domingo, 22 de diciembre de 2013

LUIS CERNUDA, LA MUERTE Y EL OLVIDO, Ricardo Bada

Luis Cernuda,
la muerte y el olvido

Ricardo Bada


Sabido es que Luis Cernuda rotuló su poesía bajo el título general La realidad y el deseo. Después de haberme metido entre pecho y espalda la relectura completa de su obra poética, se me hace que también hubiera podido titularla como yo este artículo: “La muerte y el olvido.”
Quede como anécdota que a la muerte la nombra por su nombre 163 veces, que el verbo “morir” lo emplea –en sus distintas conjugaciones– ochenta y siete veces, setenta y cuatro son las que nombra a muertas y muertos, y dieciséis las que usa el adjetivo “mortal”. La cosa comienza tan temprano como cuando Cernuda sólo cuenta veinticuatro años, en su narración “El indolente”, publicada en La Verdad, de Murcia, el día 18 de julio de 1926, o sea, exactamente diez años antes del estallido de la Guerra civil. Allí dijo: “Desde aquí mis sentidos extienden su tácito imperio sobre el mundo; esta amplitud del deseo, ¿no será mortal a la misma vida? [...] Mas ¿de dónde esta frágil brisa, resto acaso de la antigua primavera, viene a morir sobre mi cuerpo indolente?”
Con independencia de la estadística que acabo de resumir, a Cernuda le gustó vestir a veces, con ropas suntuosas, la mención de la muerte. Valgan los siguientes ejemplos:
“He venido para ver la muerte/ y su graciosa red de cazar mariposas./ Los entierros, aburridos como piedras./ La luz funeral del acetileno./ El halo virginal de la muerte./ La miseria y la muerte futuras,/ no pensadas aún, en vuestras manos/ bajo un inofensivo sueño adormecían/ sus venenosas flores bellas./ Verdades o mentiras/ son pájaros que emigran cuando los ojos mueren./ Mientras los años, muertos como un muerto,/ abren su tumba de estrellas apagadas./ Algún día nuevamente resurgirá la flecha/ que abandona el azar/ cuando una estrella muere como otoño para olvidar su sombra./ La playa cuenta días y horas por cada niño que muere./ Tu destino es mirar las torres que levantan, las flores que abren, los niños que mueren; aparte, como naipe cuya baraja se ha perdido./ Mas todavía hay en mí algo que te reclama/ conmigo hacia los parques de la muerte./ Muero y renazco siempre [...] confusión de la muerte, resuelta en melodía./ No, no quisiera volver,/ sino morir aún más,/ arrancar una sombra,/ olvidar un olvido”.
Valgan, como dije, estos once ejemplos. Porque son once ejemplos y no un solo poema, que es lo que parece cuando los cito encadenados, como ahora lo he hecho.
Va de suyo, pues, que si nos ponemos a espigar en la obra de Cernuda, y nos diésemos maña para ello, le podríamos añadir un par de poemas que él mismo nunca hubiera sospechado, pero como eso sería un juego, vamos a dejarlo estar (“ya estuvo suave”, se diría en buen mexicano, y hasta es posible que Cernuda mismo lo dijera, con sus muchos años en México).
La voz de una generación
Una vez que hemos llegado aquí, y antes de seguir adelante, quisiera llamar la atención acerca de su dicción especial, y pues en ello estamos, veamos tres ejemplos de dicción característica de poetas de la misma generación de Cernuda.

