, El laberinto de la soledad y ¿Águila
o sol?. Después acompañamos los viajes a la India y Japón —el inicio del
descubrimiento de otra idea del tiempo y del haiku— y el retorno a México para
comprender “el milagro mexicano”, los primeros movimientos sociales post
revolucionarios de protesta, la participación en Poesía en Voz Alta, la
publicación de El arco y la lira, Las peras del olmo y La
estación violenta, hasta llegar a la separación legal con Elena Garro y el
vuelo a Francia, como “encargado de negocios ad interim”, para
vivir con Bonna en la Rue la Planche y, en poco tiempo, la pérdida dramática
del amor, bajo el imán del “interfecto”: Francisco Toledo. De manera
simultánea, conocemos el nombramiento de Paz como embajador de México en la
India y el azar y la fortuna de hallar a Marie José Tramini, la compañera de su
vida, y la inquietud permanente de concebir una nueva revista en complicidad
con Carlos Fuentes y Arnaldo Orfila, la publicación de los libros Ladera
este,Blanco, El mono gramático y los ensayos sobre
Claude Lévi–Strauss, Marcel Duchamp y al final, después de su renuncia como
embajador de México en la India, Posdata, nueva metáfora de “el
laberinto” e intento de conciliar convicciones y responsabilidades.
Desde este momento, la figura de Paz gana una dimensión muy original en
la balanza de un pensamiento libertario. Gracias a esta independencia
intelectual, Julio Scherer García lo invita a crear una revista para el
periódico Excélsior. Paz funda Plural y comienza
un cambio sobre las ideas de México y del mundo que culminará —consecuencia
directa del golpe ruin del presidente Echeverría— con el establecimiento de una
nueva revista, Vuelta, con la recepción, muchos años después, del
Premio Nobel de Literatura en 1990 y con el análisis y comprensión del
movimiento neozapatista. En esta fase, Paz ayudará al cambio político de
nuestro país con el cuestionamiento del Estado mexicano y del bloque
socialista.
Durante esos años, Paz denunció, junto con Gabriel Zaid y —en la segunda
revista— al lado también de Enrique Krauze, la repercusión desastrosa del
marxismo–leninismo y de los grupos radicales de izquierda en América Latina en
complicidad con Cuba. También atacó la desafortunada solución final de la
revolución nicaragüense. Por esta orientación de Vuelta y Paz,
la izquierda mexicana aborreció la figura del poeta, al grado de quemar su
retrato en el Paseo de la Reforma, y surgió un desacuerdo político
fundamental entre el novelista Carlos Fuentes y el poeta, que terminó en la
ruptura de una de las amistades intelectuales más significativas de la segunda
mitad del siglo XX en México.
Domínguez nos deja ver que Paz transitó, desde su juventud hasta su edad
madura, de un socialismo cerrado a una visión social abierta donde el papel de
una democracia liberal juega el rol central en la vida de la sociedad. En estos
años aparecen, entre otros títulos, los libros de poesía Pasado en
claro, Vuelta y Árbol adentro; y los libros de
prosa El ogro filantrópico, Sor Juana Inés de la Cruz o
las trampas de la fe, Tiempo nublado, Pequeña crónica
de grandes días y La llama doble.
Como dijimos al principio, Octavio Paz en su siglo merece
una lectura atenta. Sin embargo, este ensayo tiene varios problemas. Aunque una
biografía puede ser una trama compleja, el lector espera una escritura fluida y
pulcra. La historia de una persona exige la utilización de un lenguaje eficaz
y, al menos, limpio. El texto de Domínguez es, en varios lugares, desaliñado y
abstruso. En no pocos párrafos tenemos que volver a leer para discernir quién
es quién en la realización de las acciones.
Por otro lado, ya en lo que toca al fondo del libro, la lectura de El
laberinto de la soledad, aunque tiene indicaciones interesantes, pierde de
vista aspectos insoslayables de la obra. Cuando Paz escribió el famoso ensayo
tenía obviamente presentes, por un lado, las reflexiones de Samuel Ramos, de
Reyes, del grupo Hiperión y, por el otro, de Heine, Freud, Unamuno, pero sobre
todo estaba bajo la influencia poderosa y vivificante del surrealismo. Ignorar
este hecho o no darle el peso enorme que tiene lleva a Domínguez a leer el
libro como una obra aislada de otras obras de creación y de los otros libros de
Paz de esos años (¿Águila o sol?, El arco y la lira, Las
peras del olmo y La estación violenta). Igualar El
laberinto de la soledad con explicaciones psicológicas y sociológicas
permite concebirlo como una “filosofía” o como una “mexicanosofía”. Visto desde
esta perspectiva, Domínguez podría tener razón. El ensayo de Paz sería de modo
exclusivo una especulación y pondría en movimiento diversas categorías de
distintos sistemas. Pero si dudamos o, más bien, si advertimos que lo que
caracteriza esta escritura es la reflexión desde la poesía y si avistamos que
el libro es la formación de un mundo a través de la invención verbal, entonces
nos damos cuenta que tiene un valor especial el lenguaje de este texto y el
lenguaje de los textos relacionados de forma directa con él, en primer lugar ¿Águila
o sol?. El libro de Paz no es una especulación teórica. Es lo
contrario. Palabras no en el tostón de las categorías sino palabras en
movimiento y, de esta forma, pensamiento de la realidad inmediata. Domínguez
pasa a ciegas junto a este hecho y tan pasa a ciegas que no le dedica una
atención significativa al primer gran libro de poesía de Paz: ¿Águila o
sol? Curiosa coincidencia con Antonio Castro Leal, que también ignoró
este título.
