El fin del futuro y la crítica marxista
Carlos Oliva Mendoza
Un aspecto que siempre ha distinguido a la tradición marxista es lo que Walter Benjamin llamó su capacidad de prognosis: su sagacidad para hacer pronósticos. Sobre el tema, el pensamiento de Marx sigue mostrando su fuerza descomunal. Este elemento es tan importante para el marxismo que, junto a las diversas formas de la crítica dentro del discurso social, se puede decir que existe una crítica prognóstica, esto es, una crítica que tiene su objetivo central en develar una intuición sobre el futuro.
Este complejo procedimiento ha aturdido a algunos críticos de derecha que han descalificado una y otra vez al marxismo, al compararlo con una nueva teleología y teología dentro de la modernidad. A su parecer, el marxismo es un pensamiento que siempre tendría una finalidad histórica y sacra y, por lo tanto, presupondría la existencia, si no de divinidades –para eso están las heroínas y los héroes revolucionarios, dirían los derechistas–, sí de una serie de máximas morales e ideológicas que funcionan de manera cuasi religiosa dentro de los discursos de izquierda. Algo hubo y hay de esto, claro está, en el terrible siglo XX y lo que va delXXI, sobre todo en aquellos países donde grupos usurparon, por cinismo o incompetencia, los desarrollos más claros del marxismo de los siglos en el período referido.
Si pensamos un poco en lo que escribió Benjamin al respecto, sobre todo en su famoso libro La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica, podremos entender algunas de las características de esa llamada crítica como prognosis.
A diferencia de la crítica llamada trascendental, que implica estudiar y hacer claras las posibilidades en que nuestro conocimiento acontece y permanecer anclados en este conocimiento, de tal forma que esto nos impida rebasar esas condiciones, a menos que la misma crítica nos muestre su ampliación o incluso reducción, la crítica entendida como prognosis no fija su interés en develar las condiciones en que se produce nuestro conocimiento y remarcar los límites del mismo.
A diferencia de la crítica especulativa, que intenta crear objetos de conocimiento a través de un muy complejo proceso de auto reflexividad de la tradición, la crítica como prognosis ha descartado de antemano la posibilidad de que tales objetos puedan ser postulados.
Cartel tomado de: marxismocritico.com |
Detengámonos un poco más en estas comparaciones. La mayoría de nuestro conocimiento se forma, genera y regenera, a través de formas especulativas; sin embargo, cuando vamos produciendo en nuestro ámbito personal y comunitario espacios de ilustración sociales e individuales, el procedimiento especulativo se vuelve más dudoso y tendemos a eso que se llama crítica trascendental o, podríamos llamarla, crítica formal de nuestras formas de vida.
Esta crítica formal realmente crea formas de comportamiento cotidiano, tiende a reconocer cada vez con mayor certeza una serie de elementos particulares –y a veces novedosos– que, precisamente por su imposibilidad de revelar formas morales perennes o virtudes máximas, muestran que las condiciones de mi conocimiento son precarias y delimitadas. En consecuencia, y de forma constante, voy alcanzando estados prudenciales o irónicos (formas de la tristeza, quizá diría Spinoza), que implican tacto, civilidad, reflexión o choteo, relajo, comicidad sobre cada caso particular.
Se trata de una crítica, la trascendental o formal, que siempre es negativa, pues me muestra los límites de mi propio conocimiento y, paradójicamente, me lleva a un estado permanente de duda, reflexión o ironía sobre todos mis asertos. Terminaríamos, pues, como un personaje de Kafka si realmente sólo esta forma de conocimiento y crítica rigiera nuestras vidas. Por esta razón es que tal crítica siempre se acompaña de u opera junto a una crítica de carácter especulativo.
La especulación, como su nombre lo hace presentir, es un procedimiento que tiene que ver con el espejo, lo especular, e incluso sus derivas más lejanas como lo espectral. Parte de un principio cósmico y bello: todo es mi reflejo y yo soy reflejo de todo. Como todo principio bello en el fondo es un principio de terror; si lo traducimos, podemos decir lo siguiente: nada existe, todas las cosas son un reflejo de algo, no hay un solo elemento fijo en el mundo. Como diría Borges, en realidad nadie conoce su rostro.
El principio es de tal negatividad que implica y fomenta la especulación. No podemos, sencillamente, dar por cierto el principio porque nos conduce a la inmovilidad total, por eso se critica el principio con su anverso positivo, todo existe y, en el tiempo, hay algunos reflejos más poderosos que otros. Así, las religiones son formas metacríticas de la especulación; también la invención de las naciones y los imperios, los sistemas políticos, incluso esa siempre potencial caricatura: la personalidad.
