ALBERTO RUY SÁNCHEZ
| DOMINGO, 3 DE MARZO DE 2013 | 00:10
Una de las mejores maneras de entrar a esta ciudad y laberinto es por el mar. Y aquí no es menos arabesca la ruta puesto que el puerto está rodeado de arrecifes, bancos de dunas submarinas y pasajes para los iniciados: entran solamente aquellos que saben, no tanto dónde están los peligros sino dónde no están. Y que saben además cuándo es el momento. Porque las mareas suben y bajan de diferentes maneras modificando horas y zonas navegables. Cuando la luna no se ve, las mareas son más altas, rápidas y caprichosas. Cuando comienza a verse, la luna creciente en forma de cuerno agudo indica que el lenguaje se desata, el entendimiento se enciende, todo va adquiriendo un nuevo orden que se tiene que ir descifrando paso a paso. Por eso en la tradición árabe y en la de los pueblos berberes de este puerto la luna creciente del primer día tiene un nombre especial. En la astronomía árabe a esa luna se le se llama Luna Nueva, designación que nosotros usamos para la luna más obscura, una noche anterior.
De la astronomía a la astrología árabe, sobre todo mogadoriana, esa luna tiene con frecuencia el sentido de borrón y cuenta nueva. La oportunidad de que todo sea recién nacido. Como una ablución ritual que todo lo perdona si es sincera la voluntad de comenzar en blanco. Así sucede en el puerto de Mogador-Essaouira bajo esa luna nuevecita. Medio mes durará lo que se vaya entendiendo de ese nuevo lenguaje pero al llenarse la luna otra vez todo cambiará y el mar se comportará de otra manera. Al ir avanzando el año cada medio mes es más o menos distinto, lo que enfatiza la calidad lunar de nuevo comienzo ritual. Además, los vientos del Atlántico son con frecuencia inestables y poderosos. Todo incita al desconcierto “si no se sabe navegar con ciencia, prudencia y paciencia”, las tres lunas de los pescadores y que nos guían, me dice un pescador que también es carpintero y repara barcos tanto como hace artesanías de madera.
Son las tres lunas que están grabadas sobre La Puerta de la Marina, me afirma. Le digo que según varios libros esas lunas simbolizaban los tres maestros espirituales del sultán que refundó la ciudad en el siglo XVIII, Mohamed Ben Abdalah, quien mandó construir esa puerta. Se ríe y me dice que eso no importa, que el significado de las tres lunas como advertencia y lección de paciencia, ciencia y prudencia se lo enseñó su padre, que también fue pescador. Y también tuvo un día que aprenderlo todo navegando. Y a él se lo enseñó el suyo y así desde siempre. “Tal vez, me dice, los maestros del sultán lo eran porque cada uno era ejemplo de esas tres virtudes y el sultán quiso dejarnos su mensaje en forma de tres lunas que leyéramos como algo valioso que es nuestro. Tal vez, yo no sé nada.” Arriba de las lunas está la fecha 1767, o 1184 de cuenta musulmana, el nombre del sultán y el nombre del arquitecto que hizo la puerta, Ahmed Al-Alj. Término que designa a los conversos. Hay quien dice que fue un prisionero inglés que se convirtió al Islám y creó esa puerta neoclásica que es en todo distinta a las otras de Mogador, Ahmed El Converso. El pescador me aclara que esas tres lunas están en los estandartes rojos que llevaban los corsarios de Mogador. Y que en toda navegación, incluyendo la piratería, esas tres virtudes lunares son norma de salvación.
El mismo caudal lunar de ciencia, paciencia y prudencia sucede cuando se quiere ir caminando desde la Sqala Oeste de las murallas hacia las islas pequeñas que están enfrente, a una media hora de caminata entre muros altos de rocas erosionadas. No hacia la isla grande, que está más lejos y no es caminable como éstas durante la marea baja. La mayor de esas nueve islas breves, parte mediana de las Islas Purpurinas, tiene una pequeña fortificación circular. Es la meta clara del laberinto. Pero lo más difícil es regresar como se vino. Porque la marea vuelve con rapidez inusitada y va bloqueando los pasadizos en un orden que va cambiando según las fases de la luna y no es fácil deducir si no se le ha experimentado varias veces.
Me alegró especialmente descubrir que quienes saben leer el vuelo bajo de las gaviotas de patas grises, que son las más jóvenes, aventuradas y hambrientas, suelen encontrar siempre a través de ese aleteo la clave del laberinto. Un pescador que se ha vuelto pintor y tiene su estudio y galería en el Bastón Oeste, Ahmed, estuvo explicándome una tarde ese lenguaje mientras veíamos desde las murallas cómo iba avanzando la marea y las aves iban rescatando, para comérselas, las últimas sardinas varadas en la arena del laberinto antes de que el mar las pusiera de nuevo a flote.
Lo apasionante de todo esto no es tan sólo lo que saben estos marinos para entrar al puerto sino que saben escuchar. Saben descifrar los signos de lo navegable: la luna, las mareas, los vientos, y sobre todo la prisa propia o ajena que empuja a equivocarse.
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