Alfonso Sánchez Arteche
Los gestos de Nezahualcóyotl
Con buen humor, el maestro Alfonso Sánchez Arteche parte de su infancia y
del mundo del cómic, género reprobado por los puritanos de los distintos pero
cercanos extremos, para encontrar al Acolhuatecuhtli Nezahualcóyotl. De las Vidas
ilustres y las Biografías selectas, ambos bien ilustrados, pasó a
los textos de Alva Ixtlilxóchitl y a otros trabajos canónicos. Se instaló ahí
por un tiempo y luego emprendió su aventura y, poco a poco, fue formando el
retrato del Acolmiztli (fuerza de jaguar), político, sabio, poeta y hombre de
carne y hueso, sueños, miedos, dolores y júbilos. Aquí está el retrato del
personaje y del hombre. Nada menos que todo un hombre, diría Unamuno.
Pertenezco a una generación de
mexicanos ilustrados, no precisamente por cultos sino porque, cuando algo
lograban aprender sobre otras épocas y civilizaciones, era gracias a los
suplementos y revistas de historietas, ese "veneno de papel" tan
inquisitorialmente perseguido por un magisterio como el de hace cuatro
décadas, émulo de Savonarola y Zumárraga. Si, como dice Marc Ferro, "la
imagen que tenemos de otros pueblos, y hasta de nosotros mismos, está
asociada a la Historia tal como se nos contó cuando éramos niños", es
indiscutible que para nosotros Tawa, Tarzán, Alma Grande y Chanoc, lo mismo
que Flash Gordon, Batman, Mandrake y Fantomas, formaron un sedimento de
etnohistoria ilustrada, ficticia y hasta perversa si se quiere, pero sólida e
indeleble. Y eso conlleva riesgos, como hace ya mucho tiempo advertían
Dorfman y Mattelart en Para leer al pato Donald. Sin embargo no me
avergüenza reconocer que el "Rey Poeta Nezalhualcóyotl" fue para
mí, antes que otra cosa, un héroe de cómic.
Circulaban,
al finalizar la década de los cincuenta, dos entrañables publicaciones, Vidas
Ilustres de Novaro y Biografías Selectas de edar, a las cuales me
aficioné por su narrativa prácticamente cinematográfica del pasado. Sobre
todo la segunda de ellas, impresa en sepia y de aparición semanal, se me
volvió lectura obligada, tal vez porque en sus páginas hallaba lo que no podían
darme los flamantes Libros de Texto Gratuitos, o sea un acercamiento al
accionar, el ambiente y la vida cotidiana de los "grandes
personajes", y lo que tampoco obtenía en las enciclopedias infantiles
libros de oro y tesoros de la juventud, casi todos de edición española, es
decir una visión del México anterior a la Conquista. Por Biografías... conocí
el mundo de Acamapichtli, Moctezuma Ilhuicamina y Nezahualcóyotl; a partir de
entonces, cada vez que leo algún estudio histórico o biográfico acerca de estos
personajes, es inevitable que vuelvan a mi mente aquellas imágenes
primordiales, producidas por guionistas y dibujantes que, con mayor o menor
acierto, intentaron reconstruir las escenas de un México desaparecido varios
siglos atrás.
No por su humildad considero que
deba menospreciarse este medio de divulgación, acaso no tan sospechoso de
manoseo ideológico como los textos formales de "historia patria",
pues en la América de "venas abiertas" como apunta Eduardo Galeano
en Memoria del fuego"nos enseñaban el tiempo pasado para que nos
resignáramos, conciencias vaciadas, al tiempo presente; no para hacer la
historia, que ya estaba hecha, sino para aceptarla". Por el contrario,
al revitalizar el pasado, la historieta actualiza sus razones y efectos; aun
podría pensarse que contar la historia prehispánica con dibujos, más que
desvirtuarla, significa la mejor forma de restituirla a sus fuentes
originales, los "libros de pinturas" hoy llamados códices
mesoamericanos. Pero este es un supuesto erróneo: Ya que según explica
María Sten "los códices constituyen una especie de memoranda, escritos
por sacerdotes [...] y que sólo los propios sacerdotes eran capaces de
descifrar", el moderno género de narrativa dirigida al vulgo, la "literatura
en estampas" concebida por Rodolphe Töppfer, sirve a necesidades
distintas de las que originaron aquel viejo sistema de escritura.
