Presencia
La sala es como un alma adormecida, y oigo rítmicos, suaves, sus latidos. A nadie veo, pero sé que pasas por su penumbra. Tibios remolinos en el aire denuncian tu venida, aunque el espejo es un cristal tranquilo. Siete sillas se acercan a la mesa, pero la octava rompe el equilibrio, separada y en ángulo. Me acerco con el leve sigilo de quien se atreve y a la vez fluctúa; mis dedos son temblores; los deslizo, flotantes en el aire, esperando el contacto del vestido, de tu espalda, el cabello derramado sobre tus hombros, pero no percibo la fricción o relieve anticipados, y recojo la mano, la retiro. Sé que aún estás, sin verte, sin tocarte, eres tan evidente…, cada indicio de tu presencia no produce efigie, ni tacto, ni perfume, ni el crujido de la tarima bajo el pie tan leve, y sin embargo sé que estás conmigo, casi a mi alcance, como cuando observo ligera oscilación en los visillos. Te hablo en voz baja, porque sé que me oyes, no puedes responder, pero sonrío adivinando tu sonrisa tenue cada vez que a tu espíritu me arrimo. O quizá lo atravieso, o continúo dentro de ti a la vez que te persigo. Ah, qué abrazo integral, no superpuestos, sino en acoplamiento posesivo. No siempre estás aquí, pero hoy qué claro diciéndomelo está el sexto sentido. Me sentaré en tu silla, te sentarás conmigo, y cerraré los ojos, sin dormirme, y habrá, no sé si un solo, o dos suspiros.
Los Angeles, 9 de noviembre de 2006
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Siento estallar tu nombre en mis entrañas, en voz de grito, en tono de murmullo; evoco tu presencia, en ti me arrullo, y aunque no estoy contigo, me acompañas.
Brevería Nº 1006
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