Okúpate
Cuando niña, Vivian Abenshushan (cuyo apellido de origen sefardí significa “hijo de la rosa”) tuvo que disputarse el amor de sus padres con unos “tortugones empastados” por entre los cuales tenía que abrirse paso por las mañanas para trepar hasta su cama y llegar hasta ellos para darles los “buenos días”. Al paso del tiempo, Vivian no solo dejaría de luchar contra aquellos “animales óseos”, sino que se rendiría ante ellos: “La influencia de mis padres ha sido definitiva —explica Vivian, moviendo sin cesar unas alargadas y expresivas manos— Mi madre, Socorro Cano, trabajó para Octavio Paz y fungió como editora en el Fondo de Cultura Económica, donde permaneció 25 años. En mi casa siempre hubo libros... libreros con 5000, 6000 ejemplares, y creo que ya papá, Isaac Abenshushan, el insomne a quien está dedicado su primer libro de cuentos, El clan de los insomnes, completó los 9000 títulos. Hay una compulsión lectora en él, y aunque no fui una niña ratón de biblioteca, al ver que papá centraba por horas y horas su atención en ese objeto, sin moverse más que para pasar las páginas, me hizo ver que había en los libros una fascinación secreta.”
Vivian redondea la idea anterior en “Leer en la cama”, incluido en su primer libro de ensayos Una habitación desordenada: “Creo que, más allá de mi temprana intrusión en la cama de mis padres, en la infancia nunca viví esa familiaridad entre la lectura y las cobijas (hasta que) una hepatitis tremenda (…) me atacó a los catorce años, durante las vacaciones de verano (…) me curé de la hepatitis sin ningún contratiempo pero había contraído otra enfermedad: la literatosis, como (la) llamaba Juan Carlos Onetti- un escritor que se pasó la vida en la cama-(…)” (Pértiga, 2007, p.p 81, 83).
Su más reciente libro,Escritos para desocupados (SUR+, Oaxaca, México, 2013) es, entre muchas cosas, la reiteración de una postura que ha sostenido prácticamente desde sus inicios, si nos atenemos al discurso de los personajes de sus relatos. Como expone en el antes citado libro, ella radicaliza su decisión de consagrarse al oficio peor pagado pero más fascinante del mundo, ya casada con el poeta Luigi Amara, quien además comulga plenamente con su, llamémosle, “ideal”. Más cercana a la filosofía que a la literatura per se, Vivian es una “rara” de las letras mexicanas, por entero kiekaardiana, que en tiempos violentos y apresurados se da lujo de dar una larga caminata con su pequeño hijo Oliverio tomado de la mano para dedicarse a contemplar el cielo o a un perro persiguiéndose la cola y, ¿por qué no?, tener un arrebato luminoso. Pareciera, pues, una chica distraída. No, no lo es. No para su rico mundo interior al que permanece anclada, alerta y fiel.
“Mi espíritu no anda si mis piernas no lo mueven”, escribió Montaigne en una frase casi idéntica a otra de Rousseau: “Sólo puedo meditar mientras camino. Si me detengo, dejo de pensar; mi mente solo trabaja con mis piernas”. También Nietzsche expuso en la Gaya cienciacómo deletreaba sus conjeturas con los pies: “Yo no escribo sólo con la mano; el pie también quiere escribir conmigo. El camino va por mí, firme y valiente, unas veces por el campo, otras por el papel”. El camino va por mí: esa es la única forma no fosilizada del ensayo, su anti método (…)” (“Contraensayo”, Escritos para desocupados, p. 217)
Paradójicamente, Vivian retoma la forma más clásica del ensayo –aunque ella lo denomine “contra-ensayo”- para revelarse contra un mundo cada vez más automatizado y apartado del espíritu y de la razón, que a su vez son presentados como antagónicos. Según Michel Onfray, por cierto, otro de sus autores canónicos, el ensayo filosófico en estado puro es una re-construcción del sí mismo, que implica al lector en una complicidad amistosa: “(…) Partir de uno mismo no obliga a quedarse allí, ni a sentir un placer potencialmente culpable. Entre el rechazo del yo y el egotismo desatado, hay un lugar para darle al yo un estatuto particular: la posibilidad de aprehender el mundo a fin de penetrar algunos de sus secretos (…) Nietzsche (…) Asienta las bases de una lectura filosófica digna de ese nombre cuando afirma que toda filosofía se reduce a la confesión del cuerpo, a la autobiografía de un ser que sufre (…)” (La fuerza de existir, Manifiesto hedonista, Anagrama, Col. Argumentos, traducción de Luz Freire, Barcelona, 2008, p. 67).
