Mi poema de este jueves 1 de mayo se llama "Mirar con desdén la desventura", surgió a partir de una vieja columna de Ricardo Garibay (en Proceso, allá por 1990) sobre la suerte y muerte de Víctor Serge, escritor y revolucionario de la primera hora que terminó sus días en México, padre del pintor Vlady.
Me dice Vlady que Serge
tenía unas manos hermosas,
como de pianista,
y que fue agente del Komitern
(única y breve temporada de bienestar,
pues pasó por la vida asido a una
pobreza interminable, a una pobreza
sin final).
tenía unas manos hermosas,
como de pianista,
y que fue agente del Komitern
(única y breve temporada de bienestar,
pues pasó por la vida asido a una
pobreza interminable, a una pobreza
sin final).
Murió de un ataque al corazón,
en alguna calle anónima de una
Ciudad de México
entonces todavía transparente
y ya cubierta por
la ocre hojarasca del otoño,
y dos días después Vlady fue llamado
para que identificara el cuerpo
de su padre,
en una maloliente comisaría,
y encontró a Serge tendido en una mesa,
en una plancha mejor dicho
de cemento,
y lo primero que el hijo miró
fue la vieja seña de identidad
de su aguerrido padre,
la imagen de la eterna
pobreza: los zapatos rotos,
reducidos a hilachos, del viejo
Bolchevique, traicionado, perseguido,
defenestrado por Stalin y su ejército
de matones y corifeos
(desarrapado, desnutrido, cada vez más
aquejado de angina de pecho
—que empeoró a causa
de la altura de la ciudad—,
sufrió un infarto en la calle,
solo a altas horas de la noche,
llamó a un taxi y apenas
le alcanzó el aliento para morir,
para irse muriendo
en el asiento trasero,
escribió Susan Sontag
muchos años después).
en alguna calle anónima de una
Ciudad de México
entonces todavía transparente
y ya cubierta por
la ocre hojarasca del otoño,
y dos días después Vlady fue llamado
para que identificara el cuerpo
de su padre,
en una maloliente comisaría,
y encontró a Serge tendido en una mesa,
en una plancha mejor dicho
de cemento,
y lo primero que el hijo miró
fue la vieja seña de identidad
de su aguerrido padre,
la imagen de la eterna
pobreza: los zapatos rotos,
reducidos a hilachos, del viejo
Bolchevique, traicionado, perseguido,
defenestrado por Stalin y su ejército
de matones y corifeos
(desarrapado, desnutrido, cada vez más
aquejado de angina de pecho
—que empeoró a causa
de la altura de la ciudad—,
sufrió un infarto en la calle,
solo a altas horas de la noche,
llamó a un taxi y apenas
le alcanzó el aliento para morir,
para irse muriendo
en el asiento trasero,
escribió Susan Sontag
muchos años después).
Y aquella inteligencia, ¿no lo amargaba?
Le preguntó el viejo y un tanto cínico
escritor; aquella inteligencia –musitó Vlady-
le servía para ir con los demás…
“No tuvo nunca un gesto de amargura”.
Le preguntó el viejo y un tanto cínico
escritor; aquella inteligencia –musitó Vlady-
le servía para ir con los demás…
“No tuvo nunca un gesto de amargura”.
Que era un hombre silencioso
pero siempre dispuesto a una buena
y cálida conversación,
amigo de Kazantzakis y de Panait Istrati
(si entienden lo que quiero decir),
un hombre que discutió
de tú a tú con Bujarin y con Gramsci,
y que al final vivía
de lo que le reunían sus amigos,
alguna colaboración que alguien le pagaba,
siempre en íntima familiaridad
con la penuria…
pero siempre dispuesto a una buena
y cálida conversación,
amigo de Kazantzakis y de Panait Istrati
(si entienden lo que quiero decir),
un hombre que discutió
de tú a tú con Bujarin y con Gramsci,
y que al final vivía
de lo que le reunían sus amigos,
alguna colaboración que alguien le pagaba,
siempre en íntima familiaridad
con la penuria…
Mira Ricardo Garibay una foto
donde el veterano militante llora,
y escribe:
“probablemente el lector
estará de acuerdo en que,
entre lo que más nos conmueve,
está el ver llorar a un hombre
que parece hecho para mirar
casi con desdén la desventura”…
donde el veterano militante llora,
y escribe:
“probablemente el lector
estará de acuerdo en que,
entre lo que más nos conmueve,
está el ver llorar a un hombre
que parece hecho para mirar
casi con desdén la desventura”…
Ese era Víctor Serge, hombre
de un temple especial, de los que ya
la historia no fabrica…
de un temple especial, de los que ya
la historia no fabrica…
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