domingo, 12 de mayo de 2013

MÁS ALLÁ DE LA MÚSICA: GUERRA, DROGA Y NATURALEZA, Mariana Domínguez

Más allá de la música:
guerra, droga y naturaleza
 
Mariana Domínguez

“Sin música la vida sería un error”, escribió Nietzsche en una frase que pocos se atreverían a discutir. La historia de la humanidad ha estado siempre imbuida de música con distintas finalidades: rituales, religiosas, estéticas, de entretenimiento, expresión o comunicación. Sin embargo, en tiempos modernos el arte de Euterpe ha sido extrapolado a actividades con las cuales no se identificaría tan fácilmente: entre otras, la guerra, la agricultura, la ganadería y la industria de la droga.
Tambores y tubas han acompañado a los ejércitos a lo largo del tiempo, ya que la música ha sido utilizada con un fin bélico en la mayor parte de las culturas, ya sea como forma de comunicación o como un arma psicológica. En la actualidad, el rock pesado se ha convertido en parte de la artillería de los soldados estadunidenses, con el fin de desorientar al enemigo o lograr la confesión de los “prisioneros más peligrosos”.
Durante décadas, científicos y músicos han debatido si las melodías contribuyen o no a que las plantas crezcan más grandes y saludables o a que las vacas den más leche. Lo cierto es que agricultores y ganaderos alrededor del mundo instalan desde hace años grandes sistemas de audio en sus cultivos y granjas, convencidos de que la música les reportará importantes beneficios.
Una de las aplicaciones más controvertidas de la música, hoy en día, es en la industria de los estupefacientes. La venta de sonidos en internet a los jóvenes con la promesa de alcanzar los estados más alterados de conciencia, ha despertado un intenso debate entre quienes juzgan que todo es una estafa y quienes consideran que implica una verdadera amenaza a la juventud.
Armas auditivas
En una de las secuencias más recordadas de la película Apocalypse Now, “La Cabalgata de las valquirias”, de Richard Wagner, resuena en los altavoces de un escuadrón de helicópteros del ejército estadunidense, mientras los francotiradores arrasan con una aldea controlada por el vietcong. Desafortunadamente, la música utilizada como instrumento de guerra no es una ficción producto únicamente de la imaginación de Francis Ford Coppola.

El grupo Rage Against the Machine protestando durante un concierto por la tortura en Guantánamo Fotografía: Chiaki Nozu
Las óperas de Wagner –las favoritas de Hitler, a decir de los historiadores– fueron utilizadas por los nazis como propaganda, reproducidas en los campos de concentración como tortura y retransmitidas por radio en algunos tanques para incentivar a los soldados germánicos durante la segunda guerra mundial. Todo lo cual ejemplifica el uso bélico que dieron los alemanes a la música, mas no el “carácter nazi” del trabajo de Wagner, injustamente identificado en múltiples ocasiones con la ideología hitleriana.
Más recientemente, el uso sistemático de la música como arma ha sido practicado principalmente por Estados Unidos, de acuerdo con la renombrada musicóloga neoyorquina Suzanne G. Cusick. El “bombardeo acústico”, afirma la experta, se evidenció públicamente cuando en 1989 las tropas de EU atacaron durante quince días consecutivos, con ráfagas de rock pesado a volúmenes fortísimos, al entonces presidente de Panamá, Manuel Antonio Noriega, en aras de su rendición.
A finales de 2004, los marines estadunidenses hicieron gala de tanques equipados con modernos sistemas de bocinas en una de las campañas más cruentas en Irak, la de Fallujah. Canciones como “Hell’s Bells”, de Metallica, fueron usadas como si fueran “bombas de humo”, cuyo “objetivo es desorientar y confundir al enemigo para ganar una ventaja táctica”, según declaró el vocero del ejército Ben Abel a la reportera Lane DeGregory del St. Petersburg Times en aquel año.
Tortura musical
En la llamada guerra contra el terrorismo, la otra aplicación que ha dado a la música la Agencia Central de Inteligencia de EU –la CIA– es la tortura, clasificada como parte de las conocidas psyops: operaciones meramente psicológicas que prescinden de la violencia física para lograr objetivos políticos y militares. Prisioneros maniatados y en posiciones incómodas, con audífonos amarrados en la cabeza y encerrados solos en celdas de castigo por largos períodos de tiempo, a veces horas, a veces días enteros, escuchando la misma canción a decibeles altísimos, ha sido una de las prácticas comunes en las prisiones de Guantánamo en Cuba, Abu Ghraib en Irak y Bagram en Afganistán, según testimonios de presos e investigadores en derechos humanos.
Bob Singleton, el compositor de la conocida melodía “I love you” (“Te quiero yo”) de Barney el dinosaurio, jamás habría imaginado que su cantinela se convertiría en la favorita de los interrogadores en los centros de detención de Estados Unidos, seguida de cerca por las tonadas de Plaza Sésamo, “Enter Sandman”, de Metallica; “Fuck Your God”, de Deicide; “We’re the Champions” de Queen, y otros éxitos de artistas como Eminem y Bruce Springsteen.

