jueves, 5 de diciembre de 2013

ENRIQUETA OCHOA, VASO DE FRÁGIL CUERPO, Jeremías Marquines

Enriqueta Ochoa, vaso de frágil cuerpo
 
Jeremías Marquines

enriqueta-42a.jpgHace tiempo que intentaba escribir un texto sobre la obra de la poeta Enriqueta Ochoa. Durante varios años pospuse involuntariamente este deseo, siempre otra cosa se atravesaba, siempre algún otro tema se metía y dejaba para el siguiente día mi voluble intención de escribir mis impresiones sobre la poesía de doña Enriqueta.

Lo cierto es que retrasaba el dichoso texto porque nada me obligaba a hacerlo y porque durante esos años no encontré la manera de comenzarlo. Algunas veces escribía una o dos líneas y luego las abandonada por insulsas o porque otros ya lo habían escrito mejor; así fueron pasando los años hasta que la poeta de Torreón falleció en diciembre de 2008. Esa vez tampoco pude escribir nada. Fue mi amigo Jaime Hernández, quien un tiempo acudió a su taller, el que me dio la noticia que me entristeció.

Ahora por fin, me propuse escribir algunas líneas, motivado por la lectura del libro El sentido místico-erótico en la poesía de Enriqueta Ochoa, de María de los Ángeles Manzano Añorve, y obligado por el compromiso que hice con la autora de presentarlo.

El libro de Manzano Añorve es una rica y exhaustiva compilación de casi todo lo que se ha dicho sobre la poética de Enriqueta Ochoa, hasta la fecha. Muy poco se le escapa a esta autora en su afán de abarcar el conjunto de una obra trágica, profunda y relativamente muy poco difundida. “A la fecha”, dice Manzano Añorve, “sólo conozco cinco trabajos realizados sobre la obra de Ochoa”, dos tesis de licenciatura, (tres con la que ahora estamos presentando) y tres ensayos analíticos.”

Aunque en realidad, y para ser precisos, existen muchos más textos sobre Enriqueta. Lo que sucede es que este material no se encuentra disponible en internet, casi todo son artículos que se publicaron en diarios y suplementos entre fines del 60 y los años 90 del siglo pasado, cuando aún no era de uso masivo el internet, y permanecen en las hemerotecas. Uno de los más antiguos es el de Raúl Cásares Carenzo, llamado Notas sobre los himnos del ciego, publicado en El Nacional en 1968. Le sigue el de Humberto Bátiz, sobre El retorno de Electra, publicado en el Unomásuno en 1978, Juan Cervera, en el 78 también escribió sobre El retorno de Electra, en el 79 Beatriz Espejo analiza el mismo poema. Además hay que agregar los textos de Silvia Tomasa, Arturo Trejo, Emmanuel Carballo, Sergio Loya, Oscar Liera, Elsa Cross, José Javier Villareal, Elba Macías, y las largas entrevistas que le hicieron Elena Poniatowska, Cristina Pacheco, Dora Luz Haw y Beatriz Palacios, entre otros. 

El libro de María de los Ángeles Manzano sobre la poética de Enriqueta Ochoa, a mi parecer, hace dos aportes importantes al análisis de la obra de esta poeta norteña. El primero tiene que ver con la reconstrucción biobibliográfica de la poeta de Las vírgenes terrestres. Manzano recupera y organiza con suficiente rigor metodológico los distintos fragmentos de la vida de Enriqueta Ochoa, así como su escasa y dispersa bibliografía, y les da un orden a partir del cual traza líneas interpretativas con rigor y sincronía entre algunos poemas y las distintas etapas de la vida de la autora estudiada. Especial mención merece la extensa y reveladora entrevista que aparece al final del libro porque completa perfectamente muchas de las facetas poéticas de Enriqueta Ochoa que Manzano Añorve revisa a lo largo de este libro.

El otro aspecto se refiere en sí al tema que da título al libro: el sentido místico-erótico de la poesía de Enriqueta. Manzano busca en distintas fuentes de la literatura y la tradición sagrada referencias interpretativas que fortalezcan su tesis inicial, y las expone con emotividad y método. Las lecturas que hace de poemas fundamentales de doña Enriqueta, desde la perspectiva del erotismo sagrado, amplifican la riqueza espiritual que de por sí ya tienen sus poemas.




Enriqueta Ochoa, poeta de lo terrenal
Emmanuel Carballo, a quien se le atribuye parte de la difusión que tuvo la obra de Enriqueta Ochoa, y uno de los críticos que mejor la conoció, nunca la encasilló bajo ninguno de los adjetivos de poeta mística o feminista que en los últimos años se le han indilgado. Si acaso el autor de Los protagonistas de la literatura mexicana, a lo más que se atrevió, fue a designarla como la más terrenal de las poetas.

