LIBROS
Si
finalmente son los restos de Cervantes, su sepultura en Madrid también se
convertirá en lugar de peregrinación para los amantes de «El Quijote»
A los treinta arqueólogos, forenses, técnicos e historiadores que trabajan en el «proyecto nacional» para recuperar los restos de Miguel de Cervantes en la iglesia de las Trinitarias de Madrid, muerto en 1616, les hubiera gustado que el autor de «El Quijote» tuviera su capítulo en «Tumbas de poetas y pensadores». En la obra, el escritor holandés Cees Nooteboom (La Haya, 1933) cuenta el viaje que realizó alrededor del mundo, junto a su mujer, para visitar las sepulturas de los escritores que más le marcaron, con el objetivo de mantener una conversación ficticia con ellos. Genios de la talla de Pablo Neruda, Antonio Machado, Rober Louis Stevenson, Thomas Mann, James Joyce, Marcel Proust o Bertolt Brecht, entre otros muchos.
ABC
Tumba de
Shakespeare
Si aún no lo has leído, puedes realizar con nosotros este
particular «viaje» por las tumbas de los escritores más famosos de la historia
de la literatura, algunos con epitafios tan curiosos como el de William
Shakespeare: «Buen amigo, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí
encerrado. Bendito sea el hombre que respete estas piedras y maldito el que
remueva mis huesos».
La tumba del poeta y escritor más grande que ha dado la
literatura inglesa se ha convertido, al igual que la de muchos de nuestros
protagonistas, en lugar de peregrinación para muchos lectores de todo el mundo,
donde dejan sus dedicatorias personales. En este caso, tendríamos que
dirigirnos a la Iglesia de la
Santa Trinidad de Stratford, en Londres, donde había sido bautizado 52 años
antes de morir, el 3 de mayo de 1616.
El expreso deseo del autor de «Otelo» o «Macbeth» impidió
que ocupara su hueco en «La esquina de los poetas» de la Abadía de Westminster,
en Londres, en cuyo transepto sur se encuentran las tumbas de autores de la
talla de Charles
Dickens, Rudyard
Kipling,Robert Browning o Alfred Tennyson.
Quevedo, el desaprecido
Los restos de Francisco
de Quevedo, contemporáneo de Cervantes, estuvieron perdidos durante
años en la Iglesia de San Andrés de Villanueva de los Infantes, donde fue
trasladado al morir, en 1645. Cuando entraron los franceses, en 1811, su tumba
fue profanada y sus restos desaparecidos. En 1869, fueron reclamados por el
Ministerio de Fomento para ubicarlos en el Panteón Nacional que iba a ser inaugurado
en Madrid, en 1869. Como no estaba localizados, se enviaron los de otra
persona. Al percatarse del error, fueron devueltos y, en 1955, se organizó un
equipo para buscarlos de nuevo. Fueron hallados en el interior de una antigua
cripta situada debajo de una de los torres de dicha iglesia, donde descansan
actualmente.
ABC
Escultura de
Voltaire, en su tumba
Algo parecido ocurrió a Lope de
Vega, enterrado en la Iglesia de San Sebastián en un funeral que
dejó una deuda cuantiosa. Al no saldarse, los huesos de escritor se echaron a
una fosa común situada bajo el altar, donde están mezclados con los de la
propia Marta de Nevares y los del dramaturgo mexicano Juan Ruiz de Alarcón, uno de
sus mayores rivales sobre el escenario.
El cuerpo sin vida de San
Agustín también
deambuló durante siglos. El pensador cristiano más importante de la historia
murió en Hipona, la actual Annaba (Argelia), en el 430. Sus restos peregrinaron
por distintos lugares durante siglos. Alrededor del 500, los obispos africanos
fueron expulsados de sus sedes y huyeron con el tesoro más valioso de la
iglesia africana, los restos del santo. Los depositaron en la isla de Cerdeña
(Italia), en la iglesia de San Saturnino de Cagliari, donde permanecerán más de
doscientos años, hasta que en el 722 tuvieron que moverlos de nuevo por el
avance de los musulmanes. Fueron depositados en un cofre de plata en San Pietro
in Ciel d’Oro, donde se encuentran en la actualidad.
A diferencia de estos, Leon
Tolstoi que nació,
vivió y fue enterrado en su finca rural conocida como Yásnaia Poliana, a 12
kilómetros al suroeste de Tula (Rusia). Se trata de un simple túmulo de tierra
cubierto de vegetación, sin nombres ni señales, en medio de un bosque tranquilo
y apacible.
«Por haber amado a las busconas»
Uno de los cementerios más famosos del mundo es el de
Montparnasse, en el que descansan los restos de muchos de los más grandes
escritores, artistas e intelectuales de la historia universal. Allí se
encuentra, por ejemplo, la tumba de Charles
Baudelaire –la misma
en la que sería enterrada su madre cuatro años después–, en la que no figuró,
desgraciadamente, el transgresor epitafio que él mismo dejó escrito antes de
morir, a los 46 años: «Aquí yace quien por haber amado en exceso a las
busconas, descendió joven todavía al reino de los topos».
ABC
Lápida de Sartre
y Simone de Beauvoir
También se encuentran en Montparnasse Julio
Cortazar, con la imagen de un cronopio sobre su lápida, realizado
por los escultores Julio Silva y Luis Tomasello, y en la que muchos visitantes
dejan dibujos de rayuelas, copas de vino y billetes de metro con dibujos. O el
Premio Nobel de Literatura, Samuel
Beckett, además de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, que
comparten tumba.
J.R.R. Tolkien,
muerto en 1973, también fue enterrado con el amor de su vida en el cementerio
de Wolvercote, en Oxford. El autor de «El Señor
de los Anillos» y su esposa Edith recibieron sepultura bajo los
nombres de «Beren» y «Lúthien», extraídos de la famosa leyenda incluida en el «Silmarillion»,
que narraba la preciosa historia de amor entre estos dos elfos.
Enterrado tres veces
Otro de los grandes escritores de la literatura francesa, Alejandro
Dumas, fue enterrado hasta tres veces. En primer lugar, los restos
del legendario autor de «Los tres mosqueteros» fueron enterrados en Puy, donde
murió en 1895. Después, fueron trasladados a Villers-Cotterêts, su ciudad
natal. Y por último, en 2002, tras una serie de ceremonias nacionales en las
que participó el mismo presidente del Gobierno, Jacques Chirac, recibió
sepultura en el Panteón de París, entre las tumbas de Émile
Zola y Víctor
Hugo.
Fue precisamente con motivo del entierro de este último, bajo la
Tercera República francesa, cuando el Panteón, que había sido construido en
1764, se convirtió en un edificio destinado a albergar los cuerpos de hombres
ilustres. Por ejemplo, Voltaire, enterrado
allí tras la Revolución Francesa, en 1791. Su tumba, flanqueada por una enorme
escultura atribuida a Jean-Antoine
Houdon, está ubicada frente a la de su enemigo con la siguiente
inscripción: «Combatió a los ateos y a los fanáticos. Inspiró la tolerancia.
Reclamó los derechos del hombre contra la esclavitud de la feudalidad».
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