Teoría para una novela
“La ridícula idea de no volver a verte” es un personal libro que combina el ensayo, la crónica y el manifiesto literario con el que la escritora española Rosa Montero consigue una reflexión sobre el lugar del yo en la literatura.
Que un cepillo de dientes, un par de zapatos, un pañuelo o una servilleta manchada de grasa nos sobrevivan es una de las crueldades propias de nuestra condición de animales pensantes. Anticipamos la muerte en cada una de esas pequeñas supervivencias pero nos es imposible imaginarla. Apenas podemos entreverla, como un brutal manotazo, en la desaparición de nuestros seres queridos. “Sólo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo; la Tierra se detiene en su rotación y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo purpurina”, declara Rosa Montero en el primer párrafo de su último libro, un texto inclasificable, raro camino de duelo y melancolía, pero también de celebración de la vida y del desafío de escribirla.
La ridícula idea de no volver a verte participa del ensayo, de la crónica y del manifiesto literario por partes iguales, es un libro personalísimo, lo más parecido a un diario íntimo que una escritora puede publicar en vida, una ventana a la vida de su autora en la que Montero reflexiona sobre el lugar de la mujer en nuestras sociedades (todavía, sí) patriarcales, sobre la muerte temprana de su compañero, Pablo, y sobre el oficio de escribir, esa otra forma de supervivencia.
El libro está dividido en dieciséis ensayos en los que Montero lee el diario de Madame Curie. Recorre el camino de los logros científicos y personales de la física polaca pero, sobre todo, se detiene en la incomunicabilidad que supone la muerte repentina de su marido, Pierre. Así, el diario de esa otra mujer actúa como pretexto para que Montero aborde cuestiones como el “LugarDelHombre”, el “LugarDeLaMujer”, el “HacerLoQueSeDebe”, etiquetas que se montan y desmontan a cada página.
La ridícula idea de no volver a verte es un libro inclasificable porque interpela y anticipa al lector constantemente, porque lo mismo utiliza estos hashtags que rabietas, fotos personales, canciones pop y hallazgos de la Web junto a referencias a Berger, Proust y Nabokov. Un libro que, en suma, hace mucho de lo que supuestamente no se debe hacer en un libro. Compuesto como una serie de viñetas que tienen como punto radiante la vida de Manya Sklodowska-Curie, La ridícula idea de no volver a verte funciona como una memoir en contrapunto cuyo centro es un yo que comparte su dolor y su desconcierto ante la muerte. Pero más allá de este acto de catarsis, hay en él una reflexión constante sobre la literatura, sobre el rol de lo autobiográfico y la ambición de universalidad que atraviesa a toda creación artística.
Sobre lo autobiográfico, esa pendiente tan peligrosa, Montero confiesa haberlo rehuido en sus ficciones sólo para cambiar de opinión con los años y concluir que “en el origen de la creatividad está el sufrimiento, propio y ajeno”. Es difícil coincidir absolutamente con esa afirmación (se podría argumentar con igual fuerza que en el origen de la creatividad también están la felicidad, la celebración y la voluptuosidad casi física que acompañan al escritor en el hecho de poner una letra detrás de la otra, igual que le ocurre al pintor o al escultor al trabajar con sus materias primas). Pero más allá de estas posibles incoincidencias, la apología de lo autobiográfico que hace La ridícula idea de no volver a verte se sostiene porque no es un libro de ficción, sino un mosaico de dolores e ironías que no pretende cerrar el sentido al final de un nombre propio o de una fecha de nacimiento.
La reflexión sobre el lugar del yo en la literatura lleva inevitablemente a la autora a pensar el acto de escribir y es allí que el libro alcanza sus mejores momentos. Varios pasajes pueden leerse como una teoría de la ficción, más específicamente sobre la novela, ese camino que Montero describe como un largo túnel de oscuridad marcado por perlas de luz, punteado por escenas como “islas de emoción candente” por las que una escritora atraviesa meses de “soberano e insufrible aburrimiento al teclado”. Por llegar a esas islas es que escribimos, nos dice Montero.
Y lo dice de una manera ligera, en el mejor de los sentidos de esa palabra. En su colección de ensayos para el próximo milenio, Italo Calvino propuso a la levedad como la mayor virtud a la que deberíamos aspirar para entrar verdaderamente a esta nueva época. Sólo la levedad, escribía el autor italiano, vence a la muerte. Y elegía la imagen de Guido Cavalcanti esquivando de un salto la tumba como símbolo de esa virtud, evidente en el ágil movimiento del poeta que se alza sobre la pesadez del mundo, demostrando que su gravedad contiene el secreto de la levedad, mientras que lo que muchos consideran lo actual “pertenece al reino de la muerte, como un cementerio de automóviles herrumbosos”.
Montero elige la palabra Ligereza como la cualidad a la que aspira su escritura. Pero el concepto es el mismo que el de Calvino. Por eso, al hablar de Marie Curie, dice: “Quién pudiera perder peso como ella y volar. Vivir en la suprema gracia del aquí y ahora”. Desear la levedad para la propia escritura es querer amarrarla no al tiempo perecedero de la propia época sino a un tiempo único e indivisible (el presente de los dioses, diría Pessoa).
“Narro y comparto una noche lacerante y al hacerlo arranco chispazos de luz a la negrura (al menos, a mí me sirve)”, dice Montero. El desafío escondido detrás de la modestia de ese paréntesis resume la autenticidad que es la marca de todo el libro. Casi prescindencia del lector o pura libertad, esa autenticidad es la principal clave de lectura para acercarse a La ridícula idea de no volver a verte .
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