Recuerdo una entrevista larguísima que, en un atiborrado Centro Nacional de las Artes, le hizo el maestro Carballo, allá por el 2004. Creo que fue la última gran confesión que se arrancara a la poeta ante cientos de personas. Con la habilidad innata para interrogar hasta los asuntos más recónditos del ser, el legendario crítico le preguntó de todo a doña Enriqueta. Hablaron sobre la extraña relación con el padre, con la madre, los hermanos, la poesía; y cuando llegó al erotismo, le hizo preguntas tan filosas, que la poeta se sonrojaba y se agitaba manifiestamente turbada, y a la vez divertida. Esa entrevista es una delicia que siempre he atesorado, sin embargo, en ningún momento de esa profunda conversación el ingenio de Carballo tocó el controvertido asunto del misticismo en su poesía.

Aquella vez acompañé al poeta tabasqueño Ramón Bolívar, quien se asumía como un alumno reverente de la poeta coahuilense. Bolívar sentía particular empatía por la poesía de Enriqueta porque, en cierto modo, veía en ella una prolongación del espíritu pelliceriano del que es acólito. Y es que los vasos comunicantes entre el franciscanismo de Pellicer y el sanjuanismo de Ochoa se entrecruzan de manera inevitable, cada uno en su respectiva búsqueda.

A Pellicer, al igual que Ramón López Velarde, cuando le preguntaban si sus los poemas de Práctica de vuelo eran místicos, respondía que sólo eran poemas de corte religioso, poesía devota, y se asumía como tal. Enriqueta Ochoa era igual. Con su habitual tranquilidad y elegancia, siempre bateaba la impertinente pregunta: “¿Enriqueta Ochoa escribe una poesía mística o metafísica?” A la que ella respondía divertida: "Yo soy como las manecillas de un reloj, voy de un extremo a extremo. Lo mismo he escrito versos eróticos que a Dios, sobre la luz y los duelos, de esto último es lo que más he escrito, sobre todo de la muerte de seres queridos, que tanto me dolían". Y todavía, para mayor precisión y sorpresa, confiesa: “Yo realmente nunca creí que anduviera lo místico y lo erótico ahí […] Esto lo reflejé en la poesía pero sin que me lo propusiera" (Villicaña, 1989: 181).

Los poemas de Enriqueta Ochoa no son poemas místicos, en el sentido que la tradición le ha dado a la escritura de la extrema experiencia espiritual cristiana: posesión absoluta de dios. Menéndez Pidal distingue a la poesía mística de la poesía sagrada, devota, ascética y moral. Plantea que: “no basta la devoción y el fervor para hacer poesía mística. Ésta, aspira a la posesión de Dios por unión de amor, y procede como si Dios y el alma estuviesen solos en el mundo”.  Sabiendo esto, la misma Enriqueta Ochoa siempre rechazó que su poesía fuera religiosa o mística, así lo expresa en la larga y bien estructurada entrevista que María de los Ángeles Manzano incluye al final de su libro.
La palabra «mística», en sentido estricto, deberá aplicarse para designar las relaciones sobrenaturales, secretas, por las cuales eleva Dios a la criatura sobre las limitaciones de su naturaleza, y la hace conocer un mundo superior al que es imposible llegar por las fuerzas naturales, ni por las ordinarias de la Gracia. Misticismo es el conocimiento experimental de la presencia divina en que el alma tiene, como una gran realidad, un sentimiento de contacto con Dios. 

A la poesía de Enriqueta Ochoa sólo se le puede atribuir el carácter místico desde el punto de vista de la creación literaria, tal como ocurre con algunos textos de Angelina Muñiz-Huberman, específicamente en Huerto cerrado, huerto sellado, basado en elCantar de los cantares, o en Morada interior (1972), en el que Santa Teresa funge como protagonista, aunque inmersa en la realidad contemporánea. A pesar de la profunda carga de misticismo que contienen estas obras, no se considera a Muñiz-Huberman como autora mística, aunque ella misma es una estudiosa del misticismo hebraico.

De lo que no hay duda es de que la poesía de Enriqueta es telúrica, es teosófica y es cósmica. En tanto que humana, interroga sus propias dudas existenciales con respecto a la transitoriedad de la vida y el amor; explora el recurso del erotismo sagrado, cuyo origen literario está en El cantar de los cantares, sin dejar a un lado las tribulaciones cotidianas de su propio ser, como lo ejemplifican los siguientes versos conocidos:
"No pediré limosna en el umbral de mi miseria./ Voy a morirme aquí como las bestias en su madriguera,/ en la oscuridad de mi guarida".

"Vamos a jugar a la mascarita sonriente,/ mascarita de barro./ ¡Rechingada máscara del diario/ con que oculto/ estas grietas de fuete/ que son la vida en mi cara!"