Collage de Marga Peña
Empecemos por García Lorca, su poema “Serenata de Belisa”: “Por las orillas del río/ se está la noche mojando./ En los pechos de Lolita/ se mueren de amor los ramos.// ¡Se mueren de amor los ramos!// La noche canta desnuda/ sobre los puentes de marzo./ Belisa lava su cuerpo/ con agua salobre y nardos.// ¡Se mueren de amor los ramos!// La noche de anís y plata/ relumbra por los tejados./ Playas de arroyos y espejos/ anís de tus muslos blancos.// ¡Se mueren de amor los ramos!”
Sigamos con Pedro Salinas, un fragmento del poema “Lo que eres” : “Lo que eres/ me distrae de lo que dices.// Lanzas palabras veloces,/ empavesadas de risas,/ invitándome/ a ir adonde ellas me lleven./ No te atiendo, no las sigo:/ estoy mirando/ los labios donde nacieron.// Miras de pronto a lo lejos./ Clavas la mirada allí,/ no sé en qué, y se te dispara/ a buscarlo ya tu alma/ afilada, de saeta./ Yo no miro adonde miras: yo te estoy viendo mirar.”
Y terminemos con Vicente Aleixandre, sevillano como Cernuda, su poema “Adolescencia”: “Vinieras y te fueras dulcemente,/ de otro camino/ a otro camino. Verte,/ y ya otra vez no verte./ Pasar por un puente a otro puente./ –El pie breve,/ la luz vencida alegre–.// Muchacho que sería yo mirando/ aguas abajo la corriente,/ y en el espejo tu pasaje/ fluir, desvanecerse.”
Si han retenido bien estas tres distintas cadencias de dicción poética, presten atención ahora a una estrofa elegida al azar entre muchas otras de Cernuda, por ejemplo, en el poema que se titula “Del otro lado”: “Si él pudiera oírles, no se reconociera/ en nada: extraño en el paraje,/ sus actos y su vida, comentados,/ aún no menos extraños. Las palabras de otros/ el mito involuntario tejen/ de un existir cuando ya ausente o ido”.
Creo que se ve claro que el idioma, manejado por Cernuda, suena de otro modo, y es ello lo que movió alguna vez a cierto espíritu crítico (no recuerdo bien si fue Juan Ramón Jiménez) a decir que Cernuda escribía en inglés con palabras españolas. Por supuesto no es así, y tengo muy en claro que su distinta dicción es sencillamente fruto de una sensibilidad educada en la poesía inglesa, sí, pero firmemente arraigada en una convicción entrañable: la de que en la poesía española había que acabar de una maldita vez con esa musiquita que el perverso Borges decía reconocer en los sonetos de Lope, pero que no está en ellos, sino en el idioma, en los propios sonetos de Borges, si vamos al caso.
Acabar con esa musiquita, y con el oropel. En su ensayo sobre Moreno Villa lo dice Cernuda taxativamente, que en España “para ser gustado es necesario siempre bastante oropel”. Y su manera de concebir lo que es, lo que debe ser un poeta está clara como el agua cuando hablando de Antonio Espina lamenta que “abandonase el trabajo de poeta”, subrayo: “el trabajo de poeta”.
Por otra parte, en el ensayo que le dedicó a León Felipe asevera: “En mi opinión, la sequedad es una de las cualidades mejores con que puede contar un poeta”.
Pero... Pero Juan Ramón dice: “Quien escribe como se habla irá más lejos en lo porvenir que quien escribe como se escribe”, y Cernuda comenta: “Palabras que van en el mismo sentido que unas de Machado sobre el mismo tema. Ambas observaciones, la de Machado y la de Jiménez, son muy justas”. Sólo que entonces cabe preguntarse por qué Cernuda escribía más bien como se escribe que como se habla.
Insistiendo en el problema de la dicción: seguro que todos mis lectores recuerdan, aunque sólo sea cantado por Alberto Cortez, el famoso “Retrato” de Antonio Machado, con sus versos de bronce. Pues bien, yo no puedo leer ese poema de Machado sin acudir después a “La familia”, uno de los más emblemáticos de Cernuda, aunque ¡qué distintos que suenan estos dos sevillanos, Machado y Cernuda, y qué seriedad tan grande la de los dos!; no son ellos, por cierto, del género andaluz cascabelero. Para cerrar el tema, no quisiera dejar de anotar que uno de los versos más recordables de Machado en ese su “Retrato”, “quien habla solo espera hablar a Dios un día”, Cernuda lo modulará de manera sui generis en su hermoso “Dístico español” diciendo: “Quien habla a solas espera hablar a Dios un día”.
Variaciones
