José María Pérez Gay (1944-2013),
el compromiso de la memoria
Texto publicado el 2 de septiembre de 2012 en el suplemento dominical 'La Jornada Semanal'.
Xabier F. Coronado
Publicado: 26/05/2013 10:49
Publicado: 26/05/2013 10:49
Hay un conocido aforismo que vincula la negación de conceptos contrarios para darles razón de ser: “Sin memoria no hay futuro.” Pero, ¿qué entendemos por memoria? En el drae, “memoria” (del lat. memoria), tiene una quincena de acepciones diferentes, la primera de ellas la define como: “Potencia del alma, por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado.” En su diccionario, María Moliner va un poco más allá en la etimología, nos explica que memoria viene de mémor-is, “el que recuerda”, que a su vez procede de mémini: fijar, grabar, incrustar, mantener en; y la define de manera más racional: “Facultad psíquica con la que se recuerda.” Ninguno de los dos diccionarios explica que la memoria, además de ser una capacidad individual, puede compartirse: memoria familiar, popular, histórica…, lo que conocemos como memoria colectiva.
En la frase que la enlaza con el futuro, memoria se refiere al recuerdo de lo pasado, de todo lo que ha dejado huella y es susceptible de ser interpretado con el fin de extraer una enseñanza que pueda servirnos en lo venidero. La cita de Benjamin que abre este texto encaja en el ámbito particular, pero también en el general, porque la memoria colectiva se fija integrando la memoria de cada individuo.
José María Pérez Gay, narrador, ensayista y traductor, es un intérprete de la memoria, un recolector de recuerdos –personales, históricos– que al transmitirse se incorporan al libro inmaterial de la memoria colectiva.
Las huellas de la catástrofe
En esos años los escritores se dedicaron a recordar lo que había sucedido,
su tarea fue la de restituir la memoria, esencia al final de toda literatura.
J. M. Pérez Gay
su tarea fue la de restituir la memoria, esencia al final de toda literatura.
J. M. Pérez Gay
El destino de José María Pérez Gay (Ciudad de México, 1944), uno de los intelectuales más reconocidos de nuestro panorama actual, se comienza a definir cuando, recién licenciado en Comunicación por la Universidad Iberoamericana –que entonces se ubicaba en un caserón de Coyoacán donde “el catolicismo apostólico y romano más radical campeaba en los salones de clase”–, le conceden una beca de cinco años en la Universidad Libre de Berlín, para estudiar maestría y doctorado en Sociología y Germanística. Después de siete meses aprendiendo el idioma en Baviera, se traslada a Berlín. Corría el mes de abril del año ’65 y Pérez Gay se encuentra con una ciudad que “veinte años después de la derrota del Tercer Reich era todavía un montón de ruinas y escombros, terrenos baldíos sin nombre, por doquier las huellas terribles de la guerra”. Pero la consecuencia más determinante de aquella guerra era la división de la urbe en cuatro sectores y la construcción de un muro que separaba la parte oriental de la occidental. Pérez Gay confiesa que se quedó desconcertado cuando una noche le despertaron las ráfagas de ametralladora y se dio cuenta de que iban dirigidas a las personas que intentaban pasar a la zona occidental de la ciudad.
A ese recuerdo de su memoria individual se sumó, aquel mismo verano, otro que forma parte de la memoria colectiva, la visita al campo de concentración de Auschwitz, una evidencia de la masacre que estaba prácticamente como al final de la guerra: “No dábamos crédito a lo que íbamos viendo. Las miles de maletas amontonadas en las bodegas…” El guía era un sobreviviente del campo que les contó de primera mano lo sucedido en aquel lugar.
La visión de las huellas de la catástrofe humana impacta en el joven estudiante mexicano. A partir de entonces se convierte en un testigo activo de todo lo que vive, reteniendo con precisión en su memoria individual esas experiencias. Además asume la labor de profundizar en todo lo que ve, para conocer la memoria de esos abismos colectivos. Pérez Gay se convierte en narrador de su propia vida y en investigador de la memoria histórica. Durante muchos años mantiene el difícil compromiso de estar lejos y se dedica a buscar las claves del siglo entre las ruinas del imperio perdido.
