domingo, 28 de julio de 2013

BUÑUEL EN SU LITURGIA: EL ÚLTIMO GUIÓN, Esther Andradi

Buñuel en su liturgia:
El último guión

Escena de El último guión
Esther Andradi
En su libro de memorias Mi último suspiro, Luis Buñuel confiesa que, en un determinado momento de su vida, abandonó para siempre la idea de emprender viajes largos por miedo a morir en el camino. ¿En el trayecto hacia dónde? Si la vida es lo que es, la muerte siempre es una sorpresa. Pero a Buñuel le parecía horroroso morirse en un hotel, en medio de valijas medio abiertas (o medio cerradas), y por eso prefería quedarse en su casa, en la colonia del Valle, en Ciudad de México, donde vivió hasta sus ochenta y tres años, y donde, como buen agnóstico, le gustaba bromear diciendo que en el día de su muerte iba a reunir a todos sus amigos ateos para confesarse. La muerte, claro, se le cruzó en el camino en 1983. Han pasado tres décadas desde entonces, cuando, como dijo Hitchcock, “se fue el mejor de todos nosotros”. Después de un cuarto de siglo de esa partida, el Festival de Cine de Berlín realizó una gran retrospectiva del cineasta. El programa incluyó más de una treintena de filmes de sus diferentes etapas, entre ellos Una mujer sin amor, “de lejos mi peor película”, como la catalogaba el realizador. También tuvo lugar la presentación de Los tres chiens, es decir la proyección por triplicado de Un perro andaluz (1929) con la música que tres compositores contemporáneos crearon para esta película paradigmática de la historia del cine: el argentino-alemán Mauricio Kagel, el argentino Martín Matalón y el español Sergio López Figueroa. Pero lo que más me impresionó a mí, que soy una amante de los libros de memorias y correspondencias y del documental cinematográfico, fue la presentación de El último guión, en aquel momento todavía un work in progress acerca de la vida y obra del gran realizador aragonés, codirigido por Gaizka Urresti, director y productor de cine y televisión, y por Javier Espada, director del Centro Buñuel de Calanda.
Esta cinta, por cierto accesible en DVD , fue rodada entre continentes y países, y en tan diferentes geografías como fue el camino de quien la inspirase. Dos protagonistas deciden emprender la búsqueda de los pasos perdidos de Buñuel. Se trata de Jean Claude Carrière, guionista y amigo personal durante más de veinte años (juntos hicieron seis películas, nada menos que Diario de una camareraBelle de jourLa Vía LácteaEl discreto encanto de la burguesíaEl fantasma de la libertad y Ese oscuro objeto del deseo), y Juan Luis Buñuel, primogénito del realizador y también director de cine.

El joven Buñuel en una escena de Un perro andaluz
Ambos recorren los lugares emblemáticos de la biografía del cineasta, engarzando con anécdotas, material fotográfico inédito y con una pátina de humor tal, que muchas veces parecen escenas extraídas de un filme de Buñuel. No hay duda de que este filme, que transita por las memorias de Buñuel, no puede ser sino profundamente buñueliano: para él, ser bromista era una forma de la rebelión, y predicaba aquello de que un día sin risa era un día perdido.
Así como su amigo Carrière es uno de los protagonistas de El último guión, también fue decisivo para la escritura de Mi último suspiro, un libro que posee la misma intensidad que los filmes de su autor. Gracias a la insistencia de Jean Claude, Buñuel accedió finalmente a escribir ese libro al que se negaba. “Hoy todo el mundo escribe sus memorias.” Se resistía. Entonces su amigo del alma escribió un primer capítulo como si fuera un guión en borrador y lo convenció. El sedimento de esa relación de largos años de juegos y trabajos constituye los trazos ejes del El último guión. Una cinta sobre lo que ya no está y, al mismo tiempo, una despedida de esos lugares que ya no son lo que eran.
En una secuencia, los protagonistas deciden visitar el Studio de las Ursulines en París, donde el 6 de junio de 1929 se estrenó Un perro andaluz. Juan Luis ingresa decidido al recinto, remodelado, con flamantes butacas embutidas en azul eléctrico y cortinados bermellón. Hay una función infantil esa tarde. Desorden, gritos. El explorador avanza hacia el escenario, desde allí se voltea y mira hacia la platea con asombro, y luego sale a paso raudo, casi huyendo. Como espantado. “Está lleno de niños”, le susurra al oído a Jean Claude, que lo está esperando afuera. “Mmm…¡chicos!”, replica éste con tono crítico, y ambos se alejan de allí, como si hubiesen visto al ángel exterminador.
El último guión repasa también etapas poco conocidas de la vida de Buñuel, como las penurias de su exilio en Nueva York, donde durante nueve años vivió en condiciones extremas y sin recursos, hasta que el azar lo llevó a México, donde filmó su primer largometraje a los cuarenta y siete años.
Surrealista irredento, las huellas de este movimiento marcaron en él su territorio expresivo, su estética de rebeldía, misterio y desobediencia. Una anarquía productiva, vital y disciplinada, apasionada. Es decir, su realidad creativa debía diferenciarse extremadamente de la realidad existente a fin de iluminarla. Así, la mano de yeso que utiliza Buñuel en Un perro andaluz es el vaciado de su propia mano, y las hormigas que emergen de esa mano también son auténticas –las hizo traer de Teruel, porque las parisinas eran muy pequeñas. Al mismo tiempo, poseía un sentido crítico exacerbado; más que agradar, le interesaba provocar. Si recibía buenos comentarios estaba convencido que había hecho algo mal. Prefería el rechazo.
Si algo lo inquietaba de la muerte era no saber lo que iba a pasar después. Como quedarse en el medio de un folletín, escribió. Y confiesa que, pese a su alergia por la información, “me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba.”
No quiero ni pensar lo que haría Buñuel si supiera que hoy puede acceder a toda la información con sólo dar clic en un icono cibernético.

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