No nos extrañe, por tanto, que Escritos para desocupadosfuncione en gran medida como una autobiografía, y que algún otro ensayista que se ha tragado la idea de que “el ensayo no es así” porque tiene que privilegiar a la razón por encima de las vísceras (o el espíritu), saque tarjeta amarilla al notar este punto. A través de los ensayos que componen este libro, la autora expone sus motivos para “sublevarse” contra el reloj que, según sus propias palabras, no es otra cosa que el recordatorio de que se nos extinguen los minutos: la vida. Como la inmensa mayoría de los mortales, alguna vez checó tarjeta en la redacción de una revista donde fungía como editora, y pasaba recluida en una oficina hasta diez horas, sin contar los cierres de edición, que suelen ser maratónicos, apartada de los libros, del amor… de existir. Era, según ella misma escribe, una “estatua de fatigas”.
“Aquel año –nos relata de propia voz - Luigi y yo fuimos a Argentina justo en medio de la “crisis del corralito”, y descubrimos una sociedad reorganizándose en medio del colapso del estado y del mercado. Había un anti-movimiento de trabajadores recuperando fábricas, constituyéndose como cooperativas, así como un amplio movimiento de cine independiente muy crítico, teatro callejero, documentalistas, editoriales independientes, las “cartoneras”… y en medio de ese clima de vitalidad crítica, que fue muy estimulante, había también un gran movimiento estencilero. Las calles rebosaban de esténciles con consignas muy lúcidas, muy ácidas, y estéticamente complejas… y una tarde, caminando por la calle de San Telmo se me apareció uno que decía Mate a su jefe: renuncie, ilustrado con un dibujo del señor Burns, de Los Simpsons.
“Fue una auténtica epifanía –concluye- Sentía que me estaba hablando a mí…
De regreso a México, Luigi se solidarizó con Vivian y renunciaron a sus respectivos empleos. Casi el mismo día planificaron la creación de una editorial independiente e iconoclasta: Tumbona Ediciones, que ya en su nombre lleva implícita la intención de fomentar el ocio creativo. “La ausencia de ocio nos devuelve a la barbarie, que es más o menos el estado en que nos encontramos ahora, luchando encarnizadamente por el bienestar.” (“Diario de una vida flotante”, Escritos para desocupados). Y junto con el nuevo proyecto, que ha fructificado con discreto éxito a la fecha, llegó Oliverio a la vida de esta “pareja de ociosos”.
Se trata, pues, de trabajar para vivir, y no de vivir para trabajar; de trabajar por placer y no por dinero; de sacrificar el estatus (la vanidad, la competencia, la satisfacción de necesidades creadas por la publicidad) en aras de la satisfacción personal. Como la propia Vivian señala en su libro, ella fue una estudiante muy aplicada no porque la forzaran a ello, sino porque disfrutaba estudiar. Misma plenitud que encuentra en las actividades implicadas en sus oficios de escritora y editora, aunque se tienda a asociar el placer exclusivamente con el ocio y condenar ambos. En este sentido, diría Onfray otra vez, Vivian es también epicúrea: práctica y existencial.
En Una habitación desordenada, cuyo título alude, claro está, a “la habitación propia” de Virginia Woolf, descubrimos en Vivian a una de las pocas ensayistas, si no es que la única, que introduce en sus escritos a Juana, la señora de la limpieza, sin por ello parecer que está banalizando. Simplemente, para ella Juana es importante, no solo por ser la señora que impide que su desorden se le venga encima y la sepulte, sino porque Juana es un ser humano y a Vivian lo humano le importa, y mucho. Pero esta es una forma más contemporánea de invocar la famosa habitación que, una vez conquistada por su ocupante escritora, presenta otro tipo de problemática: el íntimo caos que solo una misma es capaz de descifrar: “(…) Poner las cosas de su sitio es, entonces, una forma de esconderse (…) en mi caso, el desorden siempre sobreviene, ocurre, acaece; me atrevería incluso a decir que es.” (p.p 22 y 23).
