José Juan Tablada:
las palabras del cómplice
las palabras del cómplice
Teresa del Conde
I
La prolongada labor del historiador y crítico Luis Rius Caso, concretada y dada a la luz en el volumenLas palabras del cómplice. José Juan Tablada en la construcción del arte moderno en México (1891-1927), puede llevarnos a leer por primera vez, o en su caso, a releer a Tablada, no sólo al poeta, sino al crítico de arte y al personaje, y aunque ni los especialistas nos diéramos a esa tarea, diré que la casi óptima síntesis que logró resulta indispensable para los involucrados en la historia y la teoría del arte mexicano. Inclusive Octavio Paz se ocupó en extenso de Tablada, pero lo abordó predominantemente como poeta. La pesquisa de Luis Rius Caso recupera obras y ambientes fundamentales y, según un método que le es consabido, examina a fondo no sólo su trayectoria creativa a modo de antología, sino que también profundiza en lo que otros han dicho sobre ella. Trayectoria que por cierto ha sido a veces exaltada y otras ninguneada.
Mi apreciación inicia con un disentimiento, pues en la introducción se anota lo que sigue: “Este perfil ideal [es decir el de Tablada] contribuye a superar la falsa dicotomía entre críticos e historiadores, de efectos nocivos en nuestra tradición.” Y apoyando la abolición de lo que considera una dicotomía entre crítica e historia del arte, cita a Francisco Calvo Serraller, alguien a quien leemos con fruición por diferentes medios desde hace tiempo. Calvo Serraller es un historiador relevante que, incluso, ha sido director del Museo del Prado, pero fuera de eso, como es más conocido es a través de sus notas de periódico: es un crítico de arte que puede referirse a casi todo, con preponderancia en las artes que llamamos plásticas. Es capaz de abordar a Tàpies con la misma soltura que a Picasso, a Sorolla, a Zurbarán, a Rubens, a Van Eyck o a la escultura románica, y en realidad no es un caso único: igual pueden mencionarse otros que han abordado decenas de temas aparentemente sin conexión o asociación directa entre ellos, verbigracia, el australiano Robert Hughes. Esa posibilidad supone voluntad de hacer y una relativa seguridad que, en cierto modo, implica tanto a Luis Rius Caso como a mí misma, para quien ha sido igual de apasionante escribir sobre Caravaggio que sobre Tamayo. Sólo que los mexicanos estamos condenados a ocuparnos sólo de lo nuestro, cosa que nos mina en la apreciación de lo propio. Así, salvo amigos, alumnos y seguidores, nadie sabe que he abordado en serio al pintor lombardo, como artista psicópata, pero no sólo en esa vena. No lo menciono por alardear, esa posibilidad de ocuparse de varios temas corresponde a una tradición que no es enciclopédica pero sí secuela, aunque lejana y parcial, del humanismo, y resulta de una formación (o si se quiere deformación) en la que si alguien aspiraba a ser historiador del arte, se pretendía y hasta se imponía tener conocimientos globales tanto de la historia del arte mexicano como del universal. El énfasis, tan necesario, en las especializaciones, se iba dando paso a paso. Uno se iba formando (y deformando) sobre la marcha, con el correr del tiempo. No hay voluntad de cesar en el aprendizaje. También es cierto que el crítico de arte, de literatura, de cine, de lo que sea, tiene dos compulsiones; la primera es la lectura no necesariamente muy “organizada” en cuanto a temática, y la segunda es la necesidad escritural, el no soltar la pluma, día con día.