Un rasgo
esencial del cómic, como es la filacteria, burbuja, balón o globo en el cual
de acuerdo con Annie Barton-Carvals se introducen los textos narrativos o
dialógicos para hacer comprensible el relato, no aparecía originalmente en
los "libros de pinturas" y hubo de ser añadido tiempo después de la
Conquista, con caracteres latinos, ya fuese en alguna lengua indígena el
náhuatl de preferencia o bien en su traducción al español por ciertos
frailes cronistas y sus colaboradores indígenas, que recuperaron los textos
del único lugar donde podían haberse conservado, esa filacteria viva que era
la memoria de unos cuantos sabios sobrevivientes del colapso cultural. Por
otra parte, el sacerdote-escribiente mesoamericano o tlacuilo estaba
adiestrado para reproducir palabras mediante un código de signos
convencionales que, si bien eran pictográficos, no tenían el propósito de
lograr una representación naturalista de lugares, personas o cosas. Por ello
es que, aunque nos hayan transmitido el recuerdo de numerosos hechos
históricos, la imagen de sus protagonistas está dada en conjuntos de signos
que denotan un puesto de autoridad asociado a un nombre propio.
En Nezahualcóyotl,
vida y obra, José Luis Martínez deplora que entre la copiosa información
referente al insigne gobernante de Tezcoco no haya una sola que describa su
aspecto físico, característica que tiene en común, "salvo rarísimas
excepciones, con los demás personajes del mundo indígena". Así,
"nada sabemos de cómo era Nezahualcóyotl", enfatiza Martínez;
"sabemos de sus acciones y de sus pensamientos, pero no tenemos un solo
rastro de su persona". Hay, ciertamente, láminas que lo representan de
cuerpo entero, ya sea de pie y con sus arreos de guerra, o bien sentado y en
actitud reflexiva, pero todas ellas son posteriores a la Conquista y siguen
el modelo europeo del retrato. Tratándose de escritura indígena, en los
testimonios pictográficos de la región acolhua, al igual que en otras fuentes
del altiplano central, se le reconoce por el glifo de su primer nombre, que
significa "Coyote en penitencia".
En el Códice
Florentino, realizado por colegiales de Santa Cruz de Tlatelolco bajo la
dirección de fray Bernardino de Sahagún, están representados trece
gobernantes tezcucanos, siete de los cuales se sucedieron en el poder
hasta la toma de Tenochtitlan. Pues bien, todos los personajes de esta serie
fueron figurados con el mismo ideograma: un hombre sentado en su trono de
juncos entretejidos, o equipal, símbolo de señorío o autoridad
expresada en el difrasismo náhuatl in icpalli in petatl, "el
asiento, la estera"; refuerzan este sentido el copilli o diadema
que ciñe la frente del sujeto, otro indicador del poder que ejerce, así como
la manta ricamente bordada que cubre la parte delantera de su cuerpo. Lo
único que los hace distintos es el glifo del nombre dibujado a la izquierda
de cada uno de ellos y el diseño de su capa, al parecer sólo un muestrario de
la "moda señorial masculina" de esos tiempos, pues el propio
códice, en otra parte, describe ocho diferentes motivos ornamentales para la
confección de semejantes prendas.
No obstante lo anterior, si se
observa con cuidado el "retrato" de Nezahualcóyotl que ofrece esta
fuente, es evidente que, en contraste con el vistoso atavío de sus
antecesores o descendientes, su manta es blanca, lisa y prácticamente sin
adorno, apenas ribeteada con una cinta roja en las orillas. ¿Puede ser casual
tal sobriedad mostrada en el atuendo del más poderoso de los gobernantes
acolhuas? ¿Es quizás esta imagen de un Nezahualcóyotl austero la que el
sacerdocio rector de la escritura quiso transmitir a la posteridad? Resulta
difícil saberlo, al menos guiándose sólo por los testimonios pictográficos,
la mayoría de ellos copias como es el caso del Florentino hechas
teniendo a la vista sus originales prehispánicos, pero a veces con descuido o
bajo la influencia de conceptos pictóricos europeos. Por otra parte si, como
ya se ha expuesto, los glifos eran sólo un dispositivo mnemotécnico en el arte
de la memoria mesoamericano (en algunos aspectos análogo a los sistemas
grecolatino, medieval y renacentista estudiados por la inglesa Frances A.