Algunas canciones del programa Plaza Sésamo son usadas por interrogadores en los centros de detención de Estados Unidos
Músicos como Singleton han afirmado que lo que se haga con sus canciones está más allá de sus manos, ya que “no estamos hablando de dinamita o dispositivos nucleares, la música es sólo música”. Mientras que otros, como Christopher Cerf, compositor de Plaza Sésamo, se escandalizó tanto al saber que sus más de doscientas melodías, pensadas para enseñar a los niños a leer y a escribir, se utilizan para torturar, que decidió emprender una investigación al respecto en el documental Songs of War de la televisora Al Jazeera.
Artistas de la talla de R.E.M., Pearl Jam, Nine Inch Nails, Rage Against the Machine, Massive Attack, Billy Bragg, Steve Earle y Rosanne Cash se declararon en contra de la tortura musical al unirse a la campaña “Zero Db” (cero decibeles) de la asociación de derechos humanos británica Reprieve, que lucha contra su uso. Para sacar la problemática a la luz, Massive Attack estrenó un cortometraje en 2010 con su canción “Saturday Come Slow” como soundtrack y entrevistas a Ruhal Ahmed, víctima de tortura musical, mismo que fue dirigido por Oliver Chanarin y Adam Bloomberg, y proyectado por el grupo en sus conciertos en calidad de franco manifiesto contra el uso de su música en interrogatorios.
Entrevistado por la BBC Radio, Rick Hoffman, vicepresidente de la Asociación de Veteranos Psy Ops, afirmó en 2003 que la música y otras técnicas como la privación del sueño no son letales y que tampoco tienen “un efecto permanente, pero sí funcionan para colapsar la voluntad del individuo que se resiste al interrogatorio”. Por su parte, el exprisionero de Guantánamo Moazzam Begg aseveró en 2012 para el mencionado documental de Al Jazeera: “la música representa una de las peores torturas que he experimentado”.
La respuesta de Amnistía Internacional al respecto ha sido que tales tácticas podrían constituir tortura y estar en contra de los Convenios de Ginebra. A nivel gubernamental, Barack Obama ordenó su eliminación desde su llegada al poder en 2009; sin embargo, se cree que se continúan practicando de manera secreta en prisiones alrededor del mundo.
Abono acústico
Los oboes, flautas, clarinetes, fagotes, trompas, violines, violas, chelos y contrabajos de los músicos de la Orquesta Filarmónica Real británica interpretaron, en marzo de 2011, un concierto de tres horas en el Cadogan Hall para un público realmente singular: geranios, fucsias y más de cien variedades de plantas, con el fin de contribuir a los experimentos para comprobar el efecto positivo de la música en el crecimiento herbáceo.
En la década de los setenta del siglo pasado se publicó La vida secreta de las plantas, de Peter Tompkins y Christopher Bird, quienes recopilaron diversos hallazgos sobre el mundo vegetal. Hoy en día se considera un libro pseudocientífico; no obstante, generó el debate que continúa dividiendo a expertos y aficionados: si la música provoca que la vegetación crezca más grande y saludable.
Numerosos estudios se han hecho al respecto. El doctor y horticultor George Milstein sacó a la venta en 1970 el álbum Música para cultivar plantas –que incluso venía con semillas–, invitando al usuario a comprobar la teoría por sí mismo. Tres años más tarde, Dorothy Retallack publicó El sonido de la música y las plantas, donde detalla experimentos que condujo en el Colorado Women’s College de Denver. En uno de ellos expuso a un grupo de plantas a dosis de música clásica y a otro de rock pesado: el primero creció saludable, mientras que el segundo enfermó.