El crítico de arte habla predominantemente de lo que está ocurriendo en el presente y, si se ocupa del pasado, lo hace porque posee bases de formación y curiosidad histórica, pero habla del pasado a través de enfoques que considera de algún modo “presentes”. Eso encaja perfectamente con Tablada y está desmenuzado con erudición, soltura y humor por Rius Caso. Lo escogió por años como tema de estudio debido a la afinidad que siente con él, que ha acabado por denominar “complicidad”. Pero no sólo eso: a este autor contemporáneo, hijo del poeta Luis Rius, a quien recordamos con tanta simpatía, siempre le han interesado profundamente las palabras del otro, lo que redunda no sólo en su actividad docente y académica, sino también en sus autorías y colaboraciones librescas, varias de las cuales, como ya insinué, tienen como eje lo que denominamos “fortuna crítica”. Por lo demás, es sabido que Rius Caso practica por escrito y en curadurías la crítica de arte, tanto, que declara que uno de sus proyectos a realizar tal vez tenga como meollo la historia de la curaduría. Ojalá lo haga para gozo y tormento de tirios y troyanos. Tablada sería uno de los iniciadores de esta actividad tan vigente e indispensable, a través de los guiones que tiempo ha propuso.
II
Para muchos especialistas del presente y del pasado, resulta ideal que un crítico sea historiador, pero para ser crítico basta con practicar el género, que arranca de la literatura, no de la historia. No sucede así con la historia ni con la práctica de historiar, que a veces, como me ha explicitado Fausto Ramírez Rojas, pude verse influida negativamente debido a la actividad crítica que suele tener espacios fijos de entrega y lapsos reducidos entre el abordaje de un tema y otro. Como réplica a este sabio colega y compañero universitario, diré que ese es precisamente el “chiste”, si alguno, de la crítica de arte. Para funcionar, es decir, para tener alguna repercusión, tiene que ofrecer, además de periodicidad, ciertas dosis de espontaneidad y de expresión personal y evitar a toda costa la pretensión de establecer verdades irrebatibles. A eso suele llamársele “impresionismo” y tal vez lo sea. Hay algo académico que puede añadirse a favor de la crítica: sus productos con harta frecuencia se convierten en ladrillos de la historia, pero es cierto que la edificación concreta es producto de la práctica histórica. Lo ideal es que también los historiadores “puros” sean críticos.
La citada alocución de Luis Rius Caso encuentra negación en su propio libro. En referencia a Tablada, la especialista contemporánea Adriana Sandoval, a propósito de la aclamada Historia del arte del poeta anota que “en una obra de esta naturaleza que se escribiera hoy en día, se esperaría un mayor rigor académico”. Ella lo espera así, exculpando a Tablada por ser de tiempos pasados. En realidad es bien posible que Sandoval esté comparando esa obra con otras, como la de Revilla por ejemplo, que Rius Caso también revisa.
Tablada esposo Tablada diplomático |
¿Tuvo José Juan Tablada fortuna crítica? Veamos. En la visión de Rius Caso, y acorde con las modalidades en boga de la escritura artística, declara estar animado “por un interés de micro historiador”, y si examinamos con detalle la vigencia de la microhistoria a través no sólo de publicaciones, sino sobre todo de exposiciones, necesariamente caemos en cuenta de dos cuestiones, ambas discutibles:
a) El juicio crítico ciertamente es oscilante. Por ejemplo: no es igual para una misma persona haber abordado a Frida Kahlo en los setenta tardíos o en los ochenta, que hoy día.
b) El disfrute o simpatía del autor comentarista con el personaje que trata, cualquiera que éste sea, juega un papel preponderante. Tiene que existir una cierta dosis de enamoramiento, así sea virtual y a distancia y, por lo tanto, acaso también de repulsa. A Rius Caso le cae bien Tablada, aun y cuando éste no le cayó bien a Diego Rivera cuando lo retrató en uno de los paneles de la sep, comentado con ardor negativo por Guillermo Sheridan y recogido en el inciso titulado “Descartando excesivos elogios a Álvaro Obregón y a José Vasconcelos”: Diego lo representó para la posteridad “como un enfermizo y afeminado Orfeo con la barba de tres días, pupilas de marihuana y ojeras de verde ajenjo”. Por su parte, j. c. Orozco abominó a Tablada cuando éste lo calificó de Mexican Goya. El jalisciense le espetó a Alma Reed: Of course it is a very great honor, but I am very, very tired of it. (“Por supuesto, es un gran honor, pero estoy muy cansado de él.”)
