martes, 14 de agosto de 2012

HAROLD ALVARADO TENORIO, por Ricardo Cuéllar Valencia


Harold Alvarado Tenorio
Por Ricardo Cuéllar Valencia
El Heraldo de Chiapas, Agosto 1 de 2012

Conocí Harold Alvarado Tenorio a mediados de los años setentas y fundé con él desde entonces una relación entrañable. Éramos un grupo de profesores que se reunía cada semana a leer poesía mientras libábamos decilitros de néctar de malta, el caldo que mas ha gustado al poeta y que disfrutaban nuestros amigos José Miguel Vilches, Victor Paz Otero, Hernán Henao, Dora Tamayo, Socorro Betancur o Álvaro Molina Mallarino, que prefería los fines de semana aliviar el cuerpo con La leche de la mujer amada, un vino que ofrecían en el Hotel Pacifico, en cuyo salón,  regentado por un par de ancianas nazis al sur de Colombia, sonaba incansable una vieja orquesta de cobres todos los fines de semana.
Alvarado Tenorio ha ejercido el periodismo con una entrega esclarecedora. Reinauguró entre nosotros, como lo ha sostenido Antonio Caballero Holguín, el arte de las diatribas más demoledoras de que tengamos memoria, tanto como para que la revista Arcadia le denominara el nuevo Sainte-Beuve. Sus crónicas literarias son leídas con atención. Sabe tratar la ironía sin piedad, la burla mordaz, la denuncia implacable o la  provocación con festivo sarcasmo. Siempre ha  tenido ese espíritu crítico y demoledor. No es cosa reciente. Tiene raíces en su búsqueda de las secretas sendas de la poesía. Quien piense lo contrario se equivoca.
Andando el tiempo se convirtió en uno de los más agudos lectores de la literatura hispanoamericana,  con muy especial atención en la poesía colombiana. Sus ideas de la poesía las fue delineando con finas pinzas críticas hasta llegar a  dibujar una geografía de extremo rigor que lo ha conducido a ser el más sagaz analista de muchos de los bardos nacionales, con atención fervorosa a los de su generación. Esta radical postura le ha conducido a polémicas por revelar la manera como se han relacionado con las burocracias de turno del país y de otros mundos. Sus denuncias son múltiples y las confrontaciones numerosas. Muchas de ellas comparto. No participo de sus radicales lecturas contra el surrealismo y  algunos poetas como Álvaro Mutis, porque se ocupa, en su caso,  más de otros asuntos que de su poesía. De estos temas hemos tratado personalmente.
Varios de sus escritos y panfletos, procuran desfondar mitos, diluir fantasmas milenarios de la cultura, desnudar figuras acartonadas, esclarecer situaciones o delatar complicidades contextualizándolas; rastrea genealogías literarias;  se regodea, con humor,  cáustico e insolente entre obsesiones y delirios;  denuncia impostores; no deja de observar y evidenciar las maquinarias burocráticas que otorgan, sin pudor, premios literarios y otras prebendas. A veces es directamente provocador. Se sumerge en la historia social, política y cultural para entender realidades literarias y desentrañar la presencia de ciertos personajes y nefastos protagonistas de la cultura. Con autoridad intelectual se coloca del lado de la exigencia para cuestionar ciertos escritores. En fin. Este es apenas un retrato parcial del periodista donde aparece a veces el conservador, a veces el liberal, a veces el anarquista. Difícil, de verdad, clasificarlo. Otro es el hombre solitario. El que sufre. Aquel doliente sumergido en una trenzada sensibilidad que desde el padecimiento físico, psicológico o espiritual pasa por los raptos de lucidez que sabiamente acata el poeta que lo posee. Es sobre todo un poeta.
Harold Alvarado Tenorio es un poeta, un crítico y un periodista cultural de primera línea. No es necesario compartir sus ideas y posturas para reconocer sus aportes en varios sentidos. Su obra poética crece con el paso de los años, en los que toca esencias de la condición humana, partiendo, siempre, de los clásicos de todos los tiempos, con una fineza que se aloja en la nostalgia, la ironía y las revelaciones  del amor y el erotismo como  pocos. Ha llegado a distanciarse del poema largo. Lo seducen las líneas precisas, el verso clarividente, en la línea lírica tan antigua como moderna. Con Borges y Paz aprendió a leer en los griegos y latinos. Sus estudios, comentarios y entrevistas con el argentino son excelentes, más allá de la pretensión del trabajo periodístico dado que rebasan las manidas y epidérmicas referencias al escritor. Sus traducciones de Kavafis al español, con la ayuda de Rena Franzis, siguen siendo de las mejores por la manera como se apropia de un lenguaje poético donde los saberes del cuerpo dan vida a una poesía propia de nuestro tiempo. No puedo de dejar de mencionar sus sabias traducciones de T.S. Eliot y de  otros que nos ha puesto en las manos en diferentes publicaciones. La antología de la poesía amorosa china es un aporte, no sólo por la novedad, sino por la manera como entra a ella, desde la historia de la misma en su memorable ensayo introductorio, hasta lograr comunicarnos con creadores tan distantes, diferentes en los lenguajes y culturas, pero al fin poetas que Alvarado Tenorio, desde condiciones subjetivas muy personales pudo leer y acercarnos a ellos.
No hay poeta colombiano del siglo XX del que Alvarado Tenorio no se haya ocupado, y ha aportado, en varios casos, antologías y estudios sociológicos y literarios de necesaria referencia. Sus polémicos exámenes críticos de los contemporáneos son los que mayor reserva o encono han suscitado. Ha meditado sobre la historia de Colombia y otras naciones. Ha pensado en voz alta sobre la condición humana. Este hombre crítico y polémico, arrojado a las lecturas más audaces y siniestras de sus coetáneos, es un vate que somete la poesía a sus más finas y agudas reflexiones y, por descontado, a un trabajo de creación implacable.

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