LA MAMITA
Juan Ignacio Arias Anaya
La nave en la Iglesia está a medias,
con gente vestida de negro.
Justo enfrente está cubierto, con la tristeza oscura del trapo,
el féretro sobrepuesto.
¡Parece aferrar a la tierra!
¡Un mundo de espanto ha llegado, a quitar todo lo hermoso,
que viviera en su niñez!
¡La madre del niño ha muerto!
Ahí está junto a ella. Justo enfrente,
donde el féretro reposa.
Gime desgarradoramente, es un niño, es su hijo.
No se separa del sitio, donde está reposando el cadáver.
¡Ella ahí yace acostada! ¡Está de cuerpo presente!
Tristes sollozos escapan, reflejados en ojos y labios
La criatura paradita… ¡Llora la madre muerta!
¿Quién no va a conmoverse,
tan sólo de verle gimiendo?
- ¡Mamá…! ¡Mamacita...!
Exclama al tiempo que triste, vuelve de nuevo a llorar.
Aunque él ya no lo quiera, los sollozos van repitiendo.
Seis años tiene apenas...
¡Son muy pocos años, para ser un huerfanito!
¡Muchas lágrimas amargas, para tan poco vivido!
¡Mucho dolor condensado, poca vida transcurrida!
Todo en su vida se va complicando.
Como se complica todo, cuando termina de pronto,
ese mundo de la infancia.
Está demasiado triste, imposible encontrar alivio.
El padre también por su lado, se siente en el desamparo.
Su compañera se ha ido. Deja a él la soledad,
más una carga pesada.
Se angustia de ver a su hijo, llorando sin ganas de hacerlo.
Nada puede hacer ahora Él ya tiene su dolor,
olvida el dolor de su hijo.
¡Papá...! ¡Papacito...! ¡Sólo dime por favor…!
¿Verdad que no es cierto?
¿Regresará mi mamita?
¿No lo entiendes, papacito?
¡Necesito una mamita!
En su mente infantil, sólo espera un milagro.
Este jamás se realiza.
Hoy comienzan los rezos. Los rosarios serán concurridos.
Ha llegado mucha gente, a rezar por la difunta.
Los mayores han llegado,
mirando al huérfano solo,
entienden pero no comprenden.
Sólo ven una criatura, triste, llorosa, solitaria.
Pero al fin y al cabo, exclaman
¡Es tan sólo un chiquillo!
¡Ya se le pasará…!
Tan sólo eso piensan ellos, para no pensar en ello.
Luego apenas si dicen.
¡Las penas infantiles, con el tiempo olvidan pronto!
Han venido al rosario,
son madres con muchos niños.
Se afanan por calmar la
bulla, sacan los niños afuera.
Los van enviando a jugar. ¿A él…?
¡Nadie le dice algo!
No tiene quién lo regañe, menos tendrá quien le mime.
¡Es ahora un huerfanito!
Los mayores respetan su pena,
comprendida apenas a medias.
No por así quererlo, sino por así sentirlo.
El niño sigue llorando, sabe qué tanto se siente,
cuando no se tiene madre.
Sin nadie estando a su lado,
su desgracia sólo aumenta.
Aunque… En otro lado del cuarto,
callada y seria, observando,
hay una niña pequeña.
Llora también como él,
porque ella sí que comprende.
Ella entiende qué le pasa.
Quisiera por él hacer algo.
Si pudiera ella lo haría,
trataría de consolar…
Ver al huerfanito llorando, le obliga a llegar con él.
Va al lugar, se encuentra con él.
Intuye cuánta es su tristeza.
Lo comprende, aunque no pueda,
al menos pretende ayudar.
Ella sabe cuánto el niño, necesita una mamá.
Decidida se acerca al niño.
Tiende su mano pequeña. Con ella acaricia su frente.
¡Entonces llega el milagro!
Un cielo cubierto de nubes,
fue el único testigo.
Lúgubre resabio de un día más negro,
como fue el anterior.
Y en tanto todos se afanan, en sus cosas y en sus hijos,
Ella para consolar propone...
- ¿Me dejas ser tu mamita?
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