Martín Solares. Carta para hablar de México sin engaños
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El escritor y editor mexicano escribe esta carta a los organizadores de la presencia de México como país invitado en la Feria Internacional del Libro de Londres, para exponer sus razones del México real, del que vivimos y no de otro.
Carta para ver México sin engaño
País invitado en la Feria Internacional del Libro de Londres
País invitado en la Feria Internacional del Libro de Londres
Martín Solares
Según Las batallas en el desierto, de José Emilio Pacheco, una de las mejores novelas mexicanas sobre la infancia y sin duda una de las más leídas y apreciadas en mi país, hace sesenta años, durante el gobierno del presidente Miguel Alemán, a los niños se les enseñaba que al verlo en un mapa México tiene la forma de un cuerno de la abundancia. Pero esas épocas de desarrollo económico y confianza en el futuro parecen muy lejanas. De un tiempo a la fecha es difícil ver al país sin pensar que ha adoptado más bien la forma de un ak-47, también conocido como un cuerno de chivo, el rifle de asalto favorito de los criminales.
Por una vez, todos los analistas políticos nacionales coinciden en algo: México vive una de sus peores crisis desde la revolución mexicana. ¿Quién puede creer en nuestros políticos, de la tendencia que sean, luego de sus constantes escándalos por corrupción? ¿Quién puede creer en un sistema de impartición de justicia que propicia la impunidad -y que tan sólo en los últimos meses ha exonerado de sus culpas a líderes del narcotráfico como Rafael Caro Quintero o a Sandra Ávila Beltrán, por no mencionar al mismísimo Raúl Salinas de Gortari, preso a mediados de los noventa, y señalado entonces como uno de los casos más emblemáticos del enriquecimiento inexplicable y probablemente ilícito en nuestro país? ¿Quién puede ver con optimismo el futuro de México mientras desaparecen 43 estudiantes en Guerrero luego de ser detenidos por un cuerpo de policía que debió protegerlos? ¿Cómo creer en la honradez de nuestros ministros e incluso del presidente, cuando se les sorprende incurriendo en conflictos de intereses que en otros países sería suficientes para exigir sus renuncias? Se pide a nuestros embajadores que mejoren la imagen del país en el exterior, pero nos gustaría ver el mismo empeño entre nuestros ministros locales por mejorar la vida de los mexicanos dentro de México.
Los estallidos sociales son enormes y frecuentes. Basta echar un vistazo a los diarios y a las redes sociales para darse una idea del gran desencanto, de la enorme indignación, de la manera como incluso los ciudadanos que destacaban por ser sumisos y pacientes salen a manifestarse a las calles, hartos del rumbo de injusticia y miseria que ha tomado México en las últimas décadas. Y es que las evidencias indican que nuestros representantes han abusado del coctel de privilegios e impunidad: ¿Dónde puede localizarse a un diputado que debería estar en la Cámara de representantes, estudiando las leyes que hacen posible la vida en el país? Viendo el final del Super Bowl en los Estados Unidos de América, y en primera fila, por supuesto. ¿Dónde hallamos a un gobernador mientras ocurre una catástrofe o se descubre una masacre masiva en el territorio a su cargo? Lo más probable es que se encuentre en Las Vegas o en Europa, en un viaje de placer pagado por las personas cuyos derechos debería proteger. ¿A qué partido pertenece el candidato a alcalde que es filmado en una fiesta con prostitutas? Al partido más conservador y al que dice defender los valores sociales, por supuesto. ¿A quién se descubre negociando la venta ilícita de una playa protegida a un consorcio internacional? Al líder del partido ecologista mexicano, como es bien sabido. ¿Quién fue el borracho que condujo una camioneta a gran velocidad y chocó contra un parque público? El representante de una de las delegaciones de la ciudad de México, que entre otras funciones debía vigilar que nadie sobrepasara los límites de velocidad en su demarcación, no cabe duda. Y vuelvo al tema: ¿Por qué se abandona a su suerte a los habitantes de Tamaulipas, que deben vivir bajo balaceras, extorsiones y secuestros? ¿Por qué continúan los enfrentamientos armados entre narcotraficantes a lo largo de ese estado, sin que nadie denuncie la ingobernabilidad de muchas de sus ciudades? ¿Por qué cuatro de los últimos cinco gobernadores tamaulipecos son buscados en todo el mundo por la DEA, a causa de sus nexos con el narcotráfico y no se nombra a un comisionado por la paz que vigile las acciones del actual gobernador? Eso quisiéramos saber todos.
Ante ese panorama, ¿quién podría hablar ahora de las maravillosas playas de México, de sus fascinantes ruinas prehispánicas, de sus bellísimas ciudades coloniales, de su indescriptible gastronomía y de la legendaria amabilidad de sus habitantes cuando la posibilidad de vivir en una sociedad pacífica y respetuosa de los derechos humanos nos parece justamente eso: una ruina indescriptible, una ilusión o una leyenda?