Yates), más que como ilustraciones tendrían que ser vistos como signos de
escritura sólo comprensibles a partir del discurso codificado en ellos.
Para
fortuna nuestra, hubo quien se preocupara por recuperar estos textos. Lo que
hoy conocemos sobre la vida, los hechos y el pensamiento de Nezahualcóyotl,
entre otros, se debe fundamentalmente a los esfuerzos de un historiador
franciscano injustamente menospreciado, Juan de Torquemada en la Monarquía
indiana, y de un cronista castizo, el descendiente y biógrafo por
excelencia de los príncipes de Tezcoco, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl en la Historia
de la nación chichimeca, su obra más rigurosa y exhaustiva. El segundo de
ellos declara haber obtenido sus informes entre los nobles sobrevivientes de
las principales cabeceras indígenas. De estas fuentes ya virreinales, y de
quienes recopilaron los cantos en náhuatl, atribuidos a Nezahualcóyotl, su
hijo Nezahualpilli y su nieto Cacamatzin, proceden las modernas biografías de
estos personajes, incluso las adaptadas para historieta. Pero aún queda en
pie la duda acerca de cómo reconstruir y poner en contexto la imagen de estos
protagonistas del pasado prehispánico cuyos rasgos faciales, ademanes y
posturas corporales nos resultan prácticamente irrecuperables.
Ante un
problema similar, el historiador francés de las mentalidades Jacques Le Goff
propone, en su breve artículo "Los gestos de san Luis" (incluido en
Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval), el
"enfoque de un modelo y de una personalidad". Toma Le Goff como
premisa que "los gestos de una sociedad constituyen un lenguaje, y como
tal, la gestualidad está codificada y controlada por las instancias
ideológicas y políticas de una sociedad". Luis ii de Francia, un rey del
siglo xiii que por sus actos de devoción sería canonizado, vivió una época en
que los comportamientos físicos se hallaban rígidamente reglamentados por la
Iglesia católica, en su afán por destruir los sistemas de gestos paganos cuya
manifestación extrema era la gesticulación de los "poseídos por el
demonio". Dado que no se ha preservado un solo retrato de este rey y
que, aún habiéndolo, poco se podría inferir de él, porque la representación
realista de las personas se desarrolló tardíamente en la Edad Media, el
historiador plantea dos líneas de investigación: la primera de ellas retoma
el estudio que éste y otros autores han hecho sobre los sistemas que normaban
la gestualidad medieval; la otra centra el análisis en los gestos, presentes
de manera expresa o tácita en los escritos biográficos contemporáneos del personaje,
mas tipificados en tres grupos: gestos implícitos, pasivos o negativos.
Para el
caso de Nezahualcóyotl, un ejercicio preliminar basado libremente en este
modelo, implicaría determinar antes que nada los sistemas de gestos que
normaban a la sociedad mesoamericana del siglo xv; en segundo lugar, rastrear
la gestualidad del individuo en los textos que documentan su biografía, aun a
sabiendas de que ninguno de ellos es de primera mano, pues fueron recuperados
de la tradición oral cuando había pasado más de un siglo desde la muerte del
personaje. Sin embargo, las prácticas de mnemotecnia de esta cultura
garantizaban una relativa fidelidad en la conservación de los textos. Prueba
de ello es que los informantes de Andrés de Olmos y Sahagún retenían en la mente
extensas piezas oratorias, como las pláticas de los viejos (Huehuetlatolli)
o los discursos que se pronunciaban en ciertas ocasiones solemnes; este
compendio de antigua retórica indígena constituye hoy una fuente invaluable
para reconstruir códigos gestuales mesoamericanos.
