La escritura,
antídoto contra la muerte
antídoto contra la muerte
entrevista con Vicente Quirarte
Adriana Cortés Koloffon
Foto: FIL Guadalajara/ Gonzalo García Ramírez |
–¿Por qué escribes este libro cuando ya has superado la edad de tu padre al suicidarse?
–Dice José Lezama Lima que el verdadero nacimiento de un hombre es cuando muere su padre. Yo creo que a raíz de la muerte de mi padre tuve un segundo nacimiento. Me da mucho gusto a esta edad vivir cosas que él ya no pudo por ser tan poco amigo de sí mismo. Creo que el libro está lleno de muerte, pero también de su contraparte que es la vida. No pretende ser una apología del suicidio, aunque sí una defensa de quien decide hacerlo, inclusive si se es creyente. Fue otra pregunta que me hice: cómo mi padre siendo católico pudo haber tomado una decisión así.
–Además era un profesor muy querido por sus alumnos…
–Aquí se cumplen las palabras que cito de un poeta de los Siglos de Oro, Cristóbal de Castilleja, cuando decía: “Contra mí mismo peleo, defiéndame Dios de mí.”
–También incluyes un epígrafe de Camus: “Hay sólo un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio.”
–La muerte de Camus fue un accidente en coche, pero de alguna manera fue una muerte buscada.
–Rubén Bonifaz Nuño, tu maestro, ¿fue tu segundo padre?
–Profesores puedes tener muchos, maestros sólo unos cuantos; son los que te marcan, a los que decides seguir como un ejemplo ético y estético, las dos cosas deben estar unidas. Una de las cosas que me duelen es que Rubén no haya leídoLa invencible para que se diera cuenta de las coincidencias que tenían sentido para mí: que hubiera nacido casi el mismo día que mi padre biológico. Lo más importante que me enseñó fue la capacidad de reírme de mí mismo. Rubén era el hombre más triste en su poesía y el más alegre y generoso en la vida diaria; disfrazaba toda su tristeza y su soledad con este sentido del humor extraordinario. También me enseñó que la poesía es el más libre de los ejercicios.
–¿Cuáles fueron tus inicios como poeta?
–En la preparatoria y de una manera también mágica. Tuve dos encuentros decisivos en ese entonces. En 1971 cuando estaba en segundo de prepa, se cumplieron cincuenta años de la muerte de López Velarde, cincuenta años de la publicación de “Suave patria” y la preparatoria organizó un concurso; tuve la suerte de ganar ese premio de poesía. Mis premios fueron la obra completa de Carlos Pellicer publicada por la unam, cuidada por Bonifaz Nuño; él era el director de la imprenta universitaria. El otro regalo fueron las obras completas de Juan Díaz Covarrubias preparadas por Clementina Díaz y de Ovando. Pasaron los años y yo me hice amigo de Rubén Bonifaz Nuño y ocupé la silla 31 de la Academia Mexicana de la Lengua, que ocupó antes Pellicer, y mi madre adoptiva fue Clementina Díaz y de Ovando; orienté mucho mis investigaciones hacia el siglo xix mexicano, que ella conoció como nadie.
–¿Tu padre se negaba a que estudiaras literatura?
–Hubiera querido evitarnos los sufrimientos reales que pasó al estudiar humanidades. Yo tuve la fortuna de tener un padre que me mantuviera, pero él tuvo que trabajar de joven para mantenerse. Tuvo que combatir mucho para salir adelante, para formar su biblioteca; dedicaba su sueldo a enriquecer las arcas de los libreros de ocasión. Desde muy joven tomó anfetaminas para no dormirse y estudiar, y esas drogas lo destruyeron. Finalmente la única droga que te salva es el amor: es una frase de Francisco Hernández. Mi padre no creyó en su poder curativo. El amor en todos los sentidos: al prójimo, a una mujer, a los hijos, a lo que haces. Cuando lo que tienes dentro se convierte en tu peor enemigo, dejas de creer en el amor.
–El amor está presente también en la poesía de Bonifaz…
–Como buen poeta, era el pararrayos de todas las desgracias del mundo. En su poesía exorcizaba sus demonios. Por eso, uno de sus libros centrales se llama Los demonios y los días.
–¿Qué te enseñó tu padre?
–La exigencia de la palabra justa que desveló a Flaubert y que mi padre conseguía con fervor siempre fue una de sus grandes lecciones: que la escritura fuera maciza, tuviera cuerpo, dijera algo. Creo que el lenguaje es una responsabilidad muy grande; hay que practicarlo con toda la fuerza que merece.
–¿Cómo se vincula la ciudad a tu padre?
–Mi padre, que nunca manejó, era un gran caminador, como todos los grandes solitarios, y él nos enseñó ese hábito. Conocer la ciudad de la mano de un historiador era un privilegio. La ciudad era nuestro campo de conocimiento y ahora que releo a Bonifaz me doy cuenta de que también está presente en toda su obra. Su discurso de ingreso a El Colegio Nacional se llama “La fundación de la ciudad.” Cuando entras en una ciudad nueva que no conoces es como hacer el amor a una ciudad: caminarla, recorrerla o conocerla otra vez, reconocerla, si ya estuviste en ella. Como en el amor, hay ciudades que te decepcionan.
–¿Qué te dice el binomio correr-escritura al que te refieres en La invencible?
–La carrera es algo solitario, gratuito, desinteresado aunque compitas contra otros. Por eso decía Robert Frost que el poeta es un hombre de proeza como el atleta, porque lleva a cabo una hazaña. Creo que la creación es lo que nos mantiene aquí.
–Eres especialista en literatura de monstruos, ¿a cuál le temes más?
–A Dr. Jekyll and Mr. Hyde, porque nace dentro del corazón, dentro del alma, y desata sus amarres sin que te puedas dar cuenta.
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