domingo, 12 de mayo de 2013

UN PESCADO REFUTA LA EXTINCIÓN, Adolfo Castañón


Un pescado refuta la extinción*
Adolfo Castañón

Esturión blanco registrado como el más grande con 20 pies de largo y un peso de más de 1800 libras
¿Nostalgia, sentimentalismo, inquietante presagio?
Antonio no estaba seguro de por qué guardó un pez durante casi cuarenta años, envolviéndolo cuidadosamente y volviéndolo a envolver con regularidad, y asegurándose de que su esposa no lo dejara ablandarse cada que deshielaba el congelador.
Antonio, un peluquero de sesenta y tres años residente en un barrio obrero, situado a las orillas del Lago Erie, tuvo un oscuro presentimiento cuando cogió, allá por 1962, ese esturión azul de ojos saltones.
“Me la pasaba diciéndole a mi esposa que era más valioso conforme pasaba el tiempo.”
Cuatro décadas después, el esturión azul de ojos saltones se convirtió en una fascinante historia científica que casi parece un cuento de detectives y que algunos científicos creen que podría tener un desenlace fuera de lo común: la resurrección de las especies desaparecidas.
El esturión azul de ojos saltones, nativo exclusivamente de ese lago y que alguna vez abundaba tanto que movía una próspera industria comercial del pescado en los años treinta y cuarenta, tuvo el honor de ser declarado extinto en 1975, baja causada, decían los científicos, por la contaminación, la sobreexplotación y los cambios de costumbres, entre otras causas.
Desde entonces, los pescadores daban noticia de vez en cuando de haber visto lo que parecía un esturión azul de ojos saltones en los lagos más pequeños. ¿Lázaros en forma de pescados?
Es plausible la teoría de que durante los momentos más altos de la producción, la gente haya trasladado pequeños paquetes con peces vivos desde el Lago Erie hasta los lagos más pequeños para que la especie no muriera. Los biólogos generalmente daban por supuesto que aquellos esturiones eran en realidad un tipo de pez común en el Lago de Erie y no el verdadero esturión azul de ojos saltones. No podían estar seguros; buscaban en vano especímenes del esturión azul de ojos saltones bien conservados, de tal manera que el ADN pudiese ser extraído y comparado con el de otros peces. ¿Había desaparecido realmente el esturión azul de ojos saltones?
“Si sólo pudiésemos encontrar algún espécimen y verificar su sobrevivencia, entonces podríamos volver a poblar con ellos el Lago Erie”, dijo un biólogo impaciente.
Se quejaba de que el esturión azul de ojos saltones se hubiera perdido por completo, por razones ambientales (y es que el esturión llenaba como uno de los pocos peces de ese lago que desovaba en aguas profundas) y por razones económicas (soñaba en que el regreso del esturión azul a sus niveles previos añadiría más de 150 millones de dólares a la industria de la pesca en esa región).
La investigación progresaba a paso de tortuga, mientras los científicos sólo tenían la referencia del esturión proveniente de los museos, fiambres preservados en formol, lo cual hace que el ADN sea muy difícil de extraer. Si bien contaban con algunas escamas sobrevivientes de experimentos anteriores, el ADN era escaso y en última instancia decepcionante.

Foto: Brian Bienkowski
Existen dos tipos de peluqueros: los que escuchan y los que hablan. Afortunadamente para la ciencia, Antonio pertenecía a este último grupo, y mientras iba recortando barbas, bigotes y patillas, enjabonaba a los clientes con la conversación en torno a la eventual resurrección del esturión azul de ojos saltones. Antonio recordaba con nostalgia su infancia y la época dorada en que su padre no sólo vendía montones de ellos, sino que además hizo populares las tortas y sándwiches de pescado sin espinas. El niño que fue Antonio, recordaba el peluquero, se ponía las botas de hule, bajaba a la orilla del lago para limpiar pescado, y luego volvía a su casa con unas cuantas monedas en el bolsillo.
Antonio –un hombre modesto– trabajó como pescador para su padre hasta que la popularidad del pez empezó a declinar hacia 1957; pero una vez, en 1962, llegó a pescar con un simple anzuelo y una lámpara nocturna un ejemplar de casi medio metro de largo. Ese pescado era algo muy raro –lo sabía–; primero lo mantuvo vivo en una cubeta, luego trató de entrar en contacto con las oficinas encargadas de cuidar la vida silvestre; les iba ofreciendo el precioso pez-pescado como si fuese un tesoro –lo era–, pero los burócratas lo miraban indiferentes y burlones primero, y luego, hostiles. Uno de aquellos oficinistas le sugirió que lo dejara en libertad y lo devolviera a las aguas del lago: lo intentó, lo intentó, pero el animal estaba tan débil que ni siquiera pudo regresar a respirar en su elemento natural y murió.
María, la esposa del peluquero y pescador, aceptó abnegadamente los rituales que traía consigo la preservación del maldito pescado, aunque se daba cuenta de que era importante para su marido, quien quizá veía sobrevivir en él un residuo de su infancia. Ella deshielaba el congelador periódicamente, o bien trasladaba el bulto a otro congelador, o incluso amontonaba comida sobre él, pero siempre con mucho cuidado. El peluquero se jactaba: “Todos mis clientes sabían que yo tenía un esturión azul de ojos saltones en mi congelador. Pensaban que yo estaba loco.”
Un buen día de 1998, un cliente le trajo un artículo de un periódico local donde se hablaba de que había algunos científicos preguntándose si todavía existía el esturión azul. El peluquero saltó al teléfono dejando al cliente con el pelo a medio cortar y llamó a uno de los científicos. Tuvo suerte. Lo escuchó del otro lado una ictióloga, la doctora Carola Septién, de la Universidad de Cleveland. La bióloga de los peces a cargo de una reserva le pidió datos y luego le ofreció ir en persona a buscar al soñado pez.
“No se veía mal para haber estado treinta años guardado en un congelador –dijo el peluquero y custodio– salvo por una pequeña quemadura producida por el frío.”
A la doctora Septién, sin embargo, le interesaba mucho más lo que estaba dentro del animal. Luego de las pruebas, dijo con satisfacción: “Es un gran ADN. La investigación sería muy difícil de proseguir sin este animal.”
El equipo de la doctora Septién procedía sistemáticamente. Primero trataba de determinar el origen del esturión azul de ojos saltones que es, de hecho, una especie aparte y distinta de las otras parecidas. Luego se trataría de ver si las especies parecidas que habitan en los otros lagos son variedades de ésta o realmente el esturión azul de ojos saltones es único.
Ya para entonces, los pescadores de la región –no todos peluqueros– habían enviado supuestos esturiones azules de ojos saltones a la Dra. Septién, y al Servicio de Pesca de Vida Silvestre. Era inútil. Sólo el bicho de Antonio guardaba el precioso secreto. “Cuando lo desenvolví, mi estómago dio un salto”, dijo la doctora Septién, quien había visto cientos, pero sólo uno como éste. Ella quería estar segura de que el animal guardado por el peluquero durante tantos años era realmente el legendario esturión azul plata de ojos saltones y no cualquier otro pez parecido.
Antonio tomó su jubilación como peluquero. Por las tardes, afuera de su negocio, sigue hablando de las aventuras del esturión que se transformó en Lázaro.
New York Times, marzo 15 de 1999. Desde 1963: un pescado refuta la “extinción”. Transcribo, adapto y traslado una noticia de periódico, entre las muchas que guarda mi desordenada alacena, que sirvió de base a esta página cuya autora es la periodista Pam Belluck.

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