De nuevo los ocres
matizan el paisaje
con semblante de añoranza y purpurina…
Alineadas, casi en fila,
dormitan las hojas su tristeza
mientras ceden el pulso, casi en trance
expirando silentes su agonía
hasta que el despertar de primavera
las devuelva a la vida que renace.
Todo es cíclico,
todo muere, retoña y sobrevive
hasta el fin de su etapa,
cuando la última eclosión
concluya el ciclo
y disipe en la nada su existencia.
¿Recuerdas…?
Más o menos así, comenzó todo,
como triste balada moribunda
que utiliza el otoño,
carente de recursos
para entonar un réquiem.
Me acomodo sigilosa en tu ayer,
me envuelvo en tus vocablos,
rememoro sin prisa tu discurso
austero en concordancia, como siempre,
y me cubro por fin
de indiferente anhelo
desde este presente firme que me acoge.
Porque hoy, es la vida que fluye,
es el tiempo inmediato
del aquí y el ahora,
el paisaje fecundo donde las estaciones
difuminan sus tonos más hermosos.
Hoy, es el dulce tacto que me viste,
es la joya pulida que me adorna,
la ternura que me habita
detrás de la coraza…
No, yo ya no invierto en arte desfasado
ni contemplo horizontes obsoletos
en cuadros mal pintados
con molduras de saldo.
Me pesan las edades de los años ajenos
y cultivo los propios
con abono selecto,
lejos del simple estiércol carente de materia.
Yo no venero dioses, ya lo sabes,
y me sobran estatuas niqueladas
pinceladas de brillo
que ocultan tras sus capas
el mortal deterioro
que el tiempo dejó en ellas,
sus consecuentes grietas,
y esa textura ajada
que distingue a las obras
cargadas de memoria.
Mi ornamento se expresa sin barnices,
transparente en su esencia
de forma y contenido…
Yo no distingo más grandes que los grandes,
esos que de verdad lo fueron
y tal consta en la historia
que así les reconoce…
Me nutro de su hacer
y de su maestría,
y de ellos tomo ejemplo,
porque no nacen genios a diario
y nunca me han gustado
las falsificaciones
ni los elogios sacados de contexto
que resuenan a falsos
por su exageración.
Tampoco esas supuestas
tendencias vanguardistas
que curtidas de absurdo,
han descartado normas esenciales,
y sin comas ni puntos
ni reglas necesarias,
cabalgan al galope
por la literatura
disfrazando incultura
con la excusa del arte de innovar.
Practico el vuelo libre, por decreto,
y mi espacio y mi tiempo, los reparto
a gusto y conveniencia
según mis prioridades.
Y no existe tirano
que logre someterme
ni diseño de jaula que me enclaustre
bajo la dictadura
de ninguna exigencia.
No se ha inventado aún, te lo aseguro,
el método capaz de detener mi impulso
ni aminorar mi fuerza
desde ningún mandato.
Me muevo por hecho y por derecho
según mis convicciones,
sin dogmas ni ataduras.
Y por imperativo,
no acepto más mandato
que no impulse la voz
de mi propia conciencia.
Así de libre soy y así me muestro,
defensora incansable
del “Yo” y sus restricciones,
y de las manos blancas
que acarician al roce
y buscan el contacto
de la sana amistad.
Yo elijo a mis amigos
según mis preferencias,
y detesto las voces que someten,
las que piden sin dar,
las que ejecutan
desde el verbo mordaz de la violencia.
Aborrezco el maltrato
en la extensa expansión de la palabra,
y condeno a la gente que disfruta
con la tristeza ajena.
Desprecio las conciencias impolutas
que se creen superiores
y alimentan su ego enfermizo
con lágrimas sagradas
mientras se erigen dueños
de la verdad absoluta,
como sabios doctores
de todas las doctrinas.
Por eso yace muerto
tu ayer en mi memoria,
como hojas de ese otoño
que han perdido tersura,
y agoniza su estatus, como el tuyo,
sin tintes de retorno.
Es la última eclosión de la que hablabas,
el fin del ciclo donde todo empezó,
donde todo termina, aquí y ahora,
porque la vida sigue cargada de presente,
y en la estación de flores
que alfombra mi camino
no queda un hueco libre
para estampar tus huellas.
¡Es fácil de entender!
¡Con el otoño has muerto…!
Te cubrirá el invierno
bajo su manto helado…
Sepultará la nieve
tu difuso recuerdo
y no habrá para ti más primaveras.
Caminaré dichosa, mientras tanto,
ungida en el perfume
que envuelve a mis preceptos,
serena, firme y noble desde mi indumentaria,
orgullosa en la lucha,
triunfante en la contienda,
por no haber sucumbido a tus dictados.
Y no me va a temblar, ya te lo advierto,
la suela del zapato,
si pasado el deshielo
asomas la cabeza por alguna ranura
y tengo que pisarla
hasta el último aliento
para vivir en paz y en armonía,
como aquí, como ahora,
donde todo es frescura y esperanza,
testimonio de vida,
valor fuerza y coraje,
transitando el sendero
hasta alcanzar la meta,
allá donde se encuentre
esa inscripción final…
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