Jean Luc Godard lleva ya algunas décadas diciendo adiós al lenguaje, o por lo menos a las viejas concepciones del lenguaje y la comunicación. Su trabajo comenzó a dar un giro hacia el desmontaje de las palabras y la reinterpretación del idioma a través de una exploración de la imagen que ha resultado tan prolífica como influyente en la cinematografía mundial. A sus ochenta y tres años, Godard sigue siendo el cineasta inconforme, revolucionario y provocador que arrancó su carrera como uno de los autores centrales de la nouvelle vague. Su cine sigue girando en torno a sus preocupaciones políticas, estéticas y morales, las cuales en su trabajo siempre conviven con el sexo, el arte, la literatura y la música en fusiones y fricciones que ponen en entredicho la relación de la imagen y el sonido, desequilibran toda certeza en cuanto a la narrativa audiovisual y el proceso creativo mismo, con lo que prácticamente toda película de Godard, desde Le mepris (El desprecio, 1963) es un filme dentro de otro filme. Es un cineasta fascinado por confundir registros y parámetros, por componer y descomponer imágenes mediante la superposición de aforismos, citas y juegos de palabras; por provocar reacciones mediante parpadeos, sugerencias e insinuaciones visuales, así como por la continua fractura de la ilusión fílmica. Pero más que nada, Godard siempre ha estado obsesionado con la historia del cine y con contar esa historia a través del cine.
Godard comenzó a incorporar imágenes de video en sus filmes desde 1974 y siempre se ha mantenido a la vanguardia tecnológica, de ahí que no sorprende el hecho de que use tecnología de 3D (de hecho ya la había usado en el corto Los tres desastres, de 2013) y de la cámara del iPhone en su reciente Adiós al lenguaje, filme que fue parte del programa del Festival de Nueva York de 2014. Esta película, que para nada parece una despedida, es una reflexión apesadumbrada y a la vez cargada de ironía sobre la digitalización de la cultura y lo que significa la satisfacción intelectual instantánea, en una época en que llevamos en el bolsillo dispositivos superpoderosos que tratan insistentemente de convencernos de lo que es realmente importante. Adiós al lenguaje se dispara en muchas direcciones, desde un homenaje a Byron y Mary Shelley, hasta alusiones a un Estado entrometido y paranoico en donde la gente no sabe de qué trata El archipiélago Gulag. Godard va de la seriedad y el desconsuelo que le causa ver a una sociedad hundida en una ignorancia programada e hipertecnológica, al humor (Adieu au langage se vuelve "Ah Dieu Oh langage") escatológico cuando el protagonista habla de la importancia de la mierda en la cultura mientras defeca (este es un curioso eco de la nueva cinta de David Cronenberg, Map of the Stars, donde Julianne Moore hace algo semejante). La narrativa en este breve filme (de apenas 70 minutos) está desgarrada y re-ensamblada en forma de un collage radiante y vertiginoso, un caleidoscopio frenético, una cacofonía que no permite distracciones y cada palabra parece tener un peso específico fundamental, o bien nada tiene importancia por sí mismo y el todo es mucho mucho más que la suma de las partes. Sin embargo, rara vez es lo mismo para todos los espectadores.
El filme número 39 del autor de Sin aliento (1960) tiene como eje una relación amorosa en descomposición, una mujer casada y un hombre soltero, un tema que ha abordado antes en sus exploraciones de la infidelidad y la agonía, del lento enfriamiento del amor, de la pasión por los golpes, de la fascinación por el desprecio. Sin embargo, hay otro protagonista igualmente importante y cuyo punto de vista se vuelve más y más relevante a medida que avanza el filme, el del perro Roxy, que se convierte en una especie de observador neutral del mundo, liberado de cargas ideológicas. Un ser fuera de la cultura, sin prejuicios.
Godard no hubiera recurrido a la 3D si no pensaba emplearlo de manera radical y, si bien por un lado lo usa para añadir niveles de lectura y significado a sus composiciones ya de por sí saturadas de imágenes, texto e intervenciones, por el otro se vale de esta tecnología como un recurso para mostrar literalmente la “separación” de los amantes al panear con un ojo mientras deja estático el otro, con lo que se crea un efecto desconcertante, irónico y significativo (no tardarán los imitadores en apropiarse de sus descubrimientos). Así, nuestro campo de visión se extiende y se contrae, poniendo en evidencia los límites y posibilidades de lo observable. Más que una despedida, Godard está constatando que el lenguaje, como lo entendemos, nos está abandonando, para dejar su lugar a otra cosa que aún no hemos podido nombrar.
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