La
alocución que un gobernante recién electo dirigía al dios Tezcatlipoca
contiene una clave para reconocer la actitud autodespectiva que se exigía de
un príncipe en el momento de asumir el poder: "Bien sé que me tenéis
conocido, que soy un pobre hombre y de baja suerte, nacido y criado entre
estiércol, hombre de poca razón y de bajo juicio, lleno de muchos defectos y
faltas." En el texto náhuatl del Códice Florentino se lee
"ni maceoalli", cuya traducción es "soy hombre del pueblo",
aunque metafóricamente se hacía extensivo a todo el género humano, por haber
surgido según un mito antropogénico del autosacrificio de Quetzalcóatl. Ya
que maceoalli o maceualli significa "mérito,
recompensa", dice Miguel León-Portilla que los hombres "se llamaron
entonces macehuales, que quiere decir los merecidos". En esa economía
moral, la vida de un hombre estaría señalada por sus merecimientos.
Tal como la cuenta Alva
Ixtlilxóchitl, la biografía de Nezahualcóyotl se halla escindida por su ascenso
al rango de Chichimecatecuhtli o Acolhuatecuhtli, que le
corresponde no por méritos propios sino como herencia de su padre, asesinado
y derrocado por el señor de Azcapotzalco, Tezozómoc. Antes del momento de su
reivindicación, dominan en el príncipe los gestos pasivos de dolor,
penitencia y acatamiento. Preso por haber cometido un crimen imprudente que
está a punto de costarle la vida, su carcelero decide tomar sobre sí la
condena capital "que no era justo que en él se ejecutase, pues era sucesor
del imperio". Desde ese salvamento, Nezahualcóyotl sobrevive a una serie
de intrigas que para matarlo urden Tezozómoc y su hijo Maxtla, de las cuales
el joven escapa, no tanto por obra de su astucia sino por la oportuna
intervención de sus adeptos o por las prudentes advertencias de sus
consejeros. Da la impresión de que en la primera parte de su vida, el héroe
hubiese querido hacer honor a su título de Coyote en Penitencia. El glifo que
lo representa es la cabeza de este animal rodeada por cuerdas de autosacrificio
o nezahualmécatl, e informa el dominico Diego Durán que
"significan estas sogas ásperas la penitencia y aspereza de la vida que
hacían los que servían a los dioses, y así dicen que Nezahualcóyotl y su hijo
Nezahualpilli tomaron el nombre de estas sogas".
Pero el
personaje tuvo un segundo título, Acolmiztli (de acolli, "hombro,
músculo o fuerza" y miztli, "león americano, puma,
jaguar"), símbolo de los gestos activos que caracterizarán sus acciones
a partir de que sacrifica a su rival Maxtla en honor de los dioses y logra
recuperar el sitial de sus mayores. Alva Ixtlilxóchitl resume estos méritos
en su Compendio histórico del Reino de Tezcoco: mató a doce reyes por
sus propias manos, participó invicto en treinta y tantas batallas, sujetó a
cuarenta y cuatro reinos o provincias; pero también fue "uno de los
mayores sabios que tuvo esta tierra [...], grandísimo filósofo y astrólogo
[...] hombre de gran gobierno y justiciero [...] misericordioso y
caritativo". Tal vez por tales virtudes deseara ser recordado, pues
cuenta el citado biógrafo que un día el héroe quiso perpetuar su imagen dado
que "andando el tiempo sus descendientes oyendo sus hechos y hazañas
desearían verle y conocerle, el cual deseo se les cumpliría en ver su
retrato". Con tal fin habría ordenado la realización de su efigie por
diversos artesanos, para terminar escogiendo la figura de un león sin duda
el ideograma de Acolmiztli, labrada en una peña. Posiblemente éste haya sido
su único "retrato oficial"; imagen que, por lo visto, más que con
la representación de cuerpo y rostro, tenía que ver con la connotación
simbólica de las palabras. Identidad entre nombre y acciones de un personaje
que, sólo por sus códigos gestuales, no era la del cómic.
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sábado, 24 de noviembre de 2012
LOS GESTOS DE NEZAHUALCÓYOTL, Alfonso Sánchez Arteche
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