sábado, 3 de noviembre de 2012

¿SATISFACCIÓN LITERARIA?, Jorge Ibargûengoitia

Sólo los autores muy tontos están completamente satisfechos con lo que escriben. Encima de cada obra queda flotando una nubecita parda de dudas: unas son de oficio -si le hubiera agregado aquí, si le hubiera cortado allá- otras, más tenebrosas, de fondo -¿lo que escribí, en resumidas cuentas, a quién le interesa?-. Por esta razón los momentos que preceden a la lectura de una crítica que sabe uno que es adversa son siempre muy desagradables.

-¿No será este texto que tengo enfrente -se pregunta el autor- el hielo seco que condense la nubecita y precipite una tormenta?

Así me sentía cuando abrí el Plural de junio, por recomendación de un pariente -"te pusieron como lazo de cochino"- me dijo, encontré en la página 70 el artículo de Jorge Ruffinelli intitulado "Risa fácil y efímera". Trata de mi novela Estas ruinas que ves, que ha editado Novaro.

El señor Ruffinelli se presenta a sí mismo como conocedor, y hasta cierto punto admirador, aunque no muy entusiasta, de mi obra. "Confieso -dice en el primer párrafo- haber disfrutado siempre las obras de Jorge Ibargüengoitia, las teatrales, la columna en Excelsior, las crónicas, los cuentos o las novelas. Inclusive he disfrutado Estas ruinas que ves."

Por lo que dice después se descubre que el disfrute que el señor Ruffinelli saca de mis obras es muy extraño y probablemente masoquista.

Traza brevemente la historia de mis novelas y, lo que es más importante para él, según parece, la de mis premios: "En 1964 -dice- Ibargüengoitia sorprendió al jurado de Casa de las Américas..." en un contexto en el que no se sabe si sorprender está usado en el sentido de maravillar, de coger desprevenido o en el más mexicano de estafar. Después, apoyándose en declaraciones mías, revela lo que nunca fue secreto: que Maten al león y El atentado no son más que dos tratamientos diferentes del mismo tema, y que estas dos obras más Los relámpagos de agosto son derivadas de las lecturas que hice cuando estaba preparándome para escribir El atentado -es decir, que pasé nueve años explotando la misma anécdota.

Describe mi carrera como una marcha triunfal. "Nadie cortó los laureles, al contrario, empezaron a crecer." Hace una lista de los premios internacionales que he ganado, y termina: "según parece, el humor sabiamente combinado con la sátira son atractivos fatales para los jurados literarios".

Cabe advertir que solamente el señor Ruffinelli y yo hemos dado con esta fórmula tan sencilla pra seducir jurados, porque la lista de obras humorísticas o satíricas premiadas en los diversos concursos que se hacen cada año en los países de habla española no es lo que se podría llamar muy larga.

Después describe mi novela, la analiza, llega a la conclusión de que es muy mala y termina el artículo con lo siguiente: "los lectores de Ibargüengoitia aún esperamos la obra plena par ala cual el autor ha acuñado considerable oficio y dominio de los resortes expresivos. Estas ruinas que ves no es tal obra. La espera continúa."

En la última parte de este artículo voy a explicar por qué tengo la impresión de que el señor Ruffinelli va a quedarse esperando un rato.

Según parece, el señor Ruffinelli concibe el humor como una especie de condimento que se agrega al estilo para hacerlo más paladeable. En cantidades excesivas es nocivo: "El humor tiende a impregnarlo todo en sus textos, al punto de que uno duda de pronto si este 'humor' no se ha convertido ya en actitud, en respiración de autor." Pues no lo dude usted por un momento, señor Ruffinelli, precisamente eso es lo qu es el humor: una manera peculiar y ligeramente oblicua de percibir las cosas. Como el daltonismo, es algo que afecta permanentemente la visión del individuo, no unas gafas que uno se quita y pone a voluntad.

En otra parte del artículo dice: "si Ibargüengoitia se propuso una sátira desmitificadora, un 'ajuste de cuentas social...". No me propuse ninguna de las dos cosas. Al escribir Estas ruinas que vez traté de evocar mis experiencias en una ciudad de provincia. No me pasó por la mente ni corregirla, ni denunciarla, ni mucho menos -esto sería una idiotez- "ajustar cuentas" con ella. Traté de reivivir un pasado irrecuperable y dejarlo ordenado y guardado en un libro. Esta aspiración puede no gustarle a algunos, pero es legítima.

Según Ruffinelli, "la novela no se despoja del tic intelectual y se pasa haciendo guiños de complicidad hacia el lector". Como ejemplo de esas mañas, cita la descripción de la película inmoral.

Según Ruffinelli, hago que mi narrador describa la película y no digo el título porque mis lectores saben que se trata de Jules et Jim, de Truffaut. De esta manera pido la complicidad de mis lectores para que se rían de mis personajes que están sentados en el cine sin entender lo que están viendo.

Pues no, señor Ruffinelli, no fue así. Constestó usted bien la adivinanza: en efecto, la película descrita es Jules et Jim. Nomás que no era adivinanza. La razón por la que no revelé el título ni el nombre del autor de la película inmoral es porque son dos datos que no importan en lo más mínimo. Importa el argumento y el efecto que produce en los espectadores. Aunque comprendo que la tentación de dar el nombre de la película y del que la dirigió, al oir o leer un argumento pueda resultar intolerable para un aintiguo redactor de Nuevo Cine.

Por último, quiero advertir, para que nadie más se desencamine, que si mi intención hubiera sido criticar a la provincia o satirizarla, hubiera hecho que los personajes que vienen de la capital -que son Alderbarán, Rocafuerte, Espinoza y Rivarolo-, tuvieran un comportamiento que quedara por encima de las veleidades de los provinicianos, cosa que no ocurre en ningún momento.

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