El granjero Howard Quayle toca música clásica a sus animales ganadores. Foto: John Maddrell
En 2001, investigadores chinos descubrieron que sonidos de baja frecuencia activan las enzimas de las plantas, promueven la replicación del ADN y el ciclo celular. Por su parte, la universidad de Florencia auspició en 2006 un experimento del profesor Stefano Mancuso, el cual concluyó que los viñedos “tratados con música” reportaron vides de mayor tamaño que los que crecieron “en silencio”.
En México, un grupo de campesinos de Silao, Guanajuato, ha descubierto en la música clásica y grupera un fertilizante para los cultivos en sus “invernaderos musicales”. El agricultor Florencio Gómez reportó a La Jornada en 2006 que con música lograban hasta 170 toneladas de productos por hectárea, en comparación con las 40 o 50 de los cultivos tradicionales.
Acordes para granjas
El uso de la música no se limita a los vegetales, también se extiende a los animales, en particular a los bovinos. El 1 de julio de 1909, el New York Times publicó una nota titulada “Música para sus vacas”, en la que daba cuenta de un granjero de Nueva Jersey que compró un fonógrafo, convencido de que la música conmovedora lograba que su ganado diera más leche.
En la actualidad, los experimentos con bovinos y melodías son recurrentes. “La música lenta mejora la producción de leche vacuna en un tres por ciento en comparación con la música rápida o la ausencia de música, quizá porque relaja a las vacas en casi la misma manera en la que relaja a los humanos”, afirmaron los psicólogos británicos Adrian North y Liam MacKenzie, cuyo estudio fue publicado en 2001 por la Universidad de Leicester, Inglaterra. La Sinfonía Pastoral, de Beethoven, y la canción “Everybody Hurts”, de R.E.M. fueron dos de las preferidas por las vacas de la muestra.
Drogas sonoras
“Cuando terminé la dosis no era capaz de pensar correctamente, mis ideas eran sumamente lentas. Todo en mi cuarto parecía dar vueltas y cambiar de forma y color. No puedo explicar muy bien lo que sentí y vi, pero realmente lo disfruté y lo recomiendo a cualquiera que desee tener un buen viaje.” Así se lee una de las reseñas publicadas en el sitio i-doser.com sobre el “peyote” que se puede comprar por poco más de cuatro dólares.
Además de la cactácea, la página web ofrece alrededor de doscientos estupefacientes distintos, entre los que se cuentan mariguana, LSD, cocaína, crack, heroína, metadona y morfina, con una particularidad muy especial: no se venden las drogas en sí, sino sonidos diseñados específicamente para provocar los mismos efectos.
Con más de un millón 400 mil descargas, i-doser es desde su lanzamiento en 2007 el líder de un mercado emergente de “drogas legales”, cuyos clientes son principalmente adolescentes que quieren experimentar estados alterados de conciencia, lo cual ha generado un amplio debate. Lo que ofrece el sitio, según sus propios creadores, son “dosis de pulsos binaurales que alteran las ondas cerebrales para estimular un estado de ánimo específico o experiencia a través del uso de un audio especializado”.
El principio se remonta a 1839, cuando Heinrich Wilhelm Dove descubrió los pulsos binaurales; es decir, dos tonos de distinta frecuencia en cada oído que producen que el cerebro compense con la creación de un tercer tono y se alteren las ondas cerebrales. De acuerdo con un artículo del psicólogo Ron Doyle publicado en Psycology Today en 2010, la terapia de pulsos binaurales ha sido utilizada para estudiar los ciclos del sueño y tratar la ansiedad; sin embargo, no existe evidencia seria que confirme su función para drogarse.
En 2011, la revista Nature Neuroscience publicó un artículo científico que concluyó que escuchar música que le guste a uno incrementa el nivel de dopamina en el cerebro y manda señales de placer al resto del cuerpo, por lo que puede despertar sentimientos de euforia y ansiedad, funcionando de manera similar a la de algunas drogas como la cocaína, según la autora principal Valorie Salimpoor, del Instituto Neurológico de Montreal.
Los investigadores estudiaron la liberación de dopamina debida a la música placentera a través de resonancias magnéticas. Entre las piezas que generaron los efectos más placenteros se encontraron melodías clásicas como la Novena sinfonía, de Beethoven, Claro de luna, de Debussy, El Lago de los Cisnes, de Tchaikovsky, pero también música de Infected Mushroom, Led Zeppelin o los mexicanos Rodrigo y Gabriela.
Los hallazgos del equipo canadiense “ayudan a explicar por qué la música es de tanto valor en todas las sociedades”, según Salimpoor; sin embargo, no confirman que la música pueda sustituir a las drogas, como presume más de una página de internet; a las armas, como pretenden algunos militares; o al abono, como suponen algunos agricultores. La medida en la que podría ser un coadyuvante queda a discusión y a la acumulación de mayor evidencia.

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