Hambre
Judith Almassi. Por
edad habría que ubicarla entre las poetas de la Generación del 45. Por
sensibilidad y encare estético es más filiable a quienes comenzaron a escribir
a fines de los años sesenta y comienzos de los setenta. Además, su poca obra
éditada se difundió justamente en revistas literarias de ese período.
Judith Almassi es una escritora valiosa
que, por su vida trashumante y por prejuicios de la crítica ha sido
demasiado olvidada. Los poemas que siguen son una muestra de su singular fuerza
y potencia poéticas.
Vale llamar la atención especialmente en
el primero, Hambre, un texto de largo aliento, de original
resonancia y contundencia.
Judith toma el hecho existencial del
hambre y lo transmuta en poesía. Lleva adelante un asedio elegíaco a ese
flagelo –tan vigente todavía en el mundo, por desgracia– pero la hace sin caer
en simplismos ni demagogias, elevándose por encima de las contingencias hasta
lograr esbozar una sugerente metáfora del destino.
Hambre
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Hambre:
yo te acuso de transformar en tambor la lonja viva del hombre; pobre gaita vacía aullando su son sobre el vértigo verde de las vísceras. Hambre, yo te acuso y te proceso por transformar el asfalto en prisión del hombre, muros de cal marginando las calles con el peso marino del vértigo. Entonces oye, hambre: es el son, es el son, oye tu voz: es la sangre cabalgando en tu lomo desnudo entre células verticales, entre células de pie en manifestación muda de hambre. Escucha: son los pies golpeando la espuma del asfalto; perdida su antigua solidez de mineral infecundo rueda, rueda bajo los pies su nuevo ser bajo el velero del hambre. Yo te acuso y te proceso. Soy tu juez: mis sentidos transformados, el sonido desmembrado trepando en los oídos, perdido el antiguo camino creando con patas de hormiga rutas distintas, azotando con un dolor sin nombre, sin cifra ni ejemplo al hombre, al hombre. Hambre, droga maldita, tu poder traspasa las cerradas fichas de los casilleros de la toxicomanía, tú sola, tú sola montada en los glóbulos de la sangre como doncella maldita transformas la dimensión de las cosas. La luna, ese óvulo infecundo cantado por los poetas asume un rostro de virgen solitaria mientras ruedan a sus pies como cirios malditos las estrellas. Hambre: cuando te metes en los pies del hombre, cuando tus zancos hacen oscilar los pasos y el pulgar, comandante nombrado en auxilio orienta el camino hacia el alba donde, quizá un sacristán me otorgue un lugar de privilegio en la escalinata de mármol. Es casi la aurora. Sacudiré las migas de mi sueño vertical y me iré a incorporar a la luz del día: quizá entre sus rayos verticales se deslice una limosna. Vamos: Uruguay, Argentina, Brasil, Bolivia, América, en procesión geográfica con los pies del tambor, con el son, con el son, con el son, con el son común del hambre. |
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