Leo Zuckermann
Qué frágil se veía la maestra Gordillo ayer detrás de las rejas. Ya sin sus elegantes vestidos ni sus caros accesorios. 28/02/2013 00:00
Si tuviera que resumirlo en una palabra diría que por hubris. Se trata de un concepto que viene de las épocas de la Grecia antigua. Se refiere a los poderosos que pierden el piso, que comienzan a sentirse como dioses, que actúan con una insoportable mezcla de desmesura, orgullo, soberbia y arrogancia.
La maestra se paseaba por el país con un lujo propio de un sultán. No tenía un sentido de la prudencia, de la mesura. Mientras que sus agremiados ganaban un promedio de diez mil pesos al mes, Elba Esther cargaba una bolsa que valía treinta veces eso. Le valía gorro presumir su riqueza. Se pasaba las críticas por el Arco del Triunfo. Al fin y al cabo, ¿quién iba a ser el guapo que se atrevería a encarcelarla por enriquecimiento inexplicable o malversación de fondos?
Era tanta la hubris de Gordillo que tan sólo hay que ver las presuntas operaciones de lavado de dinero por las que está encarcelada. Su extrema simpleza denotan la soberbia de cómo movía los recursos de sus agremiados como si fueran de ella. De la cuenta del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación movía fondos a una cuenta de una persona que luego pagaba la tarjeta de crédito de la maestra en la exclusiva tienda Neiman Marcus. Así de burdo. Nada de triangulaciones sofisticadas, facturas falsas o múltiples traspasos a cuentas offshore. No. Tan sólo “pásenle dinero a Lupita para que pague mi tarjeta de unos trapitos que compré”. Alguien que opera así es porque se cree todopoderosa. Que nunca la van a perseguir. Que ella es la mandamás. Hubris pura y dura.
Y con esa actitud iba a negociar con los distintos partidos políticos. “¿Quién me da más a cambio del apoyo del sindicato magisterial en las elecciones?” La izquierda, el PRI y el PAN competían por el apoyo de la maestra. Hasta que las tres fuerzas políticas se cansaron de ella. Cobraba muy caro por su amor. En la pasada elección, el entonces candidato del PRI a la Presidencia, Enrique Peña Nieto, tuvo que romper el acuerdo que tenía con ella por la rebelión que se armó dentro de su partido debido a la percepción de que Gordillo se había quedado con una gran tajada de las candidaturas.
Al final, el poder la cegó y se quedó sin apoyos políticos. Ya nadie la quería. Ni la izquierda ni el PRI ni el PAN. Tan es así que nadie en la clase política ha salido a apoyarla desde que el gobierno la arrestó. Nadie. Ni siquiera su propio partido, Nueva Alianza, lo cual resulta muy extraño.
Si algo se perdió durante los años de la alternancia panista fue la mesura, sensatez y prudencia de muchos actores políticos y económicos. Recuerdo, por ejemplo, cómo un diario nacional descubrió que el líder de los petroleros utilizaba un reloj de miles de dólares. Vino un escándalo pasajero, pero al final no pasó nada. A la siguiente vez que lo cacharon con un reloj aún más caro, Carlos Romero Deschamps incluso se lo presumió al fotógrafo. “Sí y qué”. Hubris: cuando los hombres poderosos comienzan a sentirse dioses. Desmesura, orgullo, arrogancia y soberbia.
Qué frágil se veía la maestra Gordillo ayer detrás de las rejas. Ya sin sus elegantes vestidos ni sus caros accesorios. El gobierno de Peña Nieto logró regresarla, de golpe, a la Tierra. De su avión privado a Santa Martha Acatitla. Qué bueno porque en una sociedad democrática no hay ni debe haber intocables que actúen como si fueran dioses.
Pero una cosa me preocupa: que el éxito del gobierno de terminar con el hubris de Gordillo vaya a producir hubris en Peña Nieto. Que el Presidente, y el equipo que lo rodea, comiencen a sentirse todopoderosos. El falso aroma del poder sin límites. “Si pudimos con la maestra, el espacio es nuestro límite”. Desgraciadamente algunas plumas comienzan a alimentar esa soberbia. “Hay Presidente”, presumen con ánimos exaltados. Efectivamente “hay Presidente”, pero espero que su poder no lo trastorne, como sí trastornó a Gordillo, quien hoy duerme en la prisión de Santa Martha Acatitla.
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