LA FRÁGIL PENA QUE SE LLORA,
Yabel René Guadarrama Rivera
Líminar:
El silencio
pasó de largo
envuelto en
palabras marchitas
que arremeten
contra los sentimientos.
I
Porque soy loco no conozco la cordura
pero conozco la lealtad que muy pocos practican,
la que todos traicionan sin importar romper lazos
que debieran ser indisolubles.
Mi vida no es un monumento al desconsuelo
aunque en ocasiones me duele vivir
como duele haberme equivocado.
¿Por qué las cosas no son como debieran ser?
A veces la humanidad liquida al amor,
no con armas de fuego
pero sí con palabras que hieren
y convierten a los mortales
en basura regurgitada
en noches de luna llena tapizadas de tristeza.
Es entonces que como Wilde pienso
que los hombres asesinan lo que aman
algunos con
palabra aduladora
otros con la mirada amarga
que no es otra cosa más que
la frágil pena que a diario se llora.
II
Todos los días pienso en la muerte
y en mi alma no existe desconsuelo
¿acaso tendría que angustiarme al pensar
que algún día habré de emprender
el viaje que no tiene regreso?
De cierto es, que el día nace con el alba
y fenece cuando llega la tarde.
Jamás he visto llover sin que se pongan las nubes,
al igual que de ellas de mis ojos
brota agua que salpica añoranza.
No es extraño ver llorar a un hombre,
lo extraño es que queriéndolo hacer
oculte su dolor tras una máscara de hierro.
Si yo tuviera una, extrañaría sollozar
por las cosas cotidianas:
el brillo en tus ojos,
la sonrisa en tus labios,
el recuento de los días vividos.
III
Cual alma en pena, recorro,
caminos tapizados de nostalgia.
Recojo el dolor y lo guardo en la alforja
que el día de mañana habrá de servirme
para iniciar el próximo viaje
el que habrá de llevarme a un destino incierto.
Tantas noches he pasado en vela rezando,
llorando, suplicando por un pedazo de cielo,
que a veces pienso el ángel de la congoja
se ha cruzado en mi camino.
Es entonces que se erige
en mi ángel de la guarda
guía mis pasos
y me aparta del mal
por más que, como los cerdos
insista en bañarme en el estercolero
de la podredumbre humana.
IV
Es tan pesado cargar con culpas ajenas
que a veces las propias
no pueden ser lloradas a tiempo.
por eso se desesperan,
y suplican por salir y cuando lo hacen
las lágrimas que habrían de servir
de mortaja para endulzarlas
resultan más amargas que el remordimiento.
Pero, ¿Por qué digo estas cosas extrañas?
¿por qué me condeno hablando si todo me duele?
Me duele existir
y me duele la vida de los que esperan
con ansia la llegada del amor
que tarda en hacer acto de presencia.
Y cuando lo hace, es el menos indicado
porque hiere, lastima, lacera el alma
y se disemina en un millar de fragmentos
que engendran tempestades de ausencia.
¡¡¡Me ha gustado...!!!
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