A El laberinto de la soledad le quedan mucho mejor,
para explicarlo, los versos del propio Paz, cuando compuso el poema “Blanco”:
“no pienso, veo” o, incluso, podríamos decir lo contrario, en paráfrasis con
él: no veo, pienso. Precisamente por ese motivo, dos líneas más abajo del verso
que citamos, dice: “los pensamientos veo”. Es decir, la prosa de El
laberinto de la soledad está cargada de múltiples referencias de
lectura, pero es esencialmente el pensamiento que ve, la experiencia de la
mirada viva y punzante de la poesía, más en vecindad del sentido despierto que
de la pura interrogación abstracta de la supuesta “mexicanosofía” —un lenguaje
que disgustaba a Paz—. Dicho ensayo estaría muchísimo más cerca de un
acercamiento viajero, aventurero, y de un ejercicio sobre el terreno de los
hechos y del habla. Y aquí es donde me parece que surge un vínculo estrecho con
la literatura francesa y con el surrealismo que es esencial distinguir.
Guardando todas las diferencias posibles, El laberinto de la soledad —como
escritura— muestra un parentesco con otro gran libro de acción intelectual: Un
bárbaro en Asia, de Henri Michaux. Ambos textos, el de Paz y el de Michaux,
aún hoy nos dejan estupefactos —ya quisieran eso el noventa y tantos por ciento
de los mexicanófilos y sociólogos de la literatura; ambos tienen un lenguaje
verdadero; y ambos son visiones profundas de la cultura.
Relacionado con esto y por la misma causa, me parece discutible la
interpretación de El arco y la lira. Al desarticular el análisis de
este libro de la defensa del surrealismo —aunque toque el asunto de paso en
algún párrafo— y de la defensa de los propios libros de Paz de esa época —es
necesario no olvidar que escritores mexicanos, entre otros José Emilio Pacheco,
atacaron violentamente el movimiento de Breton— y no adivinar que este ensayo
muy bien podría llevar el título de Las peras del olmo, la
interpretación de Domínguez pierde la dirección y el contexto del sentido real
del texto y no ve que, mientras ¿Águila o sol? es la
configuración y desfiguración del lenguaje de El laberinto de la
soledad, esta especie de poética en guerra que es El arco y la lira también
está conectada con la prosa reflexiva del primer título y con la prosa lírica
del segundo y con el futuro verso de “Piedra de sol” y de toda la Estación
violenta. De la misma forma que la relectura de El arco y la lira nos
deja descubrir adivinaciones del largo poema circular, nos permite también
escuchar extensiones y ecos de “el laberinto”.
Comprendemos la admiración de Domínguez por el gran poeta mexicano
—todos o casi todos lo admiramos—, pero como crítico debería ser más suspicaz y
no aplaudir lo que la comodidad engañosa le ofrece. Por ejemplo, la idea de que
“Primero sueño” es una “profecía” de “Un golpe de dados” de Mallarmé. La
propuesta de Paz es seductora; pero, si lo pensamos bien, es una exageración.
El poema de la monja y el poema del poeta francés poseen “epistemologías”
totalmente distintas. El poema de Sor Juana, después de un esfuerzo, es claro;
el de Mallarmé, no.
En los últimos años de la revista Vuelta, Paz quiso regresar
a la poesía o, por lo menos, darle un énfasis mayor. Tengo la impresión de que
en buena medida no lo logró. Quienes lo acompañaban no lo entendían. Sin embargo,
ahí están los intentos y, sobre todo, aquella lectura —Paz estuvo presente—,
que apareció después en libro, De vuelta a la poesía. Esa
presentación y el texto publicado mostraban el deseo de retornar al poema como
fuente de comprensión y revelaban a algunos de los autores, viejos y jóvenes,
por los que el poeta laureado sentía interés. Pasar por alto esta inquietud es
ignorar el papel innovador que Paz le otorgaba a la imaginación poética actual,
nueva. Domínguez, mal lector de poesía, ni siquiera adivina el significado de
ese evento.
El biógrafo nos muestra el proceso complejo de transformación de la
conciencia de Paz. Este cambio proviene de un equilibrio y un choque entre la
moral de las convicciones y la moral de las responsabilidades e implica el paso
del socialismo ortodoxo a una perspectiva liberal. Sin embargo, no está bien
trazada las metamorfosis ni el resultado final, ya
que Paz, al abandonar el marxismo dogmático saltó a un socialismo utópico, bajo
la admiración a Breton y a Charles Fourier, y de ahí evolucionó a una postura
política que no dejó de ser socialista. ¿A dónde llegó Paz? A un socialismo del
corte de Eduard Bernstein y de Karl Kautsky, que aceptaban la idea de las
diferencias de clase pero que creían en una democracia general, válida para
todos, en contra del concepto discriminatorio y feroz de la lucha de clases.
Para la izquierda mexicana esto era insoportable. Olían en el “liberalismo” de
Paz la postura de un renegado.
Al libro de Domínguez podemos hacerle algunos reparos más. Sin embargo,
no cabe duda de que es una biografía informada y, si no fácil, sí entusiasta y,
a veces, clarificadora. Vale la pena discutirla.
Yo diría: Octavio Paz está en nuestro siglo.
Las fotos del artículo no salieron; las reproduzco aparte por ser un material gráfico muy bueno.
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