En realidad, gran parte de nuestro comportamiento es de carácter especular. Por ejemplo, cuando ejercemos nuestra autoridad, ya sea en ámbitos limitados o inmensos, siempre está operando una crítica especular –afirmativa o negativa– a nuestras formas de transmisión tradicionales del conocimiento: a nuestras parejas, familias, gobiernos, formas de educación, creación, alucinación y un largo etcétera. Esta forma de crítica, sin embargo, no termina siendo dogmática. Esencialmente por una razón, siempre hay una especulación tan poderosa como aquella que creemos tener y eso hace que podamos cambiar en el tiempo nuestros fundamentos especulativos, aunque esto también puede implicar, como lo sabemos, formas de violencia muy radical contra los otros, las otras y nosotros mismos.
La otra salida frente al dogmatismo, no del todo cierta porque realmente es inconmensurable con esta crítica, es una vez más la crítica formal o trascendental, la que cree en un ejercicio cotidiano de la razón, el autoexamen, la reflexividad, la ironía y el escarnio propio. Aquella crítica que cree que finalmente tenemos una voluntad libre que se afirma en el proceso de razonamiento.
Podríamos seguir pensando y platicando mucho tiempo sobre esta forma de la crítica y dar ejemplos a favor o en contra, pero el asunto aquí es otro; se trata de hablar de una práctica, el marxismo, que parte de la creencia, en efecto especulativa y en efecto trascendental, de que ambas críticas son incompatibles con el mundo del capitalismo romántico del XIX y ya imposibles en el capitalismo hecho barbarie en el siglo XX.
La crítica como prognosis parte de la idea de que no hay una sola verdad de larga duración en el tiempo que pueda regir sobre las especulaciones ni, por otro lado, un proceso de ilustración y humanismo que nos permita llegar a ese estado nirvánico de la razón negativa: la crítica como autoconocimiento de sus limitaciones.
Frente a esas dos debacles se alza la posibilidad de hacer pronósticos. No designios, sino simples ideas que adelantan las posibilidades del futuro. Además, las adelantan no para esperar por ellas, como lo haría la especulación; tampoco como certezas temporales, para fundamentar nuestro conocimiento, como lo haría el formalismo crítico, sino que hace sus pronósticos para que no se cumplan, para evitar que el sistema se desarrolle en sus crisis y barbarie, tal como lo hace el capitalismo ahora.
Benjamin es muy preciso, se trata de una crítica que hace un montaje de los elementos que reconoce –sobre todo de forma trivial y distraída– y, desde ese montaje, pronostica cómo continuará la obra. ¿Por qué el montaje? Porque la realidad, como en el cine, ya no existe sustancialmente, sino que es creada artificialmente por las necesidades del capitalismo.
En este contexto, el marxismo crítico se movió siempre hacia la crítica formal de las dogmáticas de especulación capitalista y de las que desarrollara el socialismo en el siglo XX; sin embargo, en sus momentos más lúcidos siempre regresó al ejemplo de Marx: desconstrucciones y montajes radicales que pronosticaban la barbarie ya presente en la sociedad.
La clave, realmente, se encuentra en un descubrimiento del propio Marx: en el capitalismo todo es simultáneo, la invención de una escasez artificial en un mundo hiperdesarrollado, la acumulación de la ganancia, la explotación de hombres y mujeres, la eliminación del mundo natural, el crimen organizado e institucionalizado. Al ser todo simultáneo, al estar atrapados en esta esfera demencial del capital, no podemos presuponer un mundo moralmente superior, ajeno a esa simultaneidad, porque no existe una fuga densa y clara en el tiempo pasado o en el tiempo de lo porvenir que sostenga una idea contraria. Tampoco podemos pensar en un ideal futuro que emane de la crítica negativa del conocimiento mismo, esto se vuelve elitista o autoritario o perverso si se encarna, por ejemplo, en el seudoconocimiento que transmiten los grandes medios de comunicación.
Todo está aquí, ya no hay nada antes, más que trabajo muerto y acumulado como capital; ni nada en el futuro, más que las ruinas que hoy la sociedad civil oculta, tan sola y capaz ella, en sus alegres y afirmativas formas de comunicación.
En ese contexto, lo que podemos hacer es tomar piezas de este mundo, en el que el futuro ya es simultáneo al presente, y montarlas para mostrar cómo es y será lo que acontece hoy, y así resistir desde ahora a ese futuro que nos aparece cotidianamente como lo inverosímil, lo criminal, lo absurdo. Como lo sintetizaban algunos de los y las zapatistas ilustrados hace más de diez años, en esa frase que terminó volviéndose una tragedia nacional: “nosotros ya somos ustedes”. Una frase que, sin embargo, encarnó en un montaje más violento de carácter prognóstico, una frase donde se finca nuestra resistencia: “nosotros ya somos los muertos”.
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