sábado, 9 de marzo de 2013

ANÁLISIS DE "EL JARDÍN DE LOS CEREZOS" DE ANTÓN CHÉJOV, Héctor Zabala




Teatro

ANÁLISIS DE “EL JARDÍN DE LOS CEREZOS” DE ANTÓN CHÉJOV
Héctor Zabala ©

Escrita en 1904, se trata de la última de las grandes obras de Chéjov (las otras son La gaviota, Tío Vania y Las tres hermanas). Compuesta en cuatro actos, nos habla de una familia rusa de origen aristocrático con gravísimos problemas financieros, cuya propiedad hipotecada –que comprende la hermosa mansión secular y el jardín de los cerezos– irá a remate si no se encuentra una solución rápida. Lejos de buscarla, su dueña, Liubov Andréievna Ranévskaya, sigue manteniendo el tren de vida de cuando era rica y ni siquiera se priva de dar propinas cuantiosas aunque su propia gente no tenga qué comer. Su hermano, Leonid Andréievich Gáiev, sólo piensa en soluciones mágicas: préstamos de algún supuesto general para que la familia pueda ir tirando o en un giro cuantioso de su tía, la condesa, o bien en alguna peregrina herencia. Ambos hermanos no aceptan por razones sentimentales el plan que propone un mercader amigo de la familia, Yermolái Alexéievich Lopajin, de aniquilar casa y jardín para construir casitas de veraneo. La finca acaba subastada y comprada en remate por el mismo Lopajin, quien termina realizando para su propio beneficio la idea rechazada por los antiguos propietarios.
Cabe aclarar que el llamado jardín era un huerto de varias hectáreas con miles de cerezos; en realidad, guindos, que es la palabra exacta en el original ruso, ya que allí no se da el cerezo, propio de un clima más cálido como es el del Mediterráneo.