Foto: Eve Gil |
En menor o mayor grado, los seis relatos largos de El clan de los insomnes reflejan esa misma necesidad de vencer el miedo a vivir. Ese, considero, es el hilo conductor de sus historias, concretado a través del insomnio, esa rebelión del cuerpo que se niega a desconectarse, a permitirse ser vulnerable: “(...) y ahora recuerdo que en algún lado leí que el hombre es un animal que ríe, porque es el único que sabe que habrá de morir. Su risa es la manifestación indirecta de su miedo.”, parafraseando a Giovanni Pappini. Inmersa en la zozobra y el subempleo, Vivian reconoce que ella misma escribe para vencer al miedo, “la risa nace frente a la ruptura de la lógica —dice muy seria, como es ella: seria y profundamente reflexiva —: la risa es, justamente, una manera de vencer el miedo ante lo que no puedes comprender”, razón por la cual, el humor es otro elemento latente en su narrativa, aunque sea este un humor que exige cavilación, reflexión. El insomnio, por otra parte, es una constante en su vida, más extraordinario aún, es una condición elegida por ella misma, no como en el caso de sus personajes, despiertos contra de su voluntad. “Me gusta escribir por las noches, quizá porque mi madre transcribía los textos de Paz a esa hora, y mi padre, por ponerse a leer hasta la madrugada, se habitúo a dormir de tres a cuatro horas diarias. Mis ideas empiezan a fluir naturalmente a las 2 o 3 a.m, y estoy familiarizada con el silencio más profundo y con el sonido del primer avión que cruza el cielo alrededor de las 5:00 a.m.” Confiesa (y lo subraya en sus ensayos) que su relación con la academia no es del todo amistosa. “Me parecía que leer un poema de Baudelaire, a través de la lectura que haría un estructuralista, es la forma más rápida de condenarlo, de destruirlo, entonces me alejé lo más pronto posible de la academia, donde pensar por uno mismo parece un pecado.” Lamenta, como lamentan los grandes ensayistas, y muchos entusiastas de esos grandes ensayistas, que un género tan entrañable, acaso el único que permite al autor hablar desde sí mismo, haya sido desviado de su propósito original por ciertos académicos que no se sienten autorizados para opinar si no es a través de la opinión de terceros, terceros autorizados, además, sin contar que, como la propia Vivian escribe en “Contra el ensayista sin estilo”, que el ensayo es el trayecto, no la llegada (las cursivas son mías); que nada tiene que ver con el mero comentario que ciertos reseñistas insisten en hacer pasar por reflexión, rasgo fundamental en la estrategia del ensayista. Reconoce, sin embargo, haber tenido maestros extraordinarios, mencionando en primer lugar a Juan Villoro, cuyo taller de cuento era de lo más estimulante, “había hordas de alumnos en su clase, algunos de pie.”
Recibió también clases de Salvador Elizondo, que en su primera clase se limitó a escribir una palabra en el pizarrón, Joyce, diciendo a continuación que esa era toda la literatura, y de Huberto Bátiz, “aunque Bátiz era un profesor aterrador, que nos hizo llorar en muchas ocasiones con sus críticas devastadoras, me descubrió la verdadera cara del ambiente literario, me hizo ver que los escritores no eran tan puros como yo suponía, sino capaces de sentir envidia y hacer la grilla. Trabajé algún tiempo con él, en su suplemento Sábado del extinto diario Unomásuno, y ahí me di cuenta de que la escritura no exigía buenas calificaciones, que si me quería probar como escritora debía abandonar las exigencias académicas.”
Actualmente, Vivian trabaja en una No-Novela, según ella misma nos explica: “Lo estoy redactando en tarjetas de formato 5 X 6, a mano…algunas cosas a computadora que habla de plagio. El 90% del libro son extractos recortados de otros libros y se pregunta por qué la literatura, contrario del arte, llegó tan tarde a las estrategias que en el arte son casi rutinarias como el plagio, la intertexualidad y la re apropiación, y si la literatura no dialoga con lo contemporáneo, corre el riesgo de morir.”
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