Juan Domingo Argüelles
Agustín Lara redivivo
Pese a sus caídas abismales en la cursilería, o quizá por esto, Agustín Lara (1897-1970) sigue presente en el imaginario poético de México, y ahí seguirá por mucho tiempo. “Santa”, “Oración caribe”, “Veracruz”, “Naufragio”, “Arráncame la vida”, “Aquel amor”, “Rival”, “La Cumbancha”, “Noche criolla”, “Mujer”, “Solamente una vez”, “Aventurera”, “Azul” y “Piensa en mí”, entre otras muchas composiciones larianas, definen un estilo y reflejan una época.
Agustín Lara descendió hasta lo más hondo de la chabacanería, pero también logró un idioma personal para tocar los más profundos sentimientos, y es esto último lo que, después de todo, le sobrevive. Él mismo se decía y se creía poeta (“tú qué sabes de mis tiernos madrigales”, escribió), y no dudaba ni un instante estar a la altura del arte, junto a un Tablada (1871-1945), un González Martínez (1871-1952) o un López Velarde (1888-1921).
Romántico remiso, nunca entendió el modernismo, aunque una de sus canciones más emblemáticas se titule “Azul” (como el libro de Rubén Darío) y su primer espacio radiofónico se haya llamado Lahora azul. Su estética es más decimonónica que del siglo XX. A veces algunos hallazgos “literarios” lo acercan a la poesía, pero nada que tuviese que estar, por ejemplo (es una exageración, claro), en la Antología del modernismo (1970), de José Emilio Pacheco: “El hastío es pavo real/ que se aburre de luz en la tarde”; “Azul... como una ojera de mujer,/ como un listón azul, azul de amanecer”; “Tienes el hechizo de la liviandad”; “Blando diván de tul aguardará/ tu exquisito abandono de mujer”; “Oiga usted cómo suena la clave,/ mire usted cómo suena el bongó,/ diga usted si las maracas tienen/ el ritmo que nos mueve el corazón”; “Tu párvula boca/ que, siendo tan niña,/ me enseñó a pecar”.
Según refiere Ricardo Garibay, ese sentimiento elemental de quien se enorgullece de ser poeta porque él mismo lo cree y así lo ha establecido en su sobrenombre, con las mayúsculas de rigor (el Músico Poeta), lo llevaba a exclamar, luego de declamar sus letras: “¡Esto es poesía, chingao, y que no me vengan a mamar!”
“Santa”, “Aventurera”, “Pecadora”, “Imposible” y otras más de sus canciones prostibularias lo definen como el vate del “amor venal”, matizado con alabanzas encendidas a la mujer como objeto de veneración venérea: “mujer divina”, “mujer alabastrina”, “la maravilla de la inspiración”, etcétera. Paradójico machismo que embelesa a las mujeres y encanta a los hombres. En la mujer veía siempre el cuerpo, nunca el espíritu, “buscando vencer sus reticencias –dice Garibay– con los almíbares de la sensiblería”.
Pero hay una canción que, especialmente, define la mejor poética de Lara que ha sobrevivido a todos los embates de la modernidad: la que sigue tocando las fibras más sensibles de la emoción sensiblera (valga decirlo así). Se trata de “Piensa en mí”, que ha sido interpretada por los mejores cantantes de diversas épocas (desde Toña la Negra hasta Natalia Lafourcade, pasando por un gran etcétera: Pedro Vargas, Amparo Montes, Olimpo Cárdenas, Lupe Silva, Virginia López, Omara Portuondo, Betsy Pecanins, Tania Libertad, Eugenia León, Margie Bermejo, Lila Downs, Olivia Gorra, Plácido Domingo, Roberto Alagna, Adriana Landeros) y de la cual logran las más soberbias interpretaciones Chavela Vargas y Luz Casal. (Sus mejores intérpretes son siempre mujeres.)
“Piensa en mí” es inolvidable: “Si tienes un hondo penar,/ piensa en mí;/ si tienes ganas de llorar,/ piensa en mí./ Ya ves que venero/ tu imagen divina,/ tu párvula boca/ que, siendo tan niña,/ me enseñó a besar./ Piensa en mí/ cuando beses,/ cuando llores/ también piensa en mí./ Cuando quieras/ quitarme la vida,/ no la quiero para nada,/ para nada me sirve sin ti”.
Junto con “Arráncame la vida” y “Solamente una vez”, constituye lo más emblemático de la poética sentimental de Lara, en el filo del abismo cursi. Es un sentimentalismo profundo, pero a la vez simple y diáfano, que representa la idea de poesía que tiene el común de los mortales. Únicamente los fríos permanecen inalterados con estas descargas emotivas del más elemental sentimiento.
Hay quienes no lo saben, y por eso hay que decirlo: la resurrección de Agustín Lara es obra de dos españoles: Pedro Almódovar y Luz Casal, cuando en la película Tacones lejanos (1991), dirigida por el primero, Casal canta “Piensa en mí” como un desgarramiento que, con cada interpretación, se hace más memorable. Así se universalizó el boom lariano que no ha cesado y que cada vez se escucha mejor.
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