Desde cualquier punto de vista que se le vea, sufrimos las consecuencias del largo saqueo que políticos y caciques han realizado en contra del país durante el último siglo. En 1929 los generales que ganaron la Revolución acordaron realizar elecciones cada seis años a fin de impedir que nadie se perpetúe en el poder, y de ese modo compartir el botín entre las distintas facciones de un mismo grupo de políticos, agrupados en torno al Partido Nacional Revolucionario, que cambió de nombre a Partido de la Revolución Mexicana y luego a Partido Revolucionario Institucional, pero si bien modificó el nombre jamás pulió sus ideales. Cada seis años nuestros gobernantes aseguran convocar a elecciones honestas e imparciales y los ciudadanos van a vota, cada vez más desencantados. Poco a poco cualquiera comprueba que algunos partidos reciben una mayor cantidad de dinero por vías irregulares, que otros gozan de una mejor cobertura en televisión a cambio de futuras prebendas para dichas cadenas informativas, o que unos cuantos comprarán el voto de los más pobres con dinero robado a los gobiernos de distintas regiones del país (revisen, por ejemplo, la deuda pública del gobierno de Coahuila o el escándalo que desataron los famosos pagos a votantes a través de los monederos Monex). A nadie le parecerá extraño que cuando todas las encuestas anuncian el triunfo de un candidato de oposición algo falle en el sistema nacional de conteo de las elecciones y “se caiga” o se descomponga dicho sistema, como ocurrió en 1988, cuando todo auguraba el triunfo de un candidato de izquierda a la presidencia de la república, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas; ni que falle “un algoritmo” en las computadoras que cuentan los votos, como sucedió en 2006, cuando todo anunciaba el triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Pero le seguimos llamando “democracia” a esta ficción: si exceptuamos la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, Pedro Páramo, de Juan Rulfo o La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes –tres libros ideales para empezar a conocer mi país- la honradez de nuestro sistema político es la ficción más difundida en el territorio nacional.
Ante ese panorama, ¿quién podría hablar ahora de las maravillosas playas de México, de sus fascinantes ruinas prehispánicas, de sus bellísimas ciudades coloniales, de su indescriptible gastronomía y de la legendaria amabilidad de sus habitantes cuando la posibilidad de vivir en una sociedad pacífica y respetuosa de los derechos humanos nos parece justamente eso: una ruina indescriptible, una ilusión o una leyenda?
Desde cualquier punto de vista que se le vea, sufrimos las consecuencias del largo saqueo que políticos y caciques han realizado en contra del país durante el último siglo. En 1929 los generales que ganaron la Revolución acordaron realizar elecciones cada seis años a fin de impedir que nadie se perpetúe en el poder, y de ese modo compartir el botín entre las distintas facciones de un mismo grupo de políticos, agrupados en torno al Partido Nacional Revolucionario, que cambió de nombre a Partido de la Revolución Mexicana y luego a Partido Revolucionario Institucional, pero si bien modificó el nombre jamás pulió sus ideales. Cada seis años nuestros gobernantes aseguran convocar a elecciones honestas e imparciales y los ciudadanos van a vota, cada vez más desencantados. Poco a poco cualquiera comprueba que algunos partidos reciben una mayor cantidad de dinero por vías irregulares, que otros gozan de una mejor cobertura en televisión a cambio de futuras prebendas para dichas cadenas informativas, o que unos cuantos comprarán el voto de los más pobres con dinero robado a los gobiernos de distintas regiones del país (revisen, por ejemplo, la deuda pública del gobierno de Coahuila o el escándalo que desataron los famosos pagos a votantes a través de los monederos Monex). A nadie le parecerá extraño que cuando todas las encuestas anuncian el triunfo de un candidato de oposición algo falle en el sistema nacional de conteo de las elecciones y “se caiga” o se descomponga dicho sistema, como ocurrió en 1988, cuando todo auguraba el triunfo de un candidato de izquierda a la presidencia de la república, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas; ni que falle “un algoritmo” en las computadoras que cuentan los votos, como sucedió en 2006, cuando todo anunciaba el triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Pero le seguimos llamando “democracia” a esta ficción: si exceptuamos la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, Pedro Páramo, de Juan Rulfo o La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes –tres libros ideales para empezar a conocer mi país- la honradez de nuestro sistema político es la ficción más difundida en el territorio nacional.