ALGO MÁS QUE UNA SIMPLE HISTORIA FAMILIAR
Ambientada hacia fines del siglo XIX, en pleno declive económico de la aristocracia, la obra es una gran metáfora de lo que pasaba en la sociedad y economía rusas durante las décadas previas a la revolución bolchevique.
Todo se trastoca, las familias aristocráticas y terratenientes se empobrecen y tienden a desaparecer, en tanto que los hijos de los que habían sido sus siervos se enriquecen y terminan comprando las viejas mansiones de los antiguos amos para abatirlas o destinarlas a fines completamente distintos. Incluso, en el fondo se trasluce cierto revanchismo: destruir todo lo que fue la base de la sociedad latifundista, la propiedad cuasi feudal que permitía aquella relación amo-siervo. Es dable recordar que gran parte del territorio de Rusia siguió viviendo, hasta muy avanzado el siglo XIX, en condiciones medievales, con la arcaica figura del siervo de la gleba, y donde los campos se seguían vendiendo con tantos miles demujiks, cuyo número figuraba en los títulos de propiedad. Incluso, alguna obra de León Tolstoi toca el tema como algo de práctica normal. Un verdadero desatino.
En la obra de Chéjov, la aristocracia empobrecida está muy bien representada por los dos hermanos, quienes, anonadados y acostumbrados a no trabajar, sólo atinan a defenderse psicológicamente a través de la negación y a distraerse en cuestiones pueriles.
El jardín producía antaño miles y miles de frutas que se enviaban, confitadas, a Moscú y a Járkov. El abandono de tan pingüe actividad alude también a la desidia de una clase aristocrática que ni siquiera es capaz de mantenerse a sí misma a través de la explotación inteligente de sus latifundios. Y sugiere de paso el empobrecimiento general: el terrateniente no se sabe mantener y tampoco da trabajo a sus mujiks o campesinos, que quedan a la buena de Dios. Al cierre del primer acto, por ejemplo, se habla de que la servidumbre externa dejaba pernoctar a gente de paso, seguramente por un precio.
La obra nos muestra también a cierta clase terrateniente en decadencia, quizá no latifundista, representada en la persona de Borís Borísovich Simeónov-Píschik, hombre que vivía de pequeños préstamos, endeudado constantemente, y que en esos sablazos (o mangazos, como se dice en Argentina y Uruguay) incluía también a los decadentes hermanos aristócratas que poco tenían para darle. Boris termina dando en concesión veinteñal un sector de sus tierras a unos ingleses para que extraigan una cierta arcilla blanca, probablemente con destino a cerámica fina.
Chéjov no olvida detalles muy propios de esa sociedad declinante, por ejemplo los matrimonios mixtos que ya eran moneda corriente entre aristócratas y burgueses (vgr. la dueña está casada con un abogado) o manías atávicas como el anhelo de muchos rusos en querer parecerse a los franceses o de querer irse a vivir a Francia. Esto último no sólo lo hace la propia protagonista (aprovecha que el donjuanesco de su marido está enfermo para usarlo como pretexto y volverse a París), sino que también lo logra su joven lacayo Yasha, quien no soporta la ignorancia de sus iguales de clase, representada en la sirvienta Duniasha, que sólo piensa en coqueterías y fantasías amorosas. O sea, aun hasta cierta clase pobre piensa en vivir en París a lo grande, en una evidente imitación del comportamiento de las clases altas.
También están representados los hijos de los aristócratas en la persona de Ania, jovencita de 17 años, inocente e influenciable, que odia vivir en esa mansión de campo y ansía irse a Moscú. También, el revolucionario ruso, o mejor el prerrevolucionario, en la persona del estudiante Piotr Serguéievich Trofímov, especie de amigo y novio (un amigovio, diríamos los argentinos) de Ania, muchacho pobre como una rata pero de convicciones firmes. Por un lado Ania es positiva, piensa estudiar y trabajar; por otro, su ingenuidad es tan grande que idealiza futuras visitas de su madre a Moscú, desde París, “para leer juntas muchos libros”. Ania no deja de representar a una aristocracia en extinción que sólo le queda cambiar de vida por necesidad.
Las clases menos acomodadas consiguen empleo de algún modo, siempre entre la clase burguesa en ascenso, pese a la destrucción del jardín (verdadera metáfora de la decadencia de los latifundios aristocráticos y de todo un sistema). Esta clase está representada por Charlotta, la institutriz, y Semión Epijódov, el contador. Incluso hasta Vania, la hija adoptiva de la ex dueña del jardín, y con seguridad la más sensata de toda la familia y que adora a su hermana Ania, consigue ubicarse como ama de llaves. El compromiso nunca formalizado entre Vania y el calculador Lopajin jamás se transformará en boda pese al anhelo de Liubov Andréievna Ranévskaya, quien desea “ubicar” hasta último momento a su protegida con un hombre de dinero. Vania se da cuenta del juego de Lopajin y detesta todo el asunto; aquel, obtenida la propiedad, pierde interés en casarse con la ex protegida de una aristócrata decadente y en fuga hacia el exilio. Todo esto es también una gran metáfora de cómo se entrecruzan y reaccionan las distintas clases sociales en momentos de crisis.
El delirante Gáiev, hermano de Ranévskaya, consigue empleo en un banco. Nótese la ironía, ¡un aristócrata que nunca trabajó en su vida aceptando un empleo donde debe cumplir horario! Eso sí, las posibilidades de que le dure son nulas, según preanuncia el desalmado pero realista Lopajin.
Queda una clase más, la representada por el viejo lacayo Firs, hombre recto de fidelidad proverbial a su amo Gáiev y a toda la familia, que no quiso emanciparse cuando pudo, allá por 1861. Su evocación de lo que llama “la desgracia” lo pinta de cuerpo entero: “…Cuando se emancipó a los siervos, yo ya era primer ayuda de cámara. Entonces no quise aquella emancipación y me quedé en casa de los señores… Recuerdo que todos [los siervos] estaban  contentos, pero por qué lo estaban, ni ellos mismos lo sabían”. Esto no suena a obsecuencia, es mucho más profundo: el hombre está absolutamente convencido de que el orden socioeconómico anterior era perfecto. La ironía de Chéjov es durísima cuando este viejo lacayo, ya a punto de morir, sólo piensa en que su amo Gáiev salió mal abrigado a despedir a su hermana (¡Ah, juventud irreflexiva!, agrega para sí). Firs también representa a una clase social en completa extinción.
El jardín de los cerezos es una obra digna de leerse, en la que no falta la ironía y hasta el sarcasmo dentro de la tragedia.

Antón Pávlovich Chéjov
(Taganrog, Rusia, 29 de enero de 1860 – Badweile, Alemania, 2 de julio de 1904)
Su biografía se encuentra en REALIDADES Y FICCIONES Nº 9 (junio de 2012). Ver índice de revistas a la derecha de este blog.



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