domingo, 28 de julio de 2013

ENTREVISTA CON YURI HERRERA, Adriana Cortés Koloffon

Tiene espíritu de migrante: Yuri Herrera (Actopan, Hidalgo, 1970) ha radicado en el DF, Francia, El Paso, California, Carolina del Norte y Nueva Orleáns. Esta movilidad se refleja en su escritura. Su narrativa abreva lo mismo en la literatura medieval y en la tragedia griega que en la novela policíaca. Es autor de Trabajos del reinoSeñales que precederán al fin del mundo (Finalista del Premio Rómulo Gallegos, 2011), y La transmigración de los cuerpos cuya trama se desarrolla durante la epidemia del H1N1 en nuestro país.
La escritura migrante
entrevista con Yuri Herrera
Adriana Cortés Koloffon
–¿Cómo te defines como migrante?
–Soy un migrante privilegiado, alguien que no ha tenido que cruzar la frontera con las balas rozándole las orejas. Creo que la migración es la gran experiencia de nuestro tiempo y las personas a quienes he conocido como migrante cuestionan sus certezas, han tenido que enfrentar sus nuevas realidades y adaptarse a ellas.
–¿Tus personajes son fronterizos?
–Están en medio de dos identidades o de dos lenguas o de dos posiciones ideológicas, que están abriendo canales de comunicación entre cosas que supuestamente son rígidas y opuestas.

Fotos: © Tori Bush
–¿Marginales?
–Desde una perspectiva sí. Mi posición es que estos personajes están, no en el margen, sino en el núcleo de nuestros problemas.
–¿Reconoces el tema del apocalipsis en tu obra?
–Sobre todo las últimas dos novelas:Señales que precederán el fin del mundo, porque es el tema de la migración que representa una especie de apocalipsis: es abandonar tu familia, tu tierra, tu lengua, tu identidad. Lo que traté de decir en ese libro es que este tipo de experiencia, que para muchos puede ser apocalíptica, puede serlo también regenerativa. Mientras que en La transmigración de los cuerpos es un ambiente terrible dentro del cual parece que las cosas se están viniendo abajo y cómo un individuo debe lidiar con este asunto, y lo hace tratando de conservar su ética y los valores en los que cree.
–¿Encuentras vasos comunicantes entre tu obra y Hasta no verte Jesús mío, de Elena Poniatowska, en cuanto a la oralidad?
–Es el libro que más me gusta de ella junto con Querido Diego, te abraza Quiela. Elena supo escuchar la voz de Jesusa Palancares, pero sin limitarse a simplemente transcribirla y esto para mí es muy importante: alguien que escribe ficción no tiene simplemente que transcribir, reflejar la realidad –¡como si eso fuera posible–, sino recrear, reconstruir.
–¿Cómo empiezas a escribir tus novelas?
–Son cosas que van sucediendo poco a poco. Nunca tengo problemas para saber qué es lo siguiente que quiero escribir porque tengo muchas ideas, muchos proyectos, lo que me falta es tiempo y a veces concentración. Hace años que quería escribir una novela que sucediera en una epidemia, una situación límite en la cual los personajes podían mostrar mucho de sí mismos.
–¿Por qué prevalece la corporeidad en La transmigración…?
–No me importaba la forma en que se está matando ni exponer las balaceras o la sangre a la que nos hemos acostumbrado, sino más bien cómo hemos perdido el respeto a los muertos. Los dos protagonistas mueren de una manera absurda. Nuestra ética pasa por el respeto a los cuerpos que se han perdido pero que siguen significando algo.
–¿El escritor es un visionario?
–Yo prefiero alejarme de ese tipo de definiciones del oficio de la escritura: ser visionario, ese tipo de cosas, porque implica una posición de poder y estar construyendo el castillito de cristal desde el cual en muchas ocasiones se ha pretendido tirar línea desde las élites intelectuales. Lo que sí creo es que una obligación o una virtud de alguien que escribe bien es ser un sujeto permeable, es decir, alguien que se deja tocar por los distintos fenómenos que están sucediendo en la sociedad: por la lengua que está transformándose, por los acontecimientos políticos e inclusive climáticos. Cuando uno lo logra, creo que a veces es posible escribir algo que dé cuenta de ciertos movimientos dentro de la sociedad y, en ese sentido, no es que los escritores sean profetas, sino que pusieron por escrito algo que está a la vista de todos y eso tiene consecuencias. Más bien tiene que ver con la capacidad de observar críticamente con una vocación bautismal, con el hecho de que la realidad puede ser nombrada una y otra vez. No hay cosa más falsa que eso de “ya todo está dicho”. Todo está por decirse porque todo está transformándose. Por eso este es un oficio tan rico.
–Nombrar la realidad de una manera distinta una y otra vez implica la elección cuidadosa de cada palabra para lograrlo a través de la ficción, como lo haces de manera obsesiva.
–Soy flaubertiano en el sentido de que entiendo la frase de Flaubert: “buscar la palabra justa” como inventar la palabra justa, crear la palabra precisa, que tiene que ver con la manera con que percibes el mundo que te rodea.
–¿Cómo escoges los títulos de tus libros?
–Es intuitivo. Los tengo al principio como una especie de guía de hacia dónde me estoy dirigiendo y no tengo decidido desde el principio que así se va a quedar. En el caso de Señales que precederán… tuve un par de títulos más que tenían que ver con la invasión de los bárbaros, cosas así. Con La transmigración de los cuerposleía al titularlo un poema sobre la transmigración de las almas.
–¿Qué representa para ti la imagen de tu abuela a quien dedicas Señales que precederán…, quizá tan arriesgada como la protagonista: Makina?
–Yo publiqué un ensayito sobre ella en la revista El perro de la cual saqué 24 números. Ella fue partera, enfermera, participó sin tener una educación política previa en la creación de un sindicato de enfermeras en Pachuca, a los cincuenta y tantos años estudió una carrera, a los setenta y tantos se subió por primera vez a un avión, a los noventa y dos fue a Europa. Estuvo lúcida hasta el final, siempre con ganas de seguir conociendo, arriesgándose. Fue para mí un ejemplo de vida. Mi abuela Nina repetía las historias que contaba la bisabuela Altagracia, historias que han persistido en la familia.

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