La tauromaquia es la demostración absurda del poder del hombre sobre el inconciente animal, ya que éste sólo puede valerse de sus impulsos de vida ante la maravillosa diferencia que Dios le dio al ser humano: la mente. Hace más de cuatro mil años concluyó la era de Tauro. ¿Vivirá en la memoria o morirá en la arena? El toro sus cuernos y tú la espada, pecho contra pecho, así demuestra tu valentía y no cuando el animal ya perdió más de tres litros de sangre.
En principio fue pequeño, insondable la mirada,
ojos negros centelleantes como astros en la noche,
y su cuerpo contorneado avivando sus impulsos,
existencia tan fugaz, vigorosa y derramada.
Era un ángel de alas negras desplegando su belleza,
con estirpe combatiente y una muerte asegurada,
con la fuerza de los siglos alentando su bravura,
y en el duelo de la arena la agonía y la tristeza.
Con un giro y contra giro exaltaba su majeza,
infortunio del destino vislumbrando la tragedia,
cuánto vives, cuándo mueres, y tu sangre tiñe el suelo,
¿Es posible que derramen jubilosos tu realeza?
En la tierra de los reyes te adoraron sabiamente,
en el aire, en la tierra, en el agua, y en el fuego,
un bizarro victorioso con su estoque va marchando,
y la masa lo proclama un señor honrosamente.
Son mensajes sibilinos que nos manda el universo,
expurgando las heridas emanadas de otra era,
que se cierren de inmediato de una vez y para siempre,
miedos culpas y soberbias de un pasado tan inmerso.
No concibo los mortales endiosados con la muerte,
de los otros inocentes humillados de la vida,
esa lid es despareja más que lid es la matanza,
de los otros indefensos que no tienen tanta suerte.
Derechos Reservados © Jorge Judah Cameron
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