HEMEROTECA
La muerte «más idiota» de Albert Camus
Día 07/11/2013 - 14.50h
Así calificó el Nobel de Literatura el fallecimiento del ciclista Fausto Coppi en accidente de tráfico, según anunciaban por error algunos periódicos, un día antes de que a él le ocurriera lo mismo en la carretera de Borgoña
«No conozco nada más idiota que morir en un accidente de auto», dijoAlbert Camus, el 3 de enero de 1960, en referencia a la pérdida deFausto Coppi, después de que algunos diarios europeos publicaran por error que esa había sido la causa de la muerte del histórico ciclista. Al día siguiente, el propio Camus, de cuyo nacimiento se cumplen hoy 100 años, se dejaba la vida sobre el asfalto de la carretera de Borgoña, cerca de La Chapelle Champigny.
Ocurrió cuando su amigo y editor Michel Gallimard conducía a gran velocidad su Facel Vega en una recta sin obstáculos y el neumático reventó. El Premio Nobel de Literatura 1957 iba a la derecha del conductor. «El encontronazo con un árbol fue tan violento que el vehículo se partió en tres pedazos, y Camus fue a parar a los asientos posteriores. La muerte del famoso escritor fue instantánea», contaba el corresponsal de ABC en París, Federico García-Requena, en una crónica titulada «La muerte, imprevista y absurda, de Albert Camus».
El coche quedó tan destrozado que se tardó mucho tiempo en extraer el cadáver del escritor de entre los restos del coche. Gallimard, en cambio, fue trasladado grave al hospital y su esposa y su hija sufrieron tan sólo contusiones.
Tributo tardío
La huelga que mantenían desde hace días los medios de comunicación francesas hizo que la trágica noticia se divulgara muy tarde. Sin embargo, en cuanto se supo del accidente, la radio pública francesa, de acuerdo con las comisiones de huelga, decidió inmediatamente suspender su programa de música grabada, el único que transmitía en aquellos momentos, para rendir tributo al fallecido escritor.
«El estupor ahondaba dolorosamente en nuestra carne conforme íbamos tomando conciencia del tremendo e inesperado drama», añadía el corresponsal de ABC.
Camus tenía sólo 47 años y tan sólo tres antes había alcanzado la gloria de las letras con el Nobel. Fue el segundo escritor más joven de la historia en conseguirlo–por detrás del inglésRudyard Kipling, que recibió el galardón en 1907 con 42 años, uno menos que Camus– y llegó a decir en una ocasión que su obra no había hecho más que empezar. Nadie lo hubiera dicho a juzgar por novelas como «El extranjero» (1942), «La peste» (1947) o «La caída» (1956), pero lo cierto es que fallecía prematura y repentinamente un hombre «colmado de dones y de honores, benjamín de los actuales escritores franceses de fama universal, que tenía adquirida una reputación intelectual incomparable, elaborada de exigencias y de una estricta y severa pureza», decía la necrológica de ABC.
Se unía así a la larga lista de celebridades que se han dejado la vida en un accidente de tráfico: James Dean, Jackson Pollock, Jorge Cafrune,Pierre Curie o la bailarina estadounidense Isadora Duncan, entre una lista infinita.
«Condenado a muerte»
Sin embargo, la vida de Camus era la del hombre que se sabe «condenado a muerte» por una enfermedad incurable, razón por la cual trabajaba incasablemente para «desprenderse del precioso mensaje literario que guardaba en sí». Sufría una afección pulmonar, que ya le había avisado con dos graves crisis, y el mal de Koch, que «estaba latente en su organismo como una fiera agazapada, dispuesta a surgir de nuevo para dentellearle vorazmente en el instante más inesperado», aseguraba García-Requena.
Ni por un momento pudo imaginarse el gran Albert Camus que su fin sería tan distinto, tan «absurdo» e «imprevisible». «La pérdida del joven maestro de la joven élite europea es una de las mayores que podían sufrir en estos momentos las letras francesas y toda la juventud ha de llorarla», dijo entonces François Muriac, otro de los escritores franceses laureados con el Nobel.
«¿Qué podré yo llamar eternidad, sino a todo aquello que forzosamente habrá de continuar después de mi muerte?», se preguntó en una ocasión el humanista convencido, consciente del absurdo de la condición humana, antes de morir.
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