Miguel Ángel Flores
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Requiem por Alain Resnais |
Pareció como una noticia llegada desde el Purgatorio del cine a través de la bruma, en un tiempo que parece borrar a gran velocidad el recuerdo de épocas recientes debido a los iPads y el Twitter.
Había sido uno de los héroes culturales de los años sesenta. Murió al inicio del mes de marzo. El destino lo eximió de ser testigo de cómo las víctimas del Holocausto se despeñan por los barrancos del odio, a él, que dio una batalla fundamental en su esfuerzo por hacer permanente la memoria de un sufrimiento en ese infierno en la Tierra que fue el campo de concentración.
Nació en 1922, el 3 de junio, en Vannes, un pueblo de Bretaña, Francia. En 1939 se mudó a París y poco después trabajó como asistente de Marcel Carné en su filme Los habitantes de la noche. Ingresó al Instituto de Altos Estudios Cinematográficos, fundado en 1943. Allí coincidió con Jean-Luc Godard y François Truffaut, entre los más destacados.
Aunque lo animaba un espíritu de vanguardia y renovación, su propuesta estética no fue afín a la de sus compañeros. Sus pares los encontró en los escritores que buscaban un cambio radical en el proceso de narrar historias, en la forma de construir la trama de sus ficciones alterando las secuencias cronológicas de los hechos, depositando en la memoria y sus laberintos los posibles desenlaces: los novelistas de la llamada nouveau roman. Los autores de los guiones de sus películas fueron Marguerite Duras y Robbe-Grillet. El intelectualismo sofisticado de París y su orilla izquierda en respuesta a la frivolidad y vulgaridad de Hollywood.
Curiosamente no fue una película de ficción la simiente de su reconocimiento y fama. Los años de la guerra estaban aún muy presentes, y el tema de la represión judía perturbaba a las buenas conciencias. Resnais filmó el documental La noche y la niebla, en 1955, centrado en el tema de la evasión de la culpa. El filme era un llamado a no olvidar que alguna vez existieron los campos de exterminio, que algunos querían borrar de la memoria. En 1959 llamó la atención con su película Hiroshima, mi amor, historia de un romance surgido entre una actriz francesa y un ingeniero japonés; llamó la atención sobre todo por la rebuscada forma de narrar lo que sucedía entre dos que se encuentran, la destrucción nuclear de Hiroshima, la ocupación alemana de Francia, y la búsqueda por sintetizar la conmoción que tales hechos les había provocado.
La consagración definitiva le llegaría con El año pasado en Marienbad, de 1961, premiada en el festival de Venecia con el León de Oro. Resnais presentaba al público una película cuyo personaje principal es la memoria y sus laberintos, la memoria y sus enigmas: los personajes son marionetas de sus propios recuerdos y sus fantasías; se ven a sí mismos inventados y traicionados, perdidos en laberintos físicos y mentales. ¿Era posible hacer convincente tal mentira estética? El cine es acción, pero la acción sucede en la memoria: en los recuerdos falsos y verdaderos. Marienbad y las mentiras de la memoria. ¿Se puede resumir así la trama del filme? ¿No peca la película de un esteticismo, que a veces suena hueco? La polémica estaba armada.
El año pasado en Marienbad es la narración de una pareja que se encuentra en un elegante y muy de moda balneario de la ciudad de Marienbad. El hombre, que recibe el nombre de “X” (Giorgio Albertazzi) trata de convencer a una mujer identificada con el nombre de “A” (Delphine Seyrig) de que vivieron un affaire en ese sitio un año antes y que deben repetirlo. La pareja se pierde entre los corredores y los jardines del castillo que abriga al balneario. Jardín de arreglo francés, con la simetría de sus arriates y los árboles de follaje cónico, con los que se hacen juegos para el deleite o la confusión de la vista, pues la memoria tiene su propia lógica. La mujer se niega a los asedios del hombre. En sus recorridos son observados por un tercero, que al parecer es el marido de la mujer. Es innegable que la película posee una fuerza hipnótica lograda mediante la reiteración de diálogos y situaciones, enmarcados por un patrón de tiempo que despliega y se repliega, contra un fondo de imágenes en blanco y negro, que nos remiten de momento a los efectos visuales de los pintores surrealistas. La marca del filme serán los jardines y sus árboles cónicos en contraste con figuras humanas estáticas que más bien parecen estatuas, que se mueven como piezas en un tablero de ajedrez. La película fue acusada de solemne y petulante. Resnais respondió a sus detractores que cada quien podía interpretarla como quisiera, y que estaba seguro de que todos estarían en lo correcto. Resnais no se quedó en sus hallazgos. Resultó un cineasta muy versátil, sin traicionar sus propuestas originales. Quizá su otro gran momento en el cine fue Providence, donde asoma otra vez el asunto de la memoria, la carne del tiempo que también está condenada a la putrefacción.
En México, Resnais fue recibido con aplausos por los jóvenes críticos del grupo Nuevo Cine, cuyos miembros más destacados fueron Emilio García Riera, José de la Colina y Salvador Elizondo; no es de extrañar que al autor de Farabeuf le haya despertado entusiasmo el planteamiento de Resnais, tan involucrado en la concepción del tiempo que nos vive y vivimos y del cual la memoria no es fiel testigo, pero es a Carlos Fuentes a quien debemos los elogios más entusiastas que se hayan escrito sobre El año pasado en Marienbad: “Acaso desde que Orson Wells, en El ciudadano Kane, descubrió e integró las posibilidades latentes del cine sonoro (como lo hizo Eisenstein con el mudo) ninguna película, como El año pasado en Marienbad, abre perspectivas más vastas para la narración cinematográfica.” Fuentes nunca ratificó ni rectificó sus palabras.
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