El cuento de la democracia dio tan buenos resultados durante tantas décadas que cabe preguntarse si estamos a punto de vaciar el cuerno de la abundancia. ¿Nos ocurrirá lo mismo que a los argentinos, que despertaron para descubrir que buena parte de sus recursos naturales estaban en manos de empresas extranjeras? Yo soy más optimista, y creo que no, que eso no va a ocurrirnos. Estoy convencido de que los mexicanos hemos trabajado con empeño para encontrar nuestra propia vía: en realidad estamos más cerca de lo que sucedió en Colombia en los años noventa, cuando los vendedores de droga buscaron imponer sus ideales y convicciones al resto del país. Allá lanzaron un camión con explosivos contra el edificio del Congreso Nacional. Acá, sus colegas en el estado de Michoacán lanzaron granadas contra la población que se divertía pacíficamente durante la fiesta nacional del 15 de septiembre de 2008.
En fin. No digo nada nuevo. Llegamos a esta crisis porque tantos años de robo y miseria crearon el terreno ideal para las flores de la impunidad: la violencia mexicana reciente, en todas sus formas. Fascinados con el cine y el modo de vida de los Estados Unidos de América, los más ambiciosos y menos escrupulosos de nuestros comerciantes dentro de la política o el narcotráfico han prometido ese estilo de vida a sus empleados y socios, siempre y cuando respeten el estilo, pero no las vidas de todo aquel que se oponga a sus ganancias. Así se gestó el capitalismo criminal dirigido ya no por lobos sino por chacales y por consiguiente, el estado actual de la sociedad mexicana.
Mis amigos en la feria del libro de Londres perdonarán que no cuente un bello relato de ficción sobre nuestras magníficas playas, ruinas o ciudades coloniales (que siguen siendo magníficas, la verdad sea dicha: basta con ir a Campeche, a Tulum, a La Paz, a Puerto Escondido, a Punta Mita, a Puerto Vallarta; a Monte Albán, Tenochtitlán o Zempoala; a Zacatecas, Puebla, San Luis Potosí o Querétaro, por nombrar sólo algunas). Pero lamentablemente esos cuentos existen y todos sabemos de personas que han muerto por escucharlos. Tan solo en el estado de Veracruz han asesinado a 11 periodistas que intentaron hacer su trabajo de 2010 a la fecha: en el breve periodo del gobernador Javier Duarte. Y por tercera ocasión: en Tamaulipas las personas que asistieron a las fiestas de abril o del día del niño de 2014, creyendo que los enfrentamientos armados entre diversos grupos criminales habían terminado y la ciudad gozaba de calma, como aseguraba la propaganda oficial, debieron refugiarse de las balaceras y aún es incierto cuántas bajas se registraron, porque el conteo oficial se detuvo cuando se sumaban tres decenas de muertos.
Lo más preocupante de este tipo de ficciones criminales es que se reproducen tan pronto y saltan tan rápido que si no hacemos algo por detenerlas pronto podrían implantarse en cualquier ciudad del mundo. Entre los que dan cuenta de todo esto entre nosotros se encuentran las crónicas de Marcela Turati, Alejandro Almazán, Diego Osorno, Témoris Grecko, Juan Villoro, Sergio González Rodríguez, Carlos Velázquez y Fabrizio Mejía; las novelas de Orfa Alarcón, Yuri Herrera, Fernanda Melchor, Juan Pablo Villalobos, Antonio Ortuño, Iris García-Cuevas, Enrique Serna, Eduardo Antonio Parra, Daniel Sada, Francisco Hinojosa, Luis Felipe Lomelí, Julián Herbert, Luis Jorge Boone, Miguel Tapia, Élmer Mendoza, Paco Ignacio Taibo II, Jennifer Clement, David Lida, Francisco Goldman y Londres después de medianoche, del joven escritor mexicano Augusto Cruz.
Mientras las ficciones que pretenden que vivimos en calma tratan de imponerse, la literatura y el periodismo literario construyen unos de los pocos intentos por mostrar otra imagen de México: dolorosa pero cierta. Nos recuerdan una de las funciones de la literatura: funcionar como un antídoto contra las mentiras de la propaganda. Por su capacidad para crear esos reportajes o esa literatura, constituyen una de las pocas regiones que aún es posible admirar en este país.
PD: si desean conocer más sobre México les recomiendo también los extraordinarios cuentos de Juan José Arreola, Fabio Morábito, Alain-Paul Mallard o Ignacio Padilla; las novelas de Jorge Ibargüengoitia, Fernando del Paso, Salvador Elizondo, Vicente Leñero, Mario Bellatin, Jorge Volpi, David Toscana, Brenda Lozano, Valeria Luiselli, Guadalupe Nettel, Daniela Tarazona, Jorge Harmodio, Alberto Chimal, Cristina Rivera Garza, Alberto Ruy Sánchez o Álvaro Uribe. Los poemas de Francisco Hernández, José Eugenio Sánchez, Julio Trujillo, Tedi López Mills, Myriam Moscona, Carla Faesler, Malva Flores, Ricardo Yáñez.