jueves, 21 de agosto de 2014

JORGE SOUZA EN EL SEMINARIO, Hugo Gutiérrez Vega

Hugo Gutiérrez Vega
Jorge Souza en el seminario



Jorge Souza. Fuente: Youtube
Tiene razón Jorge Souza cuando reflexiona sobre su poética, pues conviene que el escritor se detenga, de tiempo en tiempo, a pensar sobre las razones de su quehacer. Encontrar de qué materiales están hechas las palabras del poema es una empresa que todo escritor debe enfrentar en algún momento de su vida y de su trabajo. Shakespeare decía que estamos hechos de la materia de los sueños. Si eso sucede en el terreno de nuestros egos, es claro que en el trabajo poético adquiere nuevos elementos oníricos que, como lo descubrió Freud, tienen su origen en las regiones del inconsciente. La palabra es el camino para dar forma y comunicar esas ensoñaciones. Una anécdota contada por el poeta griego Yorgos Seferis ilustrará mejor estas especulaciones: era diplomático de carrera y, después de la invasión nazi a Grecia, huyó con la familia real, en su calidad de secretario general del Ministerio de Exteriores. El gobierno en el exilio se estableció en Alejandría bajo la protección del ejército británico. Al poco tiempo, Seferis fue mandado a Londres en misión especial. Lo primero que hizo a su llegada fue comunicarse con T. S. Eliot, a quien había conocido en su primer estancia londinense. Se reunieron a comer y Seferis le manifestó su preocupación porque durante meses no había podido escribir un poema. La problemática griega y la terrible dominación nazi ocupaban todo su pensamiento. Eliot lo tranquilizó diciéndole que era conveniente que los poetas tuvieran una actividad para mantenerse en contacto con la realidad, ya que una buena parte de la nebulosa inicial del poema proviene directamente del inconsciente. Seferis replicó que las preocupaciones habían invadido ya el contenido de sus sueños. “Saque el poema de sus sueños y dele forma para que comunique su carga emotiva. Escriba prosa y de ella extraiga la materia de su nueva poesía”.

Tiene razón Jorge Souza cuando nos dice que los temas de la poesía son tan interminables como las palabras. El poeta, después de Eliot, dio salida a los temas que antes no formaban parte del exclusivo lenguaje poético. Después de Eliot podemos hablar de pacientes eterizados y compararlos con el crepúsculo; de tabernas con aserrín y ostras tiradas en el suelo y, al mismo tiempo, hablar de Miguel Ángel y de la nieve en la que nacen los puntuales narcisos del equinoccio de primavera.

Todo esto pertenece al mundo de las sensaciones que Souza analiza para nuestra fortuna desde una perspectiva lírica y sin intromisiones psicoanalíticas.
López Velarde, en una visita a Lagos de Moreno, fue a saludar al poeta González León. Se reunieron en la trasbotica y el jerezano le pidió al laguense que le leyera uno de sus poemas. Don Francisco, tímido e inseguro, leyó dos o tres que deslumbraron al padre soltero de la poesía mexicana moderna. González León no estaba interesado en publicar y, aunque sabía el valor de su voz, tenía miedo de enfrentar a los críticos de la pedante ciudad capital. López Velarde le pidió sus poemas, que estaban escritos en papel de estraza, y se los llevó. Al poco tiempo apareció el mejor libro del poeta de Lagos: Campanas de la tarde, con un prólogo entusiasta escrito por el jerezano. Estas son algunas de las opiniones del prólogo: “Monje de emociones intermedias”, “su originalidad es la de las sensaciones”, “su simplicidad tiene paréntesis laberínticos”, “él sabe que la poesía es el pasmo de los cinco sentidos”, “la originalidad es el sexo mismo del poeta”.

Así como López Velarde hace muchos años, Jorge Souza en esta velada de su ingreso al Seminario de Cultura Mexicana, navegó los mares de Baudelaire y se afilió al flexible credo simbolista. Bienvenido al Seminario, amigo Jorge. Estás reflexionando sobre el ser de la poesía y sobre su función en la vida de la humanidad. Esto significa que, desde tu primer trabajo, has enriquecido el caudal de conocimientos que dan vida y sentido al Seminario.


Fe de erratas
El duende de la edición quiso que de dos grandes escritores saliera uno solo, cuya única virtud es su absoluta inexistencia: Henry Camus James. Naturalmente, el Bazar de la semana pasada se refería a Henry James. Ofrecemos una disculpa a nuestros lectores.

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