LA DIVINA SIMIENTE
Habla
MARÍA
MARÍA
He aquí que la luna está propicia;
que espirala la esfera,
lentamente,
el equinoccio grávido de marzo...
que en la quietud profunda de la alcoba,
una fosforescencia innominada asedia los perfiles de mi manto.
La voz desgarra el fuego.
Es el instante.
El misterio despliega,
en la penumbra,
empecinadas alas de alabastro
y en edredón de cálidas arenas,
junto al sonido roto de las arpas,
agonizan los cuernos pastoriles la desvelada sed de su cansancio.
He aquí que estaba escrito en los anales;
que sólo soy la sierva,
la paciencia,
un resplandor efímero y callado...
esta sombra fugaz en los azogues,
las huellas de mi asombro sumergido recorriendo sumisos calendarios.
He aquí que soy custodia de la Vida,
la eterna protectora del milagro...
que mi vientre de musgo derretido cobija,
en la blancura de su seno,
un racimo de llanto maniatado,
el eco de memorias encendidas,
los fragmentos de un rostro milenario.
He aquí que mi cintura labradora
captura la simiente prometida en ríos de silencio enajenado,
que un temblor de luciérnagas maduras va condensando sus raíces rojas hacia el hondo prodigio de los cántaros,
que a pesar de la niebla y los olivos,
a pesar del cadalso agazapado,
su linaje de amor arde en mis venas sin regazo de estrellas escarchadas,
sin cánticos azules,
sin trompetas,
sin olas de calostro alucinado...
que un manantial de luz trepa a mi risa por senderos de espumas y parábolas
y atraviesa las lenguas de mi sangre con astillas de pasos solitarios.
He aquí que soy la esclava y es el tiempo;
que se haga,
en mí,
la voluntad del Padre.
¡Que se pronuncie el gesto y el conjuro!
¡Que se rompan los sellos del presagio...!
que espirala la esfera,
lentamente,
el equinoccio grávido de marzo...
que en la quietud profunda de la alcoba,
una fosforescencia innominada asedia los perfiles de mi manto.
La voz desgarra el fuego.
Es el instante.
El misterio despliega,
en la penumbra,
empecinadas alas de alabastro
y en edredón de cálidas arenas,
junto al sonido roto de las arpas,
agonizan los cuernos pastoriles la desvelada sed de su cansancio.
He aquí que estaba escrito en los anales;
que sólo soy la sierva,
la paciencia,
un resplandor efímero y callado...
esta sombra fugaz en los azogues,
las huellas de mi asombro sumergido recorriendo sumisos calendarios.
He aquí que soy custodia de la Vida,
la eterna protectora del milagro...
que mi vientre de musgo derretido cobija,
en la blancura de su seno,
un racimo de llanto maniatado,
el eco de memorias encendidas,
los fragmentos de un rostro milenario.
He aquí que mi cintura labradora
captura la simiente prometida en ríos de silencio enajenado,
que un temblor de luciérnagas maduras va condensando sus raíces rojas hacia el hondo prodigio de los cántaros,
que a pesar de la niebla y los olivos,
a pesar del cadalso agazapado,
su linaje de amor arde en mis venas sin regazo de estrellas escarchadas,
sin cánticos azules,
sin trompetas,
sin olas de calostro alucinado...
que un manantial de luz trepa a mi risa por senderos de espumas y parábolas
y atraviesa las lenguas de mi sangre con astillas de pasos solitarios.
He aquí que soy la esclava y es el tiempo;
que se haga,
en mí,
la voluntad del Padre.
¡Que se pronuncie el gesto y el conjuro!
¡Que se rompan los sellos del presagio...!
No hay comentarios:
Publicar un comentario