Entrevista: Javier Marías.
A propósito de la publicación de su más reciente novela, el escritor español quizá más leído en México, nos habla de sus búsquedas estéticas, del germen existencial y los dilemas morales que habitan en su prolífico universo narrativo
“Un novelista no se dedica a dar lecciones”
Por: Ana Ruíz
Por: Ana Ruíz
La más reciente novela de Javier Marías (Así empieza lo malo, Alfaguara, 2014) es “una novela de vidas individuales, de la vida privada; una novela que cuenta una historia tenue, de las que muchas veces no salen del ámbito doméstico, íntimo y familiar”, dice el mismo autor. Pero también, agrega, “es una novela que tiene una cierta dimensión política, que no es la principal pero está presente”.
Ambas inquietudes, dice Marías, lo persiguen desde hace años. No tiene respuesta para ellas como tampoco para el hecho de que las cosas más atroces y viles que suceden sean condenadas al silencio, que no se conozcan ni se castiguen. “Hay que afrontar que las cosas son normalmente así”, sostiene Marías y relata que en su Así empieza lo malo hay un momento en que el personaje principal y narrador, el director de cine Eduardo Muriel, habla de la Alemania de Hitler y se pregunta cuántas personas han sido realmente juzgadas por su complicidad con el nazismo. “Si acaso unos cuantos jerarcas, porque no se puede llevar al banquillo a medio país”, señala.
Por ello, “una de las cosas que le pasa a la justicia es que se asusta y se inhibe y hasta cierto punto se queda con las manos atadas ante la cantidad de personas involucradas, que es la mayor garantía para la injusticia y la impunidad. Cuando hay una enorme cantidad de crímenes, cuando hay una cosa hecha colectivamente como es el caso de regímenes criminales, es muy difícil que la justicia pueda hacer algo. ¿Cuántas personas han sido castigadas por las atrocidades de las guerras de Los Balcanes, por ejemplo? Muy pocas. Y eso suele suceder. Tampoco debemos olvidar que la justicia es, en un momento dado, una forma civilizada de la venganza, un sentimiento humano que sigue existiendo”.
Existe, por otra parte, otra pregunta derivada del mismo tema: ¿deben contarse, deben saberse las cosas? “Yo pienso que sí —responde Marías—, aunque no se castigue o condene a nadie. A veces pienso si la perpetuación de los relatos más atroces no nos impide que nade pase nunca del todo, que todo esté latiendo permanentemente y en cierto sentido agobiando la vida de las generaciones que siguen. Esto es algo que no tengo claro, que me inquieta y que he tratado de reflejar en esta novela”.
Así empieza lo malo desvela la intimidad de un matrimonio ante los ojos de un joven testigo que narrará la historia muchos años después de ocurrida. Marías escribe además sobre las relaciones íntimas, sobre el deseo como uno de los motores más fuertes del alma humana, sobre la obstinación amorosa y el perdón. “A veces no perdonamos cosas mucho más leves que otras porque esa cosa más leve nos la han infligido a nosotros, y si hay algo con una gravedad objetiva mayor, si no nos afecta a nosotros o a nuestro entorno, estamos dispuestos, si no a perdonarlo, sí a pasarlo por alto. Hay personas a las que uno se lo perdona todo. Y a otras no. Pero el tipo de arbitrariedad al que se refiere la novela es que uno de los personajes se encuentra con un dilema al descubrir que una persona muy querida ha hecho cosas en el pasado de considerable gravedad, indecentes y viles, y es capaz no ya de perdonarlas sino de preferir no enterarse de los detalles de lo que esa persona hizo, precisamente porque no se las hizo a él”.
En la escritura de Así empieza lo malo hay un propósito de intensidad. Marías afirma: “Yo diría que hay incluso fragmentos líricos, aunque cada vez tengo mayor aversión a un tipo de escritura preciosista que emplean algunos escritores hoy en día. Parece que se lucen y con cada frase esperan que el lector diga ‘Olé’. Francamente esa prosa me revienta. Como lector a veces me basta con ver una sola expresión o un solo adjetivo puesto de manera excesivamente artificiosa para que no me interese, sea por barroquismo o lo contrario, pues eso también se da en textos aparentemente descarnados. Así que yo corrijo, reviso, y si algo no me suena bien intento arreglarlo. Tampoco pienso que lo que escribo es cojonudo, pero creo que domino cierta técnica y me esfuerzo en ello pretendiendo que el lector sienta una emoción sin malas artes, sin trucos”.
Sobre la creación de personajes, el autor de Mañana en la batalla piensa en mí dice que sobre todo intenta no juzgar. “Mis novelas no son, en contra de lo que se ha dicho, morales. En absoluto. Ni tienen tesis ni nada que se le parezca, pero de vez en cuando presentan dilemas o ambigüedades morales”. En ese sentido, considera que una novela moralina o con moraleja “es desastrosa. La literatura es justamente lo opuesto a lo que son los juicios. En un juicio legal se explican una serie de hechos, se cuenta algo, un delito, un crimen o una historia, y finalmente se dicta una sentencia. Las novelas son exactamente lo opuesto. Se cuenta también algo, se muestra, se explica quizá, y lo que no debe hacer nunca, y yo desde luego procuro evitarlo, es una sentencia, veredicto o nada que se le parezca. Yo intento mostrar una historia, dilemas morales, porque no creo que haya novelas que realmente valgan la pena que no tengan algún elemento de ese tipo, pero me abstengo de tomar partido. Es ridículo que un novelista se dedique a dar lecciones”.
En cuanto a la filiación que encuentra con autores del mismo idioma, Marías dice que “la lengua en que uno escribe es algo muy importante, pero en realidad secundario. Por ejemplo, hay autores que pueden concebirse en otra lengua distinta de la que posibilitó sus libros. Algunos no, porque están muy pegados a su lengua o el país al que pertenecen está muy pegado a la temática de sus libros, como sería el caso de Faulkner. Pero es fácil imaginar a un Proust que hubiera escrito en italiano o en español. Incluso es fácil imaginar a Joseph Conrad escribiendo en cualquier otra lengua. De hecho, hay que recordar que en su caso eligió el inglés siendo una lengua que no aprendió sino hasta los 21 años”. La lengua, no obstante, “posibilita los libros que escribimos, pero no me parece lo fundamental”.
Para el autor de Los enamoramientos hay algunos escritores de América Latina con los que siente una cierta afinidad y otros con los que no siente ninguna aunque la lengua sea la misma. “De todas formas, creo que la lengua literaria todavía se mantiene bastante cercana”. En todo caso, si hay una posible hermandad entre autores se da “más que por compartir la misma lengua, por ciertas afinidades literarias. Y en ese aspecto, hay incluso autores noruegos con los que tengo afinidad y autores nacidos en Madrid, de donde soy, con los que no tengo nada que ver”.
Finalmente, observa que “en la lengua más coloquial las diferencias son cada vez mayores, y, dicho sea de paso, veo un gran deterioro de la lengua española en el uso que se hace en los países americanos y en España. En los países americanos, quizá por su mayor vecindad con Estados Unidos, la invasión de anglicismos espantosos e innecesarios es mayor todavía que en España, aunque aquí ya es muy grande”.
En el encabezado debe decir Ana Ruíz.
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