Los beneficiados de esta resolución somos todos sus lectores, porque las experiencias que reúne son analizadas y trasmitidas con tanta claridad que nos hace partícipes de ellas. En sus libros y artículos, Pérez Gay narra la vida de los escritores y personajes que descubre en su investigación, extrae las ideas y explica las circunstancias, recupera la memoria y nos la revela.
La aventura de vivir y contar la historia
Mi propósito es unir la tensión finísima y poderosa de la novela,
el amor a la biografía y el rigor de la historia social y literaria.
J. M. Pérez Gay
el amor a la biografía y el rigor de la historia social y literaria.
J. M. Pérez Gay
Las búsquedas literarias, filosóficas e históricas de José María Pérez Gay, nos hacen entender mejor un siglo tan determinante como el pasado. Al leer sus libros sentimos la mano del maestro que nos guía con palabras que forman historias memorables. Así, nos sitúa en un abarrotado auditorio de Berlín en 1967, donde Herbert Marcuse, “un académico desprovisto de solemnidad y de pedantería”, explica a los estudiantes que “lo único que puede esperarse de las nuevas posibilidades tecnológicas es que se conviertan en nuevas posibilidades de represión”; y les lanza la idea precisa: “Sólo la imaginación nos dará una respuesta”, que meses después se convierte en consigna: “Cuando, un año más tarde, vi escrito en los muros de París: ¡la imaginación al poder!, recordé a Marcuse.”
Pérez Gay también nos invita a participar en el primer encuentro entre Rudi Dutschke, el malogrado líder universitario alemán, y Daniel Cohn-Bendit, el Rojo, en el Club Republicano de Berlín Occidental. Sobre las consecuencias del ’68 nos comenta que a partir de entonces “muchas cosas cambiaron sin darnos cuenta. Creíamos que el mundo era nuevo, porque nosotros éramos nuevos en el mundo”.
Pérez Gay es un impecable rastreador del pasado reciente, sus textos proyectan imágenes que nos convierte en testigos directos de la historia. Visualizamos a Joseph Roth en la terraza del café Tournon, reinventándose a sí mismo y haciendo alarde de lucidez etílica. Conocemos personalmente a Elías Canetti y nos enteramos del “apasionado debate contra la muerte” que sostuvo toda su vida el genial escritor de Masa y poder. Visitamos en su casa a Heidegger, “el pequeño mago de Messkirch”, el profundo pensador de Ser y tiempo, ensombrecido por su ceguera histórica. Saludamos a Paul Celan, el poeta de la lengua adánica, durante un curso de literatura comparada en la Universidad Libre de Berlín, tres años antes de sentenciarse a sí mismo a morir ahogado en el Sena por creerse responsable de la muerte de sus padres. Pérez Gay afirma –corroborando las palabras del poeta guatemalteco Luis Cardoza: “Olvidar es saber vivir. Yo quiero un recuerdo sin pasado– que, en este caso, “la vida sólo es posible si hay olvido. El perdón no es sino una ratificación moral del olvido. Paul Celan no pudo olvidar ni perdonarse”.
Los escritos de Pérez Gay son de carácter filosófico, histórico, biográfico; y según sus palabras, proceden del periodismo: “Casi todo lo que escribo, aun cuando sea novela o cuento largo, tiene que ver con el periodismo, el periodismo literario si quieres llamarlo así. No me da ninguna pena decir que en las páginas de los diarios me hice. Todo esto para mí tiene dos sinónimos: periodismo y literatura.” También afirma que la literatura “es la zona más acogedora de la existencia”; a la vez que no considera a la crítica literaria una especialidad sino “vocación individual que arma pacientemente la pedacería de la cultura”.
Nexo entre culturas
No podría concebirme sin las historias de Joseph Roth, sin la pasión de Arendt y Heidegger,
sin la inteligencia y las preguntas de Habermas, Sloterdijk, Safranski.
J. M. Pérez Gay
sin la inteligencia y las preguntas de Habermas, Sloterdijk, Safranski.
J. M. Pérez Gay
El destino de José María Pérez Gay, además de llevarlo a asumir el compromiso de ser un recopilador y trasmisor de la memoria, lo condujo a ser nexo entre culturas. Tendió el puente que dio acceso al lector mexicano a la literatura en lengua alemana, un logro que todos le debemos. Nos presentó a una serie de escritores fundamentales –Roth, Canetti, Kraus, Broch, Benjamin, Habermas, Musil, Benn y Enzensberger, entre otros–, las piezas que nos faltaban para completar y entender la historia de la literatura y la filosofía del siglo XX.