"Me repudio al decirlo/ pero cualquier cosa es mejor/ a este avispero en llamas en que vivo".

"Busco a un hombre y no sé si sea para amarlo/ o para castrarlo con mi angustia./ Tengo hambre de ser/ y me siento frente a la ventana/ a masticar estrellas/ para que mi dolor de estómago sea cierto".

"¿Es que voy a morir como flor marchita/entre las páginas de un libro?"


A leer estos versos, uno sólo puede agradecer la ingeniosa definición que hizo su mentor Rafael del Río sobre esta gran poeta: “La poesía de Enriqueta Ochoa, que por más de una razón conserva un estrecho parentesco con la línea que ha caracterizado a Elizabeth Barret Browning, Emily Dickinson, y otras poetas de la familia patética de las desgarradas, adolece todavía de imperfecciones […], pero ya evidencia una fuerza creadora de tal importancia que hace adivinar el advenimiento de una nueva, potente y valiosa voz femenina mexicana”.

Desgarro, dolor humano, angustia ontológica, perspectiva de la muerte, son las constantes que atraviesan los temas del discurso poético de Enriqueta Ochoa así sea al utilizar recursos de la literatura sagrada, como al recurrir a las imágenes del erotismo. En sus poemas, como escribió el viejo Sören Kierkegaard, el espíritu tiene angustia de sí mismo. No puede liberarse de sí, pero tampoco puede comprenderse a sí mismo, por eso siempre está interrogándose, siempre está dudando.

La angustia ontológica de Ochoa no es preocupación ni miedo; es la experiencia metafísica fundamental que late bajo los sentimientos singulares de placer, dolor, incertidumbre. “De la angustia no puede huir porque la ama, amarla no puede, pues la huye”. Pero también, en todo esto, asoma la inocencia como ignorancia de la nada, lo cosmogónico, como se aprecia en el poema titulado El lomo de la vida: “Con la simplicidad del que ignora/ pasé la mano, sin malicia, por el lomo de la vida”. O este otro llamado El suicidio: “Ese carro de sol inútil: la inocencia”.

Para concluir con esta parte hay que recordar que la angustia es una determinación del espíritu que ensueña. Soñando proyecta el espíritu su propia realidad, y nada más claro para ejemplificar la angustia en la poética de Enriqueta Ochoa que los siguientes versos del intensísimo poema dedicado a su hija Marianne, Las vírgenes terrestres:
Es mío el sueño de los valles arrobados
y mío el subterráneo rumor de la semilla.
Si me extraviara a tientas en la oscuridad,
¿cómo podrían llamarme y entenderles?
Llámenme con el nombre
del único incoloro vestido que he llevado:
el de virgen terrestre.

En estos versos la pregunta ¿cómo podrían llamarme y entenderles?, expresa limitación o finitud, pero a la vez revela la pretensión de completar la limitación sentida, así como la esperanza de llegar a una situación anímica en la cual tal limitación sea remediada. Es llanamente angustia del ser que se piensa a sí mismo finito: “el morir es el acontecimiento que reduce a la nada las posibilidades de nuestro existir en el mundo. Así la posibilidad de la muerte es la más cierta de las posibilidades y la única que nos permite descubrir la totalidad de la existencia”.




El erotismo místico de Enriqueta Ochoa 
Es a Samuel Gordon, consumado estudioso de la “poesía religiosa” de Carlos Pellicer, a quien también le debemos la más firme clasificación de Enriqueta Ochoa como “poeta de lo sagrado”. Su argumento es aquel que dice: “Abra sus libros en cualquier parte y hallará la palabra divina”. A partir de esta categorización se han escrito varias tesis y ensayos en los últimos años, que repiten esta ruta que para mí no es lo suficientemente convincente. Prefiero quedarme con las valoraciones críticas de Rafael del Río y Emmanuel Carballo. Prefiero explorar la poética de Enriqueta Ochoa como una poética de la angustia ontológica, muy humana, muy terrenal, más allá de paradigmas místicos o religiosos, y que contempla todo un mundo de claves y enigmas para expresar lo que de inefable tiene la poesía; lo único, lo que sólo una mujer extraordinaria como nuestra poeta puede percibir.

Al leer el libro de Gela Manzano, debo reconocer que hizo un trabajo exhaustivo al tratar de encontrar las conexiones que justifiquen la relación místico-erótica en la obra de la poeta coahuilense. Además, logró hacerme escribir un texto sobre Enriqueta Ochoa. No es nada fácil explicar las relaciones entre deseo sexual y santidad en una poeta que se oculta en muchísimas capas del lenguaje y con influencias, a veces tan contrastantes. Sin embargo, Manzano Añorve logra encontrar esas claves y tras analizarlas, resuelve el enigma doloroso de Enriqueta Ochoa que encerró el amor en un vaso de frágil cuerpo.

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