No. 57 / Marzo 2013
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David Huerta Mano de arena negra 1 He crecido en la noche como una mano de arena negra. He visto el mar, las tempestades y los rayos. La noche entrada en mi boca: olas y olas, óvalos De honda agua. La noche entrada en mis ojos Como un cristal de brisa, Como una nube roja Hecha sólo de navajas labradas. He visto el mar, sus dragones de sal y sus reuniones de rocas y de animales. He visto su rueda de vuelos y de sombras, la violencia de sus centellas y sus ahogos, la mano lapidaria de sus naufragios, sus livianas y poderosas sepulturas. Las tempestades me unen a la boca de los rayos. Las tempestades me cuecen como si fuera yo una legumbre circular, en su fuego de rosas y de ojos violetas. He crecido en el cuerpo de otro ser, he crecido sobre los papeles hundidos, hundido yo mismo hasta los tendones del cuello, mientras mis manos se secaban junto al vaho fragante de las mandarinas. He dormido mientras crecía en la noche, en el cuerpo de otro ser —una criatura de ojos enormes—, como una mano de arena negra. 2 He crecido en medio de los cristales, atado a la navegación de curvos perfumes. He crecido en las oscuridades de una cabellera. He vuelto a ver los ojos del silencio, la santidad del silencio y su tesoro de piedras místicas. Los árboles del silencio tienen follajes transparentes, raíces como cuchillos de sediento filo, umbrales de quemante verdor. He visto ramas vacías: cruzan mi pecho y dejan un sello de redondez frutal en el vaso de mi corazón. Las ramas enrojecen de sangre y de deleite Rodeadas por el colibrí de mi murmullo. El cuerpo de la noche se enciende sobre las derramadas copas del rencor. La noche está viva. Está calentándose. Sus labios entran con la velocidad del fuego hasta inundar la piel gozosa de mi espalda. 3 He crecido en la noche y dije la palabra “amor” y la palabra “separaciones”. He acercado mi mano a estos ojos enormes. Los rayos entraban en el deslizado labio de una mandarina, me rodeaban con una fantasía de perfumes. Los rayos se abrían como copos deshechos En la humedad de la criatura Que yo abrazaba. Los rayos estaban situados en la línea magneta que la criatura y yo desprendíamos. Nos separábamos: ahogados, tenues, con los ojos cerrados nos uníamos, entre las llamaradas. He crecido en la noche como una mano de arena negra. He crecido en la noche, en la mano de la negrura y en la mano de la arena, junto al mar de unos ojos enormes.
Periódico de poesía, UNAM/UAM,
núm. 14, México, 1990, pp. 17-18. |
jueves, 7 de marzo de 2013
MANO DE ARENA NEGRA, David Huerta
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