El capítulo que corresponde a “Descartando excesivos elogios a Justo Sierra” alude al “poder transgresivo” de Tablada durante su juventud y a “la alta valoración que en círculos cultos se tenía de los poetas como conocedores y comentaristas (críticos o no) de las artes plásticas, misma que deriva de la incorporación local de la línea de tradición clásica que vincula artes visuales y verbales. Tal vez el mejor ejemplo en ese aspecto sea el Laocoonte, de Lessing, precisamente porque se propone como límite.
La condena por parte de doña Carmen Romero Rubio del poema de Tablada “Misa negra” da margen para conocer los límites de la anuencia concedida a la expresión erótica durante la paz porfiriana:
Y celebrar ferviente y mudo
Sobre tu cuerpo seductor
¡lleno de esencias y desnudo
La Misa Negra de mi amor!
El hecho de la censura dejó efectos en la construcción del poeta en cuanto a la audacia implícita en mezclar un afrancesamiento, que resultaba admisible y atractivo, con la vertiente maldita de los decadentistas. Rius Caso no elude la frecuentación de Tablada a los paraísos artificiales, de los que el escritor quiso apartarse aunque volvió a visitarlos al grado que requirió de una “limpieza”, es decir, lo que ahora equivale a desintoxicación seguida de rehabilitación.
III
No están las fechas de Tablada en el grueso de la narración. Tengamos por eso en cuenta que tuvo larga vida, con hartas vicisitudes. Nació en Coyoacán en 1871, murió en Nueva York, a donde se trasladó de nuevo durante la última etapa de su vida, el 2 de agosto de 1945. Por un tiempo largo fue funcionario diplomático.
Queda muy claro en este libro, sin que por ello el trabajo se analogue a una biografía, o a un estudio de personalidad, que Tablada era de temperamento convenenciero y ambicioso, y dio un viraje político a su trayectoria, del que quizá nunca pudo reponerse, al situarse del lado de Victoriano Huerta con todo y el dolor implícito que se supone expresó por el sacrificio de Madero y Pino Suárez. Pero Tablada quiso estar cerca del príncipe, y no le importó de cuál, mientras más cerca, mejor; primero fue don Porfirio y luego Madero, siempre y cuando el príncipe estuviera vivo y vigente. Hasta una oda dedicó a Huerta. Luego quiso matizar la cuestión y se volvió carrancista. Y eso sucedió porque Carranza lo invitó a colaborar. Tablada japonesista, crítico de arte y hasta gourmet, fue huertista. Para la memoria del mexicano “normal”, eso hoy día puede todavía resultar imperdonable, y no sólo debido a la heroificación de Madero.
Esto se ilustra mediante una comparación con Alfredo Ramos Martínez, “fundador en pleno oscurantismo huertista de la Primera Escuela de Pintura al aire Libre”. Alfredo, que era muy decente y vestía a la inglesa, supo congeniar con el régimen y hacer contribuciones decisivas, “sin enlodarse tanto como el poeta”. No se enlodó porque no dejó escrito una especie de panegírico a Huerta. Tablada se enlodó con La defensa social. Historia de la campaña de la División del Norte 1913.
Es pertinente la visión de Rius Caso para abordar tanto al personaje como a la época de la que hay vislumbres y, en ocasiones, detalles encantadores más propios del quehacer de un prosista que sabe novelar que de un historiador. Entre estos detalles están las consideraciones sobre la casa coyoacanense de Tablada, que era como un santuario. El poeta se casó dos veces, y la segunda esposa, Nina, que dejó publicadas unas memorias, le tuvo la paciencia necesaria para atender, como se dice, “su último suspiro”, un suspiro que debe haber sido un haikú. Fue el interés en la otredad japonesa lo que le permitió a Tablada escudriñar con tino y sentido poético lo que todavía puede considerarse que fue una coda prolongada del modernismo latinoamericano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario