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Poesía para romper los límites
entrevista con Floriano Martins
Ricardo Venegas
–En tu libro Pequeño bosque de imitacionesse combina la imagen y el poema erótico, ¿se amplía el lenguaje al ilustrar la poesía?
–Yo no pienso en ella como ilustración. En este mismo librito, los dos lenguajes son de algún modo independientes, pueden llevar vida propia por separado, pero cuando se encuentran hay una nueva configuración de la imagen, sea la que proyecta la prosa poética, sea la que llega hasta nosotros desde adentro del montaje fotográfico. Es curioso que hables de poema erótico cuando en verdad es una autopsia que se hace a un cadáver femenino. Por supuesto que es también la metáfora de un mea culpa que un amante hace en su amor perdido (muerto). Pero sí, es verdad, la muerte tiene su carga erótica.
–Dices: “A morte se expressa sempre a cântaros, o que a vida raramente consegue.” ¿Siempre están ligados Eros y Thanatos?
–Como ya decía, sí, los dos están siempre ligados, como las dos caras de la misma moneda, como todo este juego infinito de las dualidades. No olvides que el hombre es él mismo y otro. Es una lástima que en general esa oposición entre contrarios sea comprendida en el sentido de eliminación uno del otro, cuando en verdad es su riqueza; es conflicto, sí, pero como enriquecimiento del ser, como fuente de descubrimiento de la identidad. El arte mismo es fundamental en eso del juego de los disfraces, en señalar los misterios esenciales que están detrás de las máscaras.
–Dices en Tres estudios por un amor loco: “No hay pruebas del amor, todo es risible en los argumentos”, ¿es el destino del poeta dar fe del desencanto?
–La palabra destino es una trampa, pues se trata de una fatalidad. Su sentido religioso es de condenación, o cuando menos de algo inevitable. Además hay que referir aquí que en el largo poema dramático del que hablas, del libro Tres estudios por un amor loco, existe un conflicto de ideas entre los dos personajes, Barbus y Lozna, así que allí no cabe expresar exactamente mi opinión, pero se trata de ampliar esa relación conflictiva entre el amor y su imposibilidad, de jugar con la condición trágica del amor de los personajes. Al poeta le debe importar más señalar los puntos de conflicto entre las relaciones, que propiamente encontrar una solución para ellas. Pero uno no se siente condenado a eso, o sea, no hay destino, sino afinidad con esa tarea mágica de identificar disensiones entre las cosas.
–Has entrevistado a poetas de toda Latinoamérica (Escritura conquistada). ¿Cuál es el balance de esta poesía y el de esta experiencia?
–El balance posible tiene que ver con la experiencia del diálogo entre poetas, la generosidad de las voces que componen el espacio de conversación. Yo tuve la suerte de encontrar poetas que, además de su rica expresión poética, son intelectuales interesados en hablar de su poesía, su visión de mundo y permitir a nuestros lectores un ambiente muy rico de información sobre la tradición lírica de sus países y el ambiente cultural en que ellos mismos actúan. Y algo no menos importante: que saben cómo hacerlo, saben cómo despertar la pasión por la poesía. Parece natural, pero es raro. Así que yo mismo salgo siempre enriquecido de cada diálogo, y el libro del que hablas –cuyo principio de conquista de una escritura ya está afirmado en su mismo título– sigue su viaje, pues sigo agregándole nuevas entrevistas. Y me parece imposible hablar en un espacio corto como éste de un balance de la poesía latinoamericana, por su amplitud, diversidad, riqueza estética, etcétera.
–¿Cómo te referirías a la poesía mexicana actual en relación con la de Brasil respecto a los registros de ambas tradiciones?
–La lírica mexicana es demasiado formalista, y lo mismo podemos decir de Brasil. Hay una presencia muy fuerte del catolicismo en la formación de nuestros intelectuales de extracción modernista, la carta de fundación de nuestra entrada en la modernidad trata de definir casi como un abismo el ser y el hacer poesía. La experiencia más grande de liberación de la esencia poética, que fue la generación de Contemporáneos, por ejemplo, aunque sea fundamental en sus riesgos de lenguaje, ha rechazado –mejor, ha silenciado, cuando era necesaria su firma– la aventura surrealista, incluso alrededor de la presencia en México en los años treinta de André Breton. En este sentido, hay un libro de Fabienne Bradu de lectura indispensable para todos los poetas mexicanos. Por supuesto que nada tiene que ver con un reclamo surrealista, sino con el hecho de que aislar al creador de su creación implica una hipocresía. Pero me preguntas de la poesía actual y yo creo que la actualidad está formada por dos ambientes, uno visible y otro invisible. La tradición crea sus cadenas y la ruptura necesita sus disfraces para adentrarse en la fiesta del Parnaso. Los efectos mediáticos hoy me llevan a la siguiente indagación: ¿lo que busca uno es cuestionar el lenguaje o hacerse parte del Parnaso? Además, existe el efecto tecnológico, la facilidad con que uno hace circular sus versos. Como ves, no es más importante buscar una relación entre dos tradiciones líricas, sino comprender, ante la apertura, otros mundos, cuáles son nuestros errores, nuestros vicios, pero sobre todo nuestros límites, para entonces romperlos.
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