domingo, 3 de marzo de 2013

MARCEL SISNIEGA, Javier Sicilia


Javier Sicilia
Marcel Sisniega
La muerte de Marcel Sisniega el 19 de enero de 2013 me llegó como no ha dejado de llegar la muerte a mi vida: de manera atroz e inesperada. La suya, sin embargo –es terrible decirlo–, tiene el sabor de la bienaventuranza. Si fue injusta –murió joven, a los 53 años–, no fue violenta –murió de un infarto. En México se es bienaventurado si se tiene el privilegio de morir joven de manera natural. No por ello, su muerte ha dejado de dolerme y de agregarse a los dolores que me habitan y me excavan.
¿Cuándo lo conocí? No lo sé ni me interesa recordarlo. Marcel era tan entrañable que podría decir que lo conocí desde siempre, como se conoce y se vive con un hermano. Su familia es parte de mi familia y la mía de la suya. Mientras vivió en Cuernavaca nos veíamos una o dos veces por semana para tomar café, conversar o ver alguna de sus películas y enfrascarnos en largas discusiones. Su conversación era tan apasionada como la diversidad de sus oficios y de sus temas. Campeón nacional de ajedrez –su primera pasión– y Gran Maestro en ese arte, conocedor profundo y traductor de Shakespeare, narrador acuicioso (Anda suelto un BefoCrónica personal de un torneo de ajedrezEliseo Zapata, adaptada para el cine bajo el título de Un embrujo) y ensayista penetrante, su gran pasión fue el cine, del que nos dejó –a pesar de su edad y de las duras condiciones para producirlo en México– una vasta producción de once películas y una escuela de cinematografía en Xalapa, la Luis Buñuel.
Aunque abandonó el ajedrez, el ajedrecista siguió habitando en él. Hacía cine como si el guión fuera un partido y sus escenas jugadas. No sólo filmaba sin tener el guión en la mano sino que  era capaz de cambiar in situ la escena que llevaba en la cabeza y darle un giro inesperado. Quizás por ello su cine sea a veces frío, tremendamente calculado, como si sus personajes fueran piezas en la trama de un tablero. Quizá, por ello también, sus temas hayan sido, como cada juego, distintos.
No obstante que lo mejor de su filmografía se encuentra en el realismo social (La cruda de Cornelio y El baile de la iguana), incursionó también en la comedia adaptando y filmando la novela de Daniel Sada, Una de dos, y en el drama espiritual (Arenas negras y A través del silencio). A pesar de sus múltiples temas y de sus diversas maneras de narrar, yo tengo para mí que el tema fundamental de su cine es la culpa y la redención. En medio del desastre moral de nuestra época, Marcel buscaba en cada historia y en cada narrativa un punto de luz, ese punto que nacía de su presencia, de su generosidad y de su conversación. No sorprende, en este sentido, que su última película fuera la adaptación de un libro mío, una especie de thriller espiritual donde el mal, la culpa y la redención se entremezclan en la historia cotidiana de un pueblo, en Veracruz, paradójicamente el lugar donde murió. No me gustó la adaptación que, a causa de que todos los personajes son principales, pierde en profundidad espiritual y termina por anular el del poeta Iliasi. Un juicio que, sin embargo, vale poco: un autor nunca estará de acuerdo con la manera en que otro, por más que lo ame, adapta su obra. Recuerdo que discutimos mucho el guión. Recuerdo también que el día del estreno nos fuimos a cenar y volví a reiterarle mis críticas. Además del tratamiento que le dio a la figura del poeta, la muerte del personaje representado por Gonzalo Vega me parecía fulminante, brutal, poco creíble. He debido retractarme. El día de su funeral, en la misma capilla y en el mismo lugar donde casi dos años atrás velamos a mi hijo Juan Francisco, esa escena me asaltó en medio del dolor. En ella, por esos extraños y aterradores misterios del arte, Marcel había prefigurado su muerte: fulminante, brutal, poco creíble. Su prematura muerte, como la de mi hijo y la de tantos otros, me hace pensar en una pregunta tan antigua como irresoluble, a pesar de mi fe: ¿por qué los inocentes, los mejores, los que no debían morir, se han ido? Quizá porque ellos amaban demasiado y no los merecía este mundo absurdo, criminal y mezquino. En todo caso, la obra de Marcel se queda entre nosotros para iluminarnos y no dejarnos demasiado solos.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro y liberar a los presos de Atenco.

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