Con su prosa fluida y un análisis apasionado e imparcial, Pérez Gay fue trazando el mapa de las ideas que circulaban en Europa. Esa tarea nos fue dejando, además de una larga serie de interesantes ensayos, una cosecha de libros fundamentales como:La difícil costumbre de estar lejos (Océano, 1986); El imperio perdido (Cal y Arena, 1991); Tu nombre en el silencio (Cal y Arena, 2001); y La profecía de la memoria. Ensayos alemanes (Cal y Arena, 2010).
Toda esta labor le valió merecidos galardones: en Alemania, la Cruz al Mérito y la Medalla del Instituto Goethe; en Austria, la Cruz de Honor para las Ciencias y Artes; y en México, el Premio Nacional de Periodismo en Divulgación Cultural. Además de homenajes y reconocimientos públicos.
El compromiso con México
Pérez Gay tuvo la firmeza de seguir adelante a pesar de las múltiples situaciones desfavorables.
Se mantuvo amarrado al mástil y atravesó los círculos en que no sólo lo cuestionaban,
sino lo denostaban. La suya fue una pequeña gran batalla.
Elena Poniatowska
Se mantuvo amarrado al mástil y atravesó los círculos en que no sólo lo cuestionaban,
sino lo denostaban. La suya fue una pequeña gran batalla.
Elena Poniatowska
Hay otra faceta en José María Pérez Gay, la de persona comprometida con su tiempo y con lo que sucede en México. Su reciente libro, El corazón es un gitano (Planeta, 2010), es un mosaico de estampas actuales (“relatos súbitos”) de la vida en Ciudad de México. Activo y militante, sabe cómo seguir deletreando la esperanza a pesar de todos los obstáculos: manteniendo esa búsqueda continua de cauces para poder comunicar las ideas (Radio Educación, Canal 22, La Jornada, Nexos, etcétera.); apostando siempre por la cultura social –“una sociedad de lectores críticos en los que todavía alienta la esperanza”– y el conocimiento, como marco y vehículo para navegar por estos tiempos, tan vertiginosos y determinantes como aquellos que vivieron Roth, Broch o Kraus.
Nuestro presente es heredero de un período donde se cayeron todas las utopías a base de genocidios y catástrofes: Auschwitz, Hiroshima, Camboya, Chernobyl, Chechenia o Ruanda… (El Príncipe y sus guerrilleros: la destrucción de Camboya, Cal y Arena, 2005 y La supremacía de los abismos, La Jornada, 2006). Tragedias que, a pesar de su reiteración histórica, no dejan de sorprendernos porque, como nos dice Pérez Gay, “no queremos ver que la barbarie es la posibilidad permanente de nuestra cultura”. Una época que desembocó en donde hoy nos encontramos, en esta segunda década del segundo milenio, cuando se hace más consciente la sensación de que todo se nos escapa de las manos.
Pérez Gay analiza e integra con la precisión de quien se sabe testigo de su tiempo, siempre alerta por si surge la oportunidad de orientarnos hacia destinos diferentes a los abismos que nos acechan. Conoce la importancia de aprender la lección histórica para que se cumpla la profecía de la memoria, que siempre redime pues en ella está trazada la ruta para salir indemnes.
En su artículo, “Así escribo” (Nexos, 2009), Pérez Gay confiesa que ante los recuerdos siente nostalgia y esperanza, a la vez que nos deja esta reflexión: “Sabemos que los recuerdos no existen: reescribimos siempre la memoria del mismo modo como reescribimos siempre la historia.” Nostalgia del pasado y esperanza en el futuro, porque al recapitular la historia y la memoria, encontramos las claves para superar los obstáculos donde nos estancamos; conseguirlo supone, como decía Nietzsche, “redimir a los hombres de la venganza”. Entonces, podremos seguir adelante con el entusiasmo necesario para no caer en la estrategia generalizada del fracaso.
Para terminar, no puedo dejar de transcribir unas palabras, escritas por Pérez Gay en su ensayo, “Friedrich Nietzsche: constructor del siglo XX”, que son un retrato involuntario de sí mismo:
“El filósofo del futuro es, para Nietzsche, el médico de la cultura, el intérprete y crítico del mundo: el que sabe del poder de la memoria, el que para crear recuerda y se opone al veneno lento del olvido.”
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