martes, 24 de marzo de 2015

LA INFANZONA DE MEDINICA (VALLE INCLÁN), Dórigo Alegezzo (Madrid, España)


He querido recoger un trozo de la historia de la poesía en España, representado en la figura de Valle-Inclán. Lo he tomado de Internet salvo la nota final y este preámbulo explicativo.
El título original es La Infanzona de Medinica, recabada por nuestra querida Cecilia, ya extinguida, en una de sus creaciones, y dándole el nombre de Doña Estefaldina. No se sabe aún porqué, pero la casa discográfica no lo quiso editar y nunca pudo salir al mercado. Seguramente no era un buen momento político.
Y para no aburriros más, no sigo. Escuchad la música y leed la letra, seguro que os agradará.
No os perdáis la cita de Valle-Inclán después de la poesía.



Entre lluvias, letanías y vacaciones malogradas, compruebo que muchos profesores no abandonan la versión 2.0 de su oficio y continúan publicando y comentando por estas redes del señor.
En la nota anterior lanzaba una pregunta sobre la canción de Cecilia Doña EstefaldinaMarcos Cadenato, siempre al filo de la tiza y el ratón, daba con la respuesta casi de inmediato. El poema es de Ramón María del Valle-Inclán, y se llama La infanzona de Medinica. No lo he visto completo en la red, así que reproduzco la versión que recoge Pere Gimferrer en la Antología de la poesía modernista (Ed. Península. Barcelona. 1981):

LA INFANZONA DE MEDINICA
Doña Estefaldina teje su calceta,
puesta de mitones, cofia y pañoleta,
en el saledizo de su gran balcón.
Doña Estefaldina nunca fue casada,
así que en la falda, de cintas picada,
tres gatos malteses hacen el ron-ron.

Doña Estefaldina odia a los masones,
reza por que mengüen las contribuciones,
reprende a las mozas si tienen galán.
Oprime en las rentas a sus aparceros,
los vastos salones convierte en graneros,
da buenas palabras al que llora pan

Doña Estefaldina los puntos recuenta,
y al pie de una silla cose una sirvienta
que prende en el moño cintado cairel.
El busto en el ruedo del halda amarilla
parece un chamizo que enciende Castilla:
bayeta amarilla es grito de hiel.

Bajo el roto alero de hierbas nacido,
con el garabato de un vuelo atrevido
fulmina el vencejo su torvo zig-zás.
¡Caserón de Vargas, viejos artesones,
pinturas de santos, desnudos salones,
Caserón de Vargas, en el polvo das!

Desfila un ringlero de seminaristas,
bayetas peladas como los sopistas,
tricornios jaranos, negrura montés.
Cencerra la recua de mulos hastiales
negros y zancudos, sin goces nupciales,
y el mulero canta canto aragonés.

Doña Estefaldina recuenta los puntos,
del tiempo y las siembras haciendo barruntos,
y cuando la plaza cruza el capellán,
dobla la calceta, pide el rebocillo,
se prende alfileres, y con un banquillo
corre a la novena con trote de can

Doña Estefaldina, sangre de los Vargas,
teje su calceta en las tardes largas
bajo el torvo alero que pica el gorrión
¡Con qué ceremonia en los ademanes
responde al saludo de los capellanes
Doña Estefaldina desde su balcón!


Y si alguien tiene remordimientos por sus vacaciones de maestro, que dedique el tiempo a leer la estupenda biografía sui generis de Valle-Inclán (en la colección Austral de Espasa-Calpe), a cargo de Ramón Gómez de la Serna, que lo conoció de primera mano:
Roto, desvigorizado, desengañado de la esperanza de vivir mejor, me dijo:
-Créame usted... No vale la inmortalidad la vida ésta... La estoy perdiendo a chorros...
Hizo una pausa y continuó:
-Lo malo de la muerte es que hay que volver a ver a todos aquellos que afortunadamente perdimos de vista.
Una cita para tener en consideración en estos días de muertes y resurrecciones.
Fin de la cita.


Nota de Dórigo Alegezzo:

Me provoca un cierto rechazo lo que dice Valle-Inclán. Es como si en su momento, se hubiese alegrado por la muerte de alguien.
Mi opinión personal es que las palabras emitidas por el poeta estaban influenciadas por el rencor y la frustración. Fácil es decirlo desde aquí y no me gustaría estar nunca en su situación, pero considero que la vida hay que vivirla en plenitud, tanto en la riqueza como en la pobreza, en el amor o el desamor, sabiendo que las cosas más pequeñas son las que nos hacen felices.
La esperanza del ser humano se difumina, no porque veas que la vida se te escapa, sino porque ves como la muerte se acerca a ti a cada momento, a cada instante. Y cuando llega, no solamente golpea a su víctima, también los que estamos alrededor sufrimos con su presencia. Es una nube negra, silenciosa y contaminante, que tarda años en desaparecer. Y en algunos casos, nunca lo hace.

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