Hugo Gutiérrez Vega
Marco Antonio Campos, los otros y el yo (I DE III)
(A propósito del disco que dentro de la colección Voz Viva de México publicará próximamente la UNAM).
Foto: Cristina Rodríguez/ La Jornada
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Marco Antonio Campos es un escritor que nunca ha conocido el tedio, ese demonio que, según Baudelaire, destruye las vidas y anula los destinos humanos. En Marco Antonio todo es descubrimiento y deslumbramiento. Viaja por el mundo y se enamora de las ciudades, sus gentes, sus calles, sus historias, su literatura. Por eso, a lo largo de su vida ha recopilado ciudades como Viena, París, Madrid, Jerusalén, Salzburgo, Bogotá y hasta la ciudad sede de la Universidad Mormona, Salt Lake City. En todas descubre algo que despierta su entusiasmo. Es raro escuchar una opinión negativa sobre sus viajes. Los goza todos y nos enseña, con su actitud filosófica, que lo que importa es el viaje en sí. La llegada es un accidente más.
De su generación de poetas, Marco es el hombre de letras por excelencia: erudito sin pedantería, elocuente sin estridencias, ajustado en la forma, conocedor a fondo de los temas que trata, traductor minucioso y, sobre todas las cosas, poeta, aunque la narración, el ensayo y el periodismo cultural, muy particularmente el género de la entrevista, que domina de manera magistral, han llamado su atención y se ha dedicado a ellos con denuedo y pericia, aunque, aun en el ensayo más espeso, la poesía viene a salvar a las palabras, pues Marco Antonio sabe que, como decía Yeats, “lo único que permanece de la filosofía es lo que se ha poetizado”.
Este disco contiene poemas de distintos libros y etapas vitales de Marco Antonio. Notará el escucha que hay una corriente que fluye sin descanso, un común denominador, la idea de que cada poema viene a completar el anterior y que, todos juntos, se convierten en un largo poema que es la obra de una vida y de una dedicación plena a la literatura. Esto no significa que el poeta evite la variedad temática. Todo lo contrario: no hay en la poesía de Marco Antonio un solo verso aburrido. Cada poema descubre algo y lo comunica con un estilo transparente y con la sinceridad que nos exigía nuestro maestro, Rubén Darío.
Marco Antonio sabe leer sus poemas y lo hace con parsimonia y paladeando palabra por palabra. Es uno de nuestros buenos lectores de poesía. No olvidemos que algunos poetas destrozan, por incompetencia o por pedantería, sus propios poemas cuando los leen en público. Marco sabe que, como decía López Velarde, “la poesía es el pasmo de los cinco sentidos”, y que, para que esto se cumpla, es necesario que la voz la apoye y le dé toda su fuerza expresiva. Pellicer, León Felipe, Eduardo Lizalde y Marco Antonio son buenos ejemplos de estos prodigios de la voz. Ya lo decía Gorostiza: “Sucede a veces que así como Venus nace de la espuma, la poesía nace de la voz.” Como la diosa que venía de Sumeria y Babilonia, que fue Inana e Ishtar, brotó de la espuma marina de las costas de Chipre, así la poesía, con toda su carga de pasado glorioso, nace en la playa de la isla encantada.
El disco abre precisamente con una definición lírica de la poesía que tiene su lugar en el claroscuro del invierno del ’68. En ese año de estruendo y de furia la poesía es un gorrión aterido y las muchachas se han vestido de luto. El poema tiene dos claros compromisos: uno con la decadencia moral del país y otro con la poesía misma. Marco Antonio es todo menos panfletario y sabe que la lírica pura es una forma de denuncia mucho más eficiente y emotiva que la de los discursos manoteantes. El poema ubicado en ese año que manchó con sangre el rostro del país, cierra con una precaria esperanza representada con la gracia y el dolor de la joven enlutada.
(Continuará)
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