Ana García Bergua
El dobleNadie es siempre quien es. Cambiamos a lo largo de la vida y en nuestro interior luchan facetas distintas que constituyen la complejidad de nuestra conciencia y nuestra memoria. Por eso, quizá, el tema del doble en la narrativa resulta siempre tan atractivo: quien está adentro de mí soy yo, pero no siempre me reconozco. A veces nos encontramos en alguien más, en ocasiones nuestra imagen en el espejo o nuestra sombra parecen tener vida propia. O una persona a la que creíamos conocer descubre una cara insospechada. El doble es siempre abismal; revela otra dimensión en la que se cocina una vida paralela, amenazante y misteriosa. Es un tema que regresa una y otra vez a la literatura, con grandes representaciones emblemáticas comoEl extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson o La esquina alegre, de Henry James, donde un hombre busca al Otro en la casa vacía de su juventud.
Narrar es ya un ejercicio de desdoblamiento, como señala el narrador, ensayista y distinguido neurólogo Bruno Estañol en su excelente selección de relatos El doble, el otro, el mismo (Ediciones Cal y Arena, 2013). Esta antología muestra diferentes tratamientos del tema del doble, además de poner a nuestro alcance cuentos ya no tan a la mano, como “La hija de Rappaccini”, de Nathaniel Hawthorne. En este cuento de una belleza exquisita, los dos lados de Rapaccini –el sabio que investiga para la ciencia y el que utiliza sus conocimientos para el mal– engendran a su hija, la bella y pura Beatriz, y a la planta venenosa, su hermana, con la que comparte “un destino idéntico y terrible”.
“El caso del difunto mister Elvesham”, de H. G. Wells, es un ejemplo de doble vampírico. Conforme envejece, Elvesham seduce a jóvenes a quienes les promete heredar su gran fortuna para apropiarse de sus cuerpos. Este cuento es una especie de reverso de la leyenda fáustica en la que el diablo compra el alma de un joven ambicioso.
Robert Louis Stevenson |
En “Markheim”, el relato de Stevenson, el asesino oscuro y egoísta enfrenta a su otro yo en un duelo de conciencias. En cambio, en “El hombre doble”, de Marcel Schwob, un hombre acusado de asesinato exhibe su doble personalidad frente a los ojos del juez, quien ya no sabe a quién juzgar: si al cruel asesino confeso o al sorprendido burgués que jura haber pasado en su cama la noche del crimen. Aquí el doble aparece como un fenómeno de la psicopatología, similar a “El diario de un loco”, de Nikolái Gogol, en el que la desgracia dispara en la mente de un oscuro y frustrado burócrata una serie de delirios que incluyen hablar con los perros y creer que es el rey de España. Este cuento genial, como todos los de Gogol, es una fantasía amarga y tragicómica. De igual manera “¿Él?”, de Guy de Maupassant, muestra la aparición del Otro como una manifestación enfermiza del miedo a la soledad. El propio Maupassant, según cuenta Estañol, estaba muy invadido por la sífilis cuando escribió este cuento en el que el Otro es una imagen fragmentaria, un desdoblamiento que no termina de develar su verdadera naturaleza y es por ello más aterrador.
Otra joya de esta antología es “Incidente en Owl Creek”, del gran Ambrose Bierce, donde un soldado condenado a la horca vive su propia salvación en lo que podría definirse como un viaje astral. Aquí alma y cuerpo se bifurcan hacia destinos distintos, representando también el desdoblamiento del escritor a la hora de imaginar sus tramas. A fin de cuentas, nuestras vidas no son sino el conjunto de posibilidades que nos habitan en cada instante, y que por razones misteriosas toman uno u otro camino. Esto diría, quizá, Franz Kafka, en la hermosísima minificción –ahora la llamaríamos así– “La verdad sobre Sancho Panza”, en la que don Quijote no es más que el sueño de Sancho Panza, su Demonio.
En El otro, el doble, el mismo no podía faltar “William Wilson”, de Edgar Allan Poe, quizá el cuento que puso el tema sobre la mesa, resaltándolo, antes que Stevenson y Dostoievsky o Wilkie Collins con su novela Armadale, donde un gemelo es el negativo del otro. William Wilson vive una vida paralela a la de su doble detestado; su maldad, al igual que en el relato de Stevenson, es el reverso de una conciencia existente por sí misma.
En esta antología, que además reúne muy buenas traducciones a nuestra lengua, Bruno Estañol pone el dedo en la llaga y nos recuerda que en estos tiempos de confusión mercadológica la buena literatura sigue ahí, frente a nuestros ojos, como el espejo de William Wilson.
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