Quisiera detenerme ahora en su poema titulado en inglés “Birds in the night [Pájaros en la noche]”, donde se pregunta: “¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?/ Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable/ para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella,/ como Rimbaud y Verlaine”. Y si quiero detenerme acá es para destacar que en este poema acerca de aquella pareja escandalosa y reprobada por la sociedad que compusieron Rimbaud y Verlaine cuando vivían en el # 8 de la Great College Street, en Camden Town, en Londres, figura el siguiente verso: “Entonces hasta la negra prostituta tenía derecho de insultarles”. No es raro encontrar estos rastros de racismo en la literatura española, incluso donde menos se lo espera uno, y si digo que ese verso esconde un cierto racismo es fíjándome en el énfasis del “hasta”: ¡si hasta una puta negra podía insultarlos, qué bajo habían caído!
Pensando en el primer público para este artículo (los lectores de La Jornada Semanal), lo probablemente más interesante a comentar sería el segundo libro de prosa poética de Cernuda, Variaciones sobre tema mexicano.
Este libro encierra en su prólogo una preciosa reflexión acerca de que “ni Larra ni Galdós, quienes, aunque tan diferentes, tenían una conciencia igualmente clara, se preocuparon nunca por estas otras tierras de raigambre española”. Así, sus Variaciones sobre tema mexicano cobran un valor añadido que el buen Cernuda ha sabido contextualizar tácitamente en ese preámbulo a su libro; él va a ser quien sí se va a preocupar de “estas otras tierras”, olvidando o queriendo ignorar –no sé por qué– alguna frase dejada caer por Galdós, como quien no quiere la cosa, por ejemplo en La familia de León Roch, cuando dice: “había en su paso algo de la marcha majestuosa de un navío o galeón antiguo, cargado de pingüe esquilmo de las Indias”. “Pingüe esquilmo de las Indias”, ¡si hasta la dicción es cernudiana! Pero sobre todo Cernuda olvida o quiere ignorar –menos sé por qué, en este caso, puesto que no se trata de una frase aislada– aquellas novelas de don Ramón del Valle–Inclán que no sólo no ignoraron esas otras tierras de raigambre española, sino que además incorporaron al acervo del idioma peninsular docenas de palabras y giros hispanoamericanos.
En “La acera” Cernuda, es decir, el poeta, se acerca a una tienda que le llama la atención porque su fachada está iluminada a giorno siendo como es de noche: “Llegado a su altura, tras el portal deslumbrante, viste de pronto pilas de ataúdes sin forrar aún sus costados metálicos, a espera, ellos también, de consumidores. (...) Más tarde, al ver entre los juguetes infantiles allí acostumbrados, y como uno de tantos, una muerte a caballo, delicado trabajo que denotaba en su artífice anónimo el instinto de una tradición, comenzaste a comprender.// El niño entre cuyas manos la representación de la muerte fue un juguete, debe crecer con una mejor aceptación de ella, estoico ante su costumbre inevitable, buen hijo de una tierra más viva acaso que otra ninguna, pero tras de cuya vida la muerte no está escondida ni indignamente disfrazada, sino reconocida ella también como parte de la vida, o la vida, más certeramente quizá, como parte indistinta de ella”.
Retorna al tema de los juguetes infantiles en el poema “Juguetes de la muerte”, al contemplar unas figurillas en un museo: “Hallados en tumbas, muchos de estos fragmentos sobreviven tras de sortear el entredicho de la muerte. (...) La muerte ahí, al devolvernos esas encantadoras nonadas por la rendija de la puerta tras de la cual se oculta, como pilluelo que con el pulgar tocado su nariz y los otros dedos extendidos nos hace burla, ¿no parece reírse de nosotros?”
Finalmente, una reflexión en torno al indígena mexicano, en el poema “El indio”: “Demasiado sería pedir su descuido ante la pobreza, su indiferencia ante la desdicha, su asentimiento ante la muerte. Pero gracias, Señor, por haberle creado y salvado; gracias por dejarnos ver todavía alguien para quien Tu mundo no es una feria demente ni un carnaval estúpido”.
Last but not least: Amén de La realidad y el deseo, nos quedan de Cernuda varios poemas inéditos, entre ellos una entrañable “Elegía. A Federico [García Lorca]”, que se inicia así: “Cuánta muerte, Federico, cuánta muerte”. Y de entre esos poemas inéditos deseo rescatar este ars poetica inigualablemente personal: “La poesía para mí es estar junto a quien amo. Bien sé que esto es una limitación. Pero limitación por limitación esa es después de todo la más aceptable”. Aunque su mejor epitafio está en el libro Como quien espera el alba, allí donde dejó dicho: “[Tu inteligencia] a poco que la muerte se demore,/ ella será clarividente un día. (...) Y mi voz no escuchada, o apenas escuchada,/ ha de sonar aún cuando yo muera”.

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