miércoles, 18 de diciembre de 2013

DE AFORISMOS, CUENTOS Y OTRAS AVENTURAS, Mariana Frenk-Westheim

De aforismos,
cuentos y otras aventuras
Mariana Frenk-Westheim
Para amar a la humanidad hay que ignorarla. (Ca. 1930).
¿Quieres creer en la bondad de los hombres? Hazte ermitaño. (1972).
Antes los jóvenes eran esclavos de tradiciones y tabúes. Hoy viven en la esclavitud de la libertad. Antes los obligaban a obedecer, hoy están condenados a escoger. (1992).
Hay personas de grandes cualidades a quienes sólo soportamos por sus pequeños defectos. (1972).
Contra las grandes cualidades de otras personas hay una sola defensa: el amor. (Esta frase es de Goethe, pero así, metida entre las mías ¿quién se va a fijar?) (1972).
Dándonos cuenta de las pequeñas infamias de que somos capaces las personas decentes y casi maravillosas, ¡qué podemos pedir a los canallas! (1992).
Teme a los tímidos: son capaces de todo. (1971).
Ningún audaz lo es tanto como un tímido que venció su timidez. (1972).
El suicidio es un acto cobarde para cuya ejecución se requiere gran valor. (1992).
(De la estulticia humana.) Qué felices nos hacen los elogios, aunque sepamos que no son sinceros. (1992).
Aprecio infinitamente tu sinceridad. Si me dijeras ‒sinceramente‒ lo que piensas de mí, tendría yo que decirte ‒¡qué pena!‒ lo que pienso de ti. (1992)
No desprecien el chisme: es la única actividad creadora de muchos. (1992).
El tonto que habla poco demuestra que no lo es tanto. (1992).
Esa mujer tiene una manera nada espiritual de ocuparse de cosas espirituales. (1969).
Lo aburrido no garantiza lo profundo. (1992).
“La elegancia no es mi ideal”, dijo el hipopótamo. (1973).
(Para una amiga.) Qué bella serías si no lo supieras. (1978).
Estar orgulloso por haber hecho algo me parece justificable, aunque no necesario. ¿Pero estar orgulloso de ser algo, por ejemplo, hombre o mujer, o chino, alemán, iraní o guatemalteco? Extraña locura. (1992).
Si a tiempo aprendes a renunciar, tu vida será gloriosa hasta el último momento. (1992).
Entre los vicios de la humanidad actual, uno de los peores es la velocidad. (2001).
(Consejo a los que asisten a menudo a cocteles, vino de honor, etcétera.) Si no tienes la menor idea de quién es la señora que te saluda efusivamente, te tutea y demuestra en sus preguntas un conocimiento exhaustivo de tu pasado, presente y futuro, y si, absurdamente, te interesa saber quién es, no le preguntes de ninguna manera ‒ni siquiera si ella parece tener todas las características de la mujer casada‒: “Y dime, ¿cómo está tu esposo?” Porque puede suceder que la señora esa condense la frustración de su vida en una mirada gélida y, alzando las cejas, te conteste: “Yo nunca he tenido esposo.” Cosas así no son agradables. Más vale preguntar. “Y tú, ¿qué has hecho en los últimos tiempos?” Toda la gente tiene últimos tiempos. Y es probable que se suelte ella contándote muchas cosas, más de las que tú quieres saber, y que así logres establecer su identidad. Y si te contesta: “Pues lo de siempre” ‒entonces, ni modo

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