A Carlos Adolfo
Yo muy bien que lo se,
te lo cuento
para que no te amarguen.
Pero esta vida no es rosa,
ni azul, ni tricolor,
ni fluorescente;
tampoco, he de decírtelo,
aunque me cueste trabajo,
ha sido pintada como el arco iris,
ni se ilumina como los luceros,
o flota inmarcesible, como la luna.
No, amado nieto:
la vida es buena y mala;
es oscura y luminosa,
es terrible y llorable
pero asimismo dulce, pero inmejorable.
La vida apenas es
del tamaño del hombre que la habita.
Del tamaño apenitas,
de la mujer que quieres;
o de los sueños gratos
que pretendas y habites.
La vida es, y no es.
Puede ser tanta luna como patria;
tan cabaña feliz y luminosa
como tu capacidad de amar.
Pero puede ensañarse y ser
una melancolía tan grande
como la telaraña
inmensa
que una cósmica patona
pueda tejer y extender.
No te espanto.
No quiero, espantarte, Carlos.
Pero sí te preocupo.
Para que tú te ocupes
y toques arpa y lluvia,
para iluminarlo todo.
No quiero aguar la fiesta,
porque la vida es una fiesta,
pero sí te suplico
abras muy bien los ojos:
y árboles, flores y amores
afines
para que esta música,
la del lirio que nace
en un corazón sincero,
mejore y acompase:
para tí,
para todos,
para tu época.
Y que eso
sea un compromiso,
si antes no ha estallado
esta vida
tan mala,
tan pésima,
tan gris, tan incolora
e insabora
que te hemos heredado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario