domingo, 26 de mayo de 2013

LA PALABRA Y EL RUIDO, Javier Sicilia

Javier Sicilia
La palabra y el ruido
Entrado el siglo XX, Charles Péguy escribió una frase triste y terrible que definía muy bien el destino de la palabra en la modernidad: “Nada es más viejo que el periódico de ayer.” Hoy, cien años después, habría que actualizarla: “Nada es más viejo que la noticia de hace una hora.” La palabra, es decir, la que guarda y dice el sentido del mundo, se ha degradado por la velocidad mediática. Desde el periódico de Péguy hasta Twitter y Facebook de nuestra época, pasando por internet, la palabra ha dejado de ser pensamiento para convertirse en un mensaje relámpago o en una ocurrencia cuyo destino es el inmediato olvido. Todos hablan y juzgan en el espacio de la velocidad; nadie, por lo mismo, tiene tiempo de guardar silencio y escuchar. Sometida a ese ritmo, la realidad se ha convertido en un show donde todo es tan equivalente como banal. Igual en que en el espacio democrático de internet Hegel y Rimbaud ocupan el mismo rango que el último de los sitios pornográficos –basta con el acto banal de mover el mouse–, en el espacio de los periódicos, sean digitales o no, de Twitter o de Facebook, el horror y el dolor del crimen tienen el mismo rango de atención y la misma frecuencia de olvido que el último escándalo de un artista de la farándula, el último pleito político, el último triunfo deportivo o la más reciente y mediocre aventura que nos sucedió en la mañana. Cuando todo se vuelve importante ya nada lo es, y la palabra deja de tener sentido. Lo dice con el cinismo de la inconciencia la fórmula periodística que califica la realidad según el rating y el humor de quienes dirigen los medios: “Eso ya no es noticia.” Pertenece a la realidad de hace una hora.
Esa irresponsabilidad frente a la palabra que ha reducido la realidad a un mero y efímero espectáculo, tiene también otras consecuencias desastrosas: la desinformación. Es frecuente, en ese sentido, que quienes “cabecean” los reportajes o las entrevistas, tiendan, en nombre delshow, a malversar no sólo la realidad de la que dicen dar cuenta, sino la palabra misma del entrevistado. Cito, entre las miles que todos los días hay y entre las cientos que, como muchas, he tenido que padecer, una que ya está en el olvido: A raíz del asesinato de mi hijo Juan Francisco declaré que, con el poema que le escribí, me retiraba de la poesía. Dos años después, en una nueva entrevista, reiteré lo dicho. Al día siguiente, la cabeza era: “Sicilia se retira de la literatura.” Quien “cabeceó” la entrevista es un ignorante que confunde la poesía con todo el quehacer literario, o una víctima de la degradación de la palabra. Sea lo que sea, la palabra, en la era de la mayor comunicación de la humanidad, está vacía; se ha convertido en un ruido, en una banalidad que alimenta el efímero espectáculo al que hemos reducido la gravedad de la vida. Frente a esa degradación, habría que preguntarse: ¿Es la palabra que, devorada por la velocidad desproporcio‑ nada de los medios, perdió su capacidad para significar y develar la realidad, la creadora del caos social y político que vivimos? “Cuando la palabra –escribió en este sentido Octavio Paz– deja de significar, las sociedades se pierden y se prostituyen.” ¿Realmente los medios, como creen algunos, son neutros o, en realidad, como yo lo creo, y lo demostró Iván Illich en su espléndido libro La pérdida de los sentidos, cambian nuestra percepción de la realidad sometiéndola a deformaciones virtuales que nos alejan de ella y de sus profundas significaciones? Son preguntas fundamentales que nos interpelan en la encrucijada del parteaguas civilizatorio que nos tocó vivir.
Contra la banalidad de la comunicación mediática, deberíamos, como una ascética de la palabra, apagar y cerrar por temporadas los medios, y sumergirnos en el silencio de la lectura de una gran novela o de un gran poema. Leer a los grandes autores es aprender de nuevo a hacer silencio, a escuchar a otro y a pensar con su palabra. Es también devolverle los significados y su dignidad al lenguaje, al ser